Cada vez que comienza un año cumplimos puntualmente el ritual de desearnos “lo mejor para el siguiente año”. Es como un exorcismo que intenta alejarnos de la realidad; se parece al consejo que damos a los enfermos terminales de tener mucha fe para recobrar la salud; generalmente el sano y el enfermo saben con exactitud que son palabras vacías, pero no nos permitimos la verdad, porque no nos gusta.
Sucede algo similar con el inicio de los años. En lugar de mirar cómo acabó el anterior, para, realistamente, calcular nuestro margen de maniobra hacia una mejoría, aunque se circunscriba a lo personal y más cotidiano, expresamos deseos fantasiosamente buenos. Y como cada año, las circunstancias nos devuelven violentamente a la realidad. Todavía no terminábamos de saborear el recalentado del fin de año cuando fuimos informados que los feminicidios siguen. En Veracruz, dos adolescentes fueron asesinadas, una en Maltrata y el cadáver de otra fue localizado en la carretera Coatzacoalcos-Minatitlán. Dos muchachitas de aproximadamente 17 años, otras dos familias enlutadas y la misma reacción de las autoridades intentando minimizar los hechos. Esto sólo parece ser el anuncio de lo que ocurrirá con el reclamo de una alerta de género para el estado. La diputada priista Marcela Aguilera Landeta, presidenta de la Comisión Permanente de Procuración de Justicia en el Congreso estatal, advirtió que la determinación de la alerta de género deberá estar sustentada en casos reales de feminicidio, reportados por el Instituto Veracruzano de las Mujeres y la procuraduría estatal. ¿Será que la diputada nunca habrá escuchado hablar del subregistro de feminicidios por la renuencia de los ministerios públicos a catalogar casos de asesinatos de mujeres como tales? Las ecuaciones perfectas para el año electoral: alerta = casos de feminicidios, subregistro = no alerta. Ni con mucho son los únicos casos. A las mujeres no sólo se les castiga por ser mujeres o por débiles, también por pretender defender sus derechos, por dedicarse a actividades que han estado tradicionalmente acaparadas por los hombres, como la política. El dos de enero fue asesinada la alcaldesa de Temixco, defensora de la paridad de género, que sólo pudo ejercer su cargo un día. Antes se usaron las leyes y hoy se utilizan las balas para impedir la participación de las mujeres en política, pues la elección de Gisela Raquel Mota Ocampo se dio en un ambiente de tensión en la que los hombres impugnaron la intervención de ella y otras mujeres en la pasada elección de legisladores y alcaldes en Morelos. El gobernador del estado apresuradamente culpó al crimen organizado, pero quizá se refería al crimen organizado contra las mujeres. En otras latitudes también hay efervescencia por la violencia contra las mujeres. En Barcelona, España, diversas organizaciones de mujeres convocaron a una manifestación en contra de los asesinatos de mujeres, así como del silencio de los medios y del gobierno que deriva en más muertes por machismo y en subregistro por la negativa a considerar feminicidios esos crímenes. Las manifestantes, quienes señalaron que para el ocho de enero la cuenta iba en cinco mujeres asesinadas, se negaron a guardar el tradicional minuto de silencio y en cambio gritaron para exigir seguridad y justicia, pues con el silencio gubernamental y de los medios basta. Otra historia vieja que hizo su aparición con fuerza en este inicio de 2016 fue la devaluación del peso. Tan vieja que ya nadie se acuerda que alguna vez el pasó valió más que un dólar; y duró mucho tiempo. La devaluación llegó con el porfirismo y la modernidad, cuando el secretario de Hacienda de don Porfirio, Yves Limantour, anunció que cada dólar costaba dos pesos. Y de ahí pa´l real: Hasta llegar a los más de 18 mil 300 pesos de esta semana. Porque 18.30 no suena tan feo, gracias al pase mágico de Carlos Salinas, que le quitó tres ceros al peso para alcanzar estabilidad en los precios, pero también logró olvido. Hoy, un joven preparatoriano no conoce la magnitud de la debilidad de nuestra moneda frente al dólar. |