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Desigualdades

Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com

Marzo 2 de 2016 

Cuando se habla de desigualdad o violencia de género, de las situaciones de desventaja que viven las mujeres, solemos pensar en circunstancias de sufrimiento, lastimosas o tristes. Sin embargo, la desigualdad también llega en frascos almibarados, en estuches impecablemente adornados, en imágenes fastuosas o en tiernas frases que se repiten con aparente inocencia.

No pude dejar de pensar en esto viendo la entrega de los premios Oscar, que, entre paréntesis, sintonicé con desparpajado gozo para enterarme de la suerte de los mexicanos en la premiación y disfruté mucho verlos ganar. En la emisión el conductor Chris Rock hizo chistes un poco amargos sobre las copiosas críticas que recibió la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos porque los eran “muy blancos”, al igual que el año anterior. Entre otras cosas, no había afroamericanos entre los 20 candidatos al premio de actuación. El director Spike Lee y la actriz Jada Pinkett convocaron a un boicot contra los Oscar en sus cuentas de Twitter. Pinkett anunció que no asistiría en respuesta a lo blanquecino del premio.

¿Y las mujeres? Me pregunté. Fuera de los premios específicamente femeninos como los de mejor actriz principal y de reparto, tampoco había muchas nominadas. ¿Será sólo que no hay guionistas, editoras, compositoras? ¿Por qué no se quejan con la misma pasión de que los Oscar sean no sólo blancos sino también fundamentalmente masculinos? Parece que eso no se nota.

Parece que el hecho de la presencia de las mujeres en la ceremonia y entre el elenco de las películas nominadas es suficiente, aunque no tengan premios. Pasa desapercibida esa desigualdad. Nadie llama a boicot. Ni una sola mujer.

No es el único espacio en el que esto ocurre. Así como durante muchos años se habló de los atributos maniqueos en cuestión de género que se manejaban y se siguen manejando en la publicidad y en los programas televisivos, actualmente, con el auge de las redes sociales, que la gente ha convertido en una especie de diario íntimo que comparte con lo quiera leer y en el que le gusta contar no sólo lo que le sucede sino lo que piensa “de la vida”, externar su visión del mundo investida de reflexiones que suponen sesudas, también allí se distribuyen una cantidad de pensamientos e imágenes que tienden a atribuir a las mujeres papeles que derivan después en el caldo de cultivo de la desigualdad.

Por ejemplo, descalificar a quienes defienden el lenguaje inclusivo recitando reglas gramaticales hechas por…hombres, por supuesto. Como esto supone un cierto conocimiento, se comparte y se comparte, al mismo tiempo que se anula una batalla que han intentado dar las mujeres desde hace tiempo. ¿Qué el lenguaje inclusivo tiene sus límites? Claro que sí, pero en un mensaje gráfico de 30 o 40 palabras no se puede debatir la complejidad del tema. Así, con frases “informadas” y sentenciosas sólo queda la idea de que las feministas están equivocadas.

Se presume que las mujeres (todas) son soñadoras, ilusas, tiernas y blanco fácil de ideas superficiales porque a algunas les gusta expresar pensamientos optimistas, positivos y esperanzadores hasta la irracionalidad.

Otro tema favorito es destacar la heroicidad femenina en la vida cotidiana. Lo que se ha luchado por evidenciar como doble jornada, se presenta con imágenes de reconocimiento a la mamá heroína que se desvive por su familia, la atiende y le sirve. Además, le queda energía para ver el futbol con el marido aunque no le guste.

Y los valores. No pueden faltar los valores femeninos. La belleza, la fidelidad, la moralidad, la discreción, el recato. Todos los atributos sobre los que se ha fincado buena parte de la desigualdad, los que han permitido que las mujeres ganen menos, que las hagan a un lado cuando se embarazan, que padezcan violencia económica, laboral o física, se destacan como buenos con pensamientos que parecen profundos.

La belleza y el glamour de la farándula, así como los mensajes que todos los días consumen millones de mujeres producen el efecto indeseado de que la desigualdad parezca normal y parte fundamental del mundo femenino. Como algo bueno. No siempre se difunden esas ideas con mala fe, pero el resultado lamentable es el mismo.

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