Marzo 1 de 2018
La historia de Tulancingo es interesante. Desde los cavernícolas que rondaron por aquí miles de años atrás, hasta los tiempos precolombinos cuando los toltecas integraban una cultura formidable, que dejó testimonios exquisitos de su paso por la comarca, el descubrimiento de los conquistadores del valle maravilloso con lagunas, bosques, abundante fauna y flora sin igual y un clima incomparable, a a tal grado que lo eligieron como refugio placentero esos guerreros y sus familias; con el tiempo fundaron ricos enclaves económicos, convirtiendo a Tulancingo en un lugar privilegiado para vivir y prosperar.
En otras regiones hidalguenses la minería fue el principal impulso, mientras en el Valle Esmeraldino, prevalecía la agricultura, la ganadería especializada y el intenso comercio regional a partir de lo que se llamaba “boca de sierra” agregándose, desde el Siglo XIX, la industria textil con su aportación definitiva en la importante transformación de la entidad, consolidando a Tulancingo como un lugar incomparable en el estado de Hidalgo.
Los dramáticos aconteceres del país durante el Siglo XIX tocaron muy de cerca al municipio y, por los naipes del destino, Tulancingo formo filas entre los perdedores y las represalias de los ganadores en las sangrientas contiendas por el poder, fueron inclementes.
El paso de Agustín de Iturbide, la visita de Maximiliano, aclamados como paladines, el protagonismo del Obispo Ormaechea, entre otros detalles, influyeron en el ánimo de Benito Juárez para inclinar sus favores presidenciales en pro de otros lares, dejando a esta población a su aire y sin la simpatía del gobierno federal, ni de sus incondicionales en Hidalgo, ajenos a Tulancingo.
La inútil guerra civil, patrocinada por la familia Rockefeller en pos el petróleo, auspició La Bola, luego bautizada para darle presentación y venderla al pueblo ignaro, como Revolución Mexicana, tampoco le fue propicia a Tulancingo.
Golpeada, sin deberla ni temerla por uno y otro bando, provocaron una brutal matanza de infelices, de la que ya nadie habla y que se recordó formalmente en Tulancingo hasta mediando los años sesenta del siglo pasado. Por arte de birlibirloque, ya nadie sabe, nadie supo, de aquellos horrores padecidos a manos de caudillos aclamados -estúpidamente- como héroes nacionales.
Pese a todo esto y mucho más, Tulancingo siguió adelante y prosperó, enmarcado y respaldado por la influyente diócesis religiosa, una relevante presencia militar que se integró con la población de manera indisoluble, un conjunto emprendedor de industriales tanto mexicanos como extranjeros, ganaderos de primerísimo nivel nacional y comerciantes visionarios que bajaban hasta las costas de del Golfo de México, proveyendo de todo lo necesario a los vecinos de aquellas regiones, durante muchísimos años.
La marquesa Calderón de la Barca, esposa del primer embajador español en México, después de la Independencia, visitó Tulancingo y narra, en sus cartas, la grata experiencia vivida en el jardín de la familia Torres Adalid, desaparecido, sin dejar rastro, al igual que otras construcciones señoriales --derrumbadas, vandalisadas estúpidamente-- que daban un empaque de grandeza al pueblo de Tulancingo, hoy perdidas irremediablemente.
Un día esplendoroso, de aquellos que se daban cotidianamente en el Valle, colmado de luz, perfumado el ambiente, algarabía popular debida la visita del entonces candidato a la presidencia del país, Adolfo López Mateos, quien fuera recibido por una valla de escolapios formada desde el Asilo San José hasta las puertas de la ciudad –el río era su límite- escoltado por las jóvenes de bandera de Tulancingo, con la presencia contundente de los hombres ilustres y emprendedores en las ramas productivas, causó una fuerte impresión entre la comitiva acompañante del político arrollador.
Los celos y la consigna, comenzaron su labor de zapa, desde las esferas del poder regional; la realidad presente y la potencialidad a la vista de Tulancingo, se les indigestaba, a casi todos ellos, tan otomíes…
Ese día, mediando 1958, marcó el inicio del declive que fue diluyendo las virtudes y las acciones- que llevaron a este municipio a la cabeza del estado de Hidalgo.
Los escasos personajes regionales dedicados a la política, poco o nada hicieron para revertir esa tendencia derrotista. Uno que otro político o aficionado por mero compromiso, bien intencionado, han logrado algunas cosas para la comarca, pero muy lejos de los proyectos e inversiones destinados a otras regiones estatales.
Tulancingo, detrás de los tules, vive, soporta y lucha por retomar su lugar en el paisaje estatal y nacional; tiene con qué hacerlo. No hay espacio para la incuria y el abandono de esos postulados que hacen la grandeza de los ciudadanos comprometidos con este enclave insuperable: Tulancingo.
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