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Por todas ellas

Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com

Marzo 9 de 2016 

 

Por las 129 obreras que murieron calcinadas en 1908, en la fábrica textil Sirtwoot Cotton de Nueva York, a la que su dueño prendió fuego para castigar a las mujeres que protestaban por las infames condiciones laborales que tenían.

Por las sufragistas estadounidenses e inglesas que padecieron el rechazo, el señalamiento y la agresión hacia una naciente militancia que a finales del siglo diecinueve se consideraba impropia y poco honorable.

Por las mujeres francesas que simbólicamente iniciaron el movimiento de liberación femenina al colocar una corona en la tumba del soldado desconocido con una cinta en la que se leía: “todavía hay alguien más desconocido que el soldado: su mujer”.

            Por las jóvenes que a pesar de la indignación de la sociedad conservadora y los epítetos ofensivos que recibieron, se quitaron los sostenes para simbolizar los deseos de no vivir más en la opresión.

Por las mujeres y niñas que han sido y siguen siendo obligadas a someterse a la ablación, para mutilarles los genitales por considerar que las mujeres no tienen derecho a disfrutar su sexualidad.

Por las mujeres que pese superar los obstáculos adicionales que implica escalar profesionalmente para insertarse en los ámbitos académico, político, deportivo, cultural, empresarial y laboral se topan con el techo de cristal.

Por las mujeres que en distintos ámbitos laborales, en este siglo XXI, continúan percibiendo salarios menores que los hombres por el mismo trabajo.

Por los millones de mujeres que pagan sus aspiraciones educativas, laborales y profesionales con la doble jornada de trabajo, debido a la ausencia de democracia en los hogares donde “la reina del hogar” es la esclava de la familia.

Por Rosa Parks encarcelada por defender los derechos civiles y luchar contra el racismo y la discriminación recalcitrantes de la década de los cincuenta.

Por las mujeres de la oposición chilena heridas y detenidas en marzo de 1986 al realizar una manifestación multitudinaria en contra del régimen dictatorial de Augusto Pinochet.

Por las mujeres activistas, defensoras de los derechos humanos que deben incluir sus vidas como parte del inventario de recursos para sostener su activismo.

Por Marisela Escobedo la activista mexicana triplemente agraviada: por el feminicidio de su hija Rubí, por la negligencia de un aparato de justicia que no merece llevar ese nombre y por su asesinato ante autoridades indiferentes.

Por Alberta Alcántara Juan, Jacinta Francisco Marcial y Teresa González Cornelio, las tres mujeres indígenas encarceladas casi cuatro años, acusadas de secuestrar a seis agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI), con un proceso legal plagado de irregularidades, entre ellos, la ausencia de un traductor. Nunca recibieron la disculpa pública que merecían por parte de las autoridades que las mantuvieron presas injustamente y sólo fueron liberadas por la enorme presión internacional hacia ese aberrante acto de injusticia.

Por las mujeres indígenas que cotidianamente sufren diversos tipos de violencia por ser mujeres, indígenas y pobres.

Por Bety Cariño asesinada por un comando paramilitar debido a su activismo para defender los derechos humanos, alimentarios y la autonomía de los pueblos indígenas de Oaxaca.

Por las obreras de la industria textil de la Ciudad de México que murieron en 1985 por la fatal combinación de un terremoto y la corrupta ambición empresarial que las mantenía en condiciones prácticamente de esclavitud y que sólo debido a este siniestro salió a la luz.

Por Irene Méndez Hernández-Palacios asesinada por la delincuencia organizada y cuya muerte no ha sido esclarecida.

Por las innumerables muertes de mujeres que ha cobrado la violencia desatada en México.

Por Gaby Benítez Ybarra la adolescente xalapeña desaparecida y asesinada sin que a la fecha sus asesinos hayan sido llevados ante la justicia.

Por las mujeres y niñas víctimas de desaparición forzada y trata de personas.

Por los millones de mujeres que viven agraviadas por las leyes “que defienden la vida desde la concepción” y les impiden decidir sobre sus cuerpos, sobre la maternidad y sobre su sexualidad.

Por las víctimas crecientes de feminicidios que en lugar de ser retribuidas con un acto de justicia son doblemente violentadas por las instituciones que supuestamente deberían defenderlas.

Por la rectora de la Universidad Veracruzana, Sara Ladrón de Guevara, que recibe el acoso gubernamental por reclamar los recursos que garanticen la vida de uno de los recintos universitarios más importantes del país, pero que nos devuelve la confianza al encabezar su defensa.

Por todas ellas, este ocho de marzo, conmemoro sin celebración.

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