Si acaso te ofendí, perdón
La Política en Tacones
De Pilar Ramírez Ramírezramirez.pilar@gmail.com

27 de marzo de 2008

Eliot Spitzer renunció a la alcaldía de Nueva York el 10 de marzo pasado, luego de que el periódico The New York Times diera a conocer que Spitzer estaba involucrado con una prostituta y existían grabaciones federales en las que hacía arreglos para encontrarse con ella en un hotel de Washington, donde el funcionario era identificado como cliente número nueve. Spitzer hizo pública su renuncia en un discurso en el que admitía haber violado sus responsabilidades familiares y el sentido de lo correcto y lo incorrecto. En esta aparición pública lo acompañó su esposa Silda.

Spitzer gastó 80 mil dólares en contratar prostitutas durante los últimos 10 años. En diversos espacios periodísticos de opinión leí elogios al ex alcalde nuevayorkino por la decisión de renunciar, casi siempre en comparación con la forma en que se conducen los gobernantes mexicanos. Sí y no. Sí es digno de reconocerse que ante una falta, más de tipo ético que jurídico, el servidor público intente reducir los daños renunciando al cargo público que ocupa. No, porque la renuncia se produce sólo como consecuencia de que fue descubierto; durante diez años la falta que admitió no le causó preocupación económica, moral o ética de ningún tipo y es muy probable que así hubiese continuado de no ser por el FBI.

El año anterior, el senador por Idaho, Larry Craig se vio obligado a dimitir después de ser acusado de hacer insinuaciones a un policía en el baño de un aeropuerto para tener contacto sexual, con las señas utilizadas para tal fin por los homosexuales. Sin apoyo de su partido y presionado políticamente, hizo pública la decisión de renunciar acompañado por su esposa Suzanne.

El año anterior también, el senador republicano David Vitter, conocido por sus posturas conservadoras, opositor a la reforma migratoria y defensor de los temas relacionados con la moral, la familia y el matrimonio reconoció haber cometido “graves pecados en el pasado”, luego de que la revista Hustler difundiera que Vitter estaba en la lista telefónica de un servicio de acompañantes. Vitter ofreció disculpas a quienes ofendió y aseguró que había recibido el perdón de su esposa Wendy, quien anteriormente había criticado la actuación de Hillary Clinton; en ese entonces aseguró que si supiera de una relación extramarital de su esposo se llevaría algo de él y no precisamente ayuda financiera. “Me parezco más a Lorena Bobbit que a Hillary” aseguró Wendy Vitter. Hasta hoy no ha trascendido que David Vitter se queje de mutilación alguna.

 

El 2007, pletórico de escándalos sexuales, vio llegar la renuncia de Moshe Katsav, presidente de Israel, quien se vio involucrado primero en una denuncia por violación y después en un criticado acuerdo judicial en el que sólo admitió delitos sexuales.

 Durante el proceso estuvo acompañado por su esposa Guila.

 

 

En 1998 Bill Clinton se vio involucrado en un escándalo sexual que puso en juego su permanencia como presidente de Estados Unidos cuando se le relacionó con Mónica Lewinsky.
 

El ex presidente negó en principio haber tenido relaciones sexuales con la joven becaria, días después no le quedó más remedio que admitir que había tenido “una relación física inapropiada con esa joven”.

En el acto donde reconoció públicamente su conducta estuvo acompañado por su esposa Hillary Clinton.

Éstos son sólo algunos de los escándalos sexuales más recientes, protagonizados por hombres públicos, donde la constante es la presencia de las esposas cuando los funcionarios involucrados en esos hechos admiten sus faltas. Me pregunto cómo un asesor de imagen o consejero político puede sugerir la presencia de la esposa en el manejo de crisis para tales circunstancias y cómo las esposas aceptan desempeñar ese papel. ¿Pensarán que estar acompañados de las esposas puede colaborar para que los funcionarios obtengan el perdón de la opinión pública, en el entendido de que ellas, que son las principales ofendidas, ya se lo otorgaron?

Las reglas del poder son muy fuertes, pero muy débiles con la dignidad femenina. Las imágenes de las mujeres cuando sus maridos admiten las faltas que cometieron son de derrota y de humillación y al resto de las mujeres debería movernos no a ser condescendientes con los hombres sino a ser solidarias con las mujeres y rechazar esas presencias. El perdón que ellas les otorguen debe ser un acto íntimo y privado, no parte del espectáculo público, pues sólo dejan ver imágenes lastimosas, como la de Silda Spitzer. Son pocos los casos en los que se observa la iniciativa de las mujeres para hacer par con sus esposos.

Lo que se debería rescatar de estos episodios no es cómo hay mujeres comprensivas que perdonan a sus maridos, sino el funcionamiento de órganos de investigación con mayor autonomía que dejan al descubierto actividades ilegales de servidores públicos que no supieron acatar las reglas de su función.

 

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