3 de junio de 2014
Hace poco apareció, una vez más, una “lista negra” de periodistas que reciben pagos del gobierno federal. La mayoría de los mencionados, sin embargo, tienen sus propios portales en internet, donde se puede observar la publicidad por la que cobran. Así, la “noticia” no era tal; para robustecerla, sólo se recogió en varios sitios un estudio sobre el ranking de los portales y se repitió el hecho de los pagos. Lo interesante fueron los comentarios de los cibernautas, donde se pudo ver que otorgan muy poca credibilidad no sólo a los políticos sino también a ciertos medios y sus representantes. No se descarta que los encabezados de las notas, editorializando negativamente esos servicios hayan orientado los comentarios, al señalar “listas negras”, “pagos millonarios”, “chayos” y otros, para sugerir que todos son indebidos. Esta situación se genera por la falta de claridad en tales relaciones y la ausencia de regulación que propicia guardar todos estos vínculos en el mismo baúl. Los servicios publicitarios son legítimos, pero sería necesario dar oportunidad real a distintos medios, pues me consta que existen algunos de gran calidad que mueren por la falta de ingresos y cuyo contenido no se vería comprometido por incluir publicidad oficial. Sería necesario revisar si el factor “rating” es el único válido, pero sobre todo, los mecanismos para acceder y otorgar la publicidad gubernamental. Lo más fácil para evitar el muy necesario análisis sobre el tema es anatematizarlo. Así, en la percepción popular, todo son “chayos” o pagos indebidos. El periodista Carlos Orozco Santillán define al “chayote” como el “pago, ‘mochada’, incentivo o beca que recibe un reportero o periodista por utilizar su oficio y su tribuna para favorecer determinados intereses”. El habla popular siempre busca vías para nombrar realidades de las que no es políticamente correcto hablar pero que sería absolutamente incorrecto ignorar. En México nadie se atrevería a señalar públicamente al compañero, jefe o colega que recibe un pago indebido, pero todo mundo, por lo bajito, sabe que es una práctica viva y con un gran margen de certeza se sabe quiénes son beneficiarios, aunque la mayoría de quienes lo hacen tampoco tienen una propuesta alterna. Quizá por una razonable inclinación humana a buscar formas de convivir con lo que no podemos cambiar, optamos por encontrarle el lado jocoso. La denominación misma de “chayote” es una muestra. Cuenta José Agustín en su Tragicomedia mexicana que ésta arraigada práctica de la política mexicana popularizó el díptico “sin mi chayo, no me hallo”. Hoy, muchos ya ni siquiera saben o recuerdan por qué se le llama “chayo”. Algunos dicen que hace muchos años el soborno a periodistas que otorgaba la Presidencia de la República, lo entregaba en Los Pinos una señora llamada Rosario; si el pago era considerable se decía que recibían un “chayote”, si era normal, “chayo” y si era leve, pues “chayito”; pero no somos los únicos que preferimos reírnos de nuestras debilidades. La cancelación de la concesión a Radio Caracas Televisión (RCTV) en 2007 incluyo la especie de que varios periodistas de esa cadena habían recibido pagos del Departamento de Estado de Estados Unidos. Supe así que en ese país sudamericano se le llama “palangre” al “chayote” y no tiene nada que ver con los accesorios de pesca ni con el pez del mismo nombre, como en México el “chayote” no tiene nada que ver con las plantas cucurbitáceas. Ronald Nava del diario venezolano El Nacional me comentó en ese entonces que “en Venezuela el soborno periodístico es conocido con el nombre de ‘palangre’, palabra que define a un largo cordel del cual penden numerosos anzuelos. Este aparejo de pesca es muy usado en las costas venezolanas y como detalle curioso puedo agregarte que en el Oriente venezolano los pescadores suelen llamarlo ‘palambre’, deformación cuya intención es bastante obvia y graciosa”. En España el soborno periodístico recibe el nombre de “fondo de reptiles”, frase que se le atribuye a Otto von Bismark, creador del II Reich, quien la utilizaba para referirse al grupo de comunicadores que tenía a su servicio para que lo adulara. El “fondo de reptiles”, “palangre” o “chayote” se llama “chorizo” en Costa Rica, según me contó María Elena Jiménez de La Prensa Libre. El colombiano Álvaro Ramírez Ospina anotó que hace muchos años la costumbre de dar sobornos a los periodistas estaba arraigada en el medio taurino donde los toreros entregaban sobres con billetes a los periodistas antes de las corridas, razón por la cual el soborno periodístico adquirió el nombre genérico de “sobre”. Eduardo Naranjo hizo su aportación ecuatoriana y narró que cuando un periodista recibe un pago indebido se dice “fue coimado”, “le dieron un cariño” o “le pasaron la mosca”. Mencionó que en el caso de los diputados, siempre se dice “llegó el hombre del maletín”. Desde Paraguay, Alfredo Boccia del diario Última Hora señaló que en ese país se usa el vocablo rioplatense “coima” e “ykepe” (de costado) en guaraní, el otro idioma oficial de su país, aunque no son específicamente periodísticos, lo cual, afirma Boccia “no quiere decir que Paraguay desconozca sobornos en este campo. Sólo que andamos tan pobres que ni siquiera sobra dinero para ese tipo de ofertas”. De las pocas ventajas de la pobreza. Andrés Colmán, también periodista del diario Última Hora y vicepresidente del Foro de Periodistas Paraguayos ahonda en los comentarios de su paisano: “la palabra universal más adoptada en esta región para denominar a todo tipo de soborno (no sólo el periodístico) es ‘coima’, importada de Buenos Aires, al igual que el vino, el dulce de leche, los resfríos por el viento sur, la arrogancia porteña, los reality shows televisivos y el baile del caño”. Sigue Colmán: “En el gremio periodístico paraguayo, propiamente dicho, sí se ha institucionalizado una palabra específica para denominar no sólo al soborno, sino a cualquier trabajo periodístico que huela a un negociado, a un arreglo irregular, a la sospecha de que detrás de un reportaje o una nota publicada hubo un pago irregular al periodista o al medio. Esa palabra es ‘fato’, que literalmente significa ‘hecho’. Esa interpretación de soborno o venta inescrupulosa de un servicio periodístico se le da solamente en el Paraguay, porque en Argentina, principalmente en Buenos Aires, se usa en otro sentido (allí, tener un ‘fato’ significa tener un amante, un amorío clandestino). A nivel más popular, con el uso del idioma guaraní, se dan otras denominaciones al soborno (no sólo periodístico), pero menos comunes, como ‘iguyrupi’ (por abajo), ‘ijykepe’ (por el costado) y ‘o mondyky’ (le hace gotear) entre otras”. En Buenos Aires también se le dice “chivo” al soborno. Así que allí están: “chayote, “palangre”, “fondo de reptiles”, “chorizo”, “chivo” o “fato”, para elegir cuando se requiera, lo cual seguirá ocurriendo mientras no se establezcan reglas claras y dará pie a la malicia, o como decía Cantinflas, “no se desconfía de nadie, pero se sospecha de todos”. |