Año nuevo, historias viejas 15/01/13 |
Enero 20 de 2016 El género es un concepto que se construye socialmente. Está constituido por los atributos que se asignan, socialmente, a hombres y mujeres. No existen elementos biológicos que respalden el hecho de a las mujeres les corresponde cocinar, como no los hay para creer que un varón tiene cualidades congénitas que lo hacen apto para la política o para ser electricista.
El género, como otros aspectos de la vida en sociedad, en nuestra sociedad actual, se vive también por clase social. La enfermedad, por ejemplo, es un problema social, pero la experiencia individual cambia según la clase social a la que pertenece el individuo. Las personas con mayores recursos económicos tienen más posibilidades de sortear con éxito enfermedades tanto graves como comunes. Pueden, para acabar pronto, recobrar más fácilmente la salud si cuentan con los recursos para acudir al servicio médico particular, pagar medicamentos de patente o de nueva generación o solventar el costo de una cirugía. Cuando el padecimiento es incurable, les resulta fácil costear comodidades para su paciente. Cosas que no pueden hacer frente a la enfermedad personas de pocos recursos. Ocurre lo mismo en las cuestiones de género. Uno de sus aspectos es el machismo, que, aunque tenga el mismo sustrato, se manifiesta de manera diferente según la posición social. Un mecanismo que utilizan los hombres adinerados para demostrar superioridad sobre las mujeres es tener varias parejas simultáneamente y sin importar el estado civil. Ciertamente, se trata de una práctica común entre pobres y ricos, porque se justifica socialmente y se reconoce, en el código patriarcal que domina, como un logro digno de elogio; en tanto, a las mujeres se les condena moralmente cuando deciden tener varias parejas y de modo más insultante si son casadas. La diferencia de clase estriba en el hecho de que los recursos económicos se convierten en factor de poderío masculino que facilita esta práctica. Incluso es más común que un hombre adinerado decida tener varias parejas estables e incluso dos o más familias, cuando el factor económico no es un obstáculo. Puede ser que se trate del fenómeno de la trophy wife (esposa trofeo, aplicable también, y sobre todo, a las parejas no legales, generalmente más jóvenes que ellos y muy atractivas) que se consigue como símbolo de status. El poder de convencimiento de un viaje a Europa, Miami o Nueva York, el de un auto deportivo o un departamento de lujo es definitivamente mucho mayor que el de un paseo en Xochimilco, Xico o Oaxtepec y que un viaje en Metro, en micro o en ADO y un cuarto de azotea e incluso el de una casa GEO. Entre la población de menos recursos, la infidelidad o la poligamia son factores de empobrecimiento, especialmente para las mujeres y los hijos que sufren el abandono físico y económico. En los estratos opulentos, usar el dinero como factor de dominio supone siempre un tipo de violencia, pero cuando aparece la violencia manifiesta, generalmente por separación o insubordinación de la mujer, sin que sea la única, la más inmediata es la violencia económica, que se traduce no sólo en dejar de suministrar dinero sino acudir a prácticas, legales e ilegales, para causar daño en distintos planos. Mientras podemos atestiguar que los hombres pobres cuando consiguen una segunda pareja o establecen una nueva familia lo que ansían es deshacerse de las responsabilidades de la anterior, los hombres adinerados se afanan por “castigar” a la que ya no será su esposa o pareja sentimental, aunque sea los responsables de la separación o quienes hayan tomado la iniciativa. La violencia de los hombres que consiguen trophy wives puede llegar a ser muy radical, pues la superioridad que supone el motivo de la conquista, es decir, el poderío económico, les hace actuar como dueños absolutos de sus parejas. Un mecanismo común es arrebatarles a los hijos utilizando su influencia económica y política, pues muchos de ellos basan su riqueza precisamente en sus relaciones políticas. Lo que en un primer momento los hizo parecer un buen partido, se convierte en la peor pesadilla de las madres que deben luchar sin recursos contra la capacidad económica de esos hombres tanto para pagar abogados como para torcer la ley, y el mundo de relaciones que a menudo les garantiza el éxito. Conozco una buena cantidad de casos en los que la superioridad económica les permite comprar también la voluntad de los hijos, sobre todo si son pequeños. Una pequeña conquista ha sido considerar la alienación parental como delito, es decir, cuando un padre actúa para poner a los hijos en contra de la madre o a la inversa. Sin embargo, es necesario revisar las coincidencias de las circunstancias que hay alrededor del uso del dinero, de las relaciones y de la interpretación de la ley para legislar específicamente acerca de esta violencia que se ejerce en contra de mujeres cuyo error fue elegir a un hombre adinerado. La finalidad es lograr ese anhelado principio de que todos somos iguales ante la ley. |