Ibargüengoitia
La Política en Tacones
2 de Mayo de 2008
Cuando Rafael y yo éramos unos despreocupados universitarios y voraces
lectores de literatura compartíamos y festinábamos un chiste cruel cada
vez que un escritor famoso moría. Al llegar a la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la UNAM, solíamos decir ante el grupo “¿ya saben
que ahora sí van a publicar las obras completas de X?” según el escritor
que hubiese muerto “porque ahora sí están seguros de que ya no va a
escribir”. Nos referíamos a la costumbre de la época de muchas editoriales
que gustaban de publicar tomos con las supuestas obras completas de
autores vivos que todavía producían. Nos gustaba escandalizar así a
nuestros amigos, pues aun los universitarios, muchos de ellos aspirantes a
intelectuales, compartían esa característica nacional de la reverencia por
los muertos, aunque después festejaran ruidosamente la ocurrencia.
Recuerdo, sin embargo, que
cuando nos enteramos del fatídico accidente aéreo que le quitó la vida a
Jorge Ibargüengoitia enmudecimos. El chiste repetido por años estaba
totalmente fuera de lugar y si alguien lo hubiera mencionado nos
hubiésemos sentido muy ofendidos. Ibargüengoitia ocupaba un lugar especial
en nuestro corazón literario.
Cuando teníamos invitados en casa
mostrábamos con orgullo las dos ediciones de Estas ruinas que ves
con los diferentes finales que el escritor guanajuatense escribió; lo
hacíamos con tanto orgullo que algún visitante decidió sustraer nuestro
pequeño trofeo conseguido en las visitas asiduas a las librerías de viejo,
cuando la Editorial Novaro desapareció y sus existencia fueron a parar a
las librerías de las calles de Donceles y a los puestos de libros viejos
del también viejo mercado de La Lagunilla en el centro de la ciudad de
México.
Dos crímenes,
Estas ruinas que ves y Las muertas, junto con la trompeta de
Rafael, que por aquél tiempo formaba parte del legendario grupo de
jazz “Atrás del Cosmos” (llamado así no por una inclinación de reverencia
astrológica sino porque ensayaban atrás del cine Cosmos) comandado por
Henry West, constituyeron parte fundamental del equipaje que causó asombro
a la familia para el viaje de luna de miel; les intrigaba que en un viaje
de esa naturaleza hubiera tiempo para leer y ensayar. Leí de un tirón
Dos crímenes en una de esas noches.
Después de la publicación de Las
muertas esperábamos con impaciencia la nueva producción del
guanajuatense, quien se dio su tiempo, pues entre esta novela y la
aparición de Los pasos de López pasaron cuatro largos años, de modo
que cuando se publicó nos apresuramos a leerla con una ansiedad propia de
quien ha sufrido cuatro largos años de abstinencia. La novela y el cuento
de Ibargüengoitia fueron para nosotros ese gran banquete que se engulle de
una sentada. Sus textos periodísticos eran, en cambio, esos pequeños
postres que se disfrutan una y otra vez. La mirada ácida, la observación
atinada, el humor aplastante pero serio de estos textos breves siguen
siendo lectura favorita e imprescindible. Durante un tiempo, las
colaboraciones de Ibargüengoitia fueron la razón fundamental por la que
adquiríamos la revista Vuelta y su ausencia, la causa por la que
dejó de tenernos como lectores.
Los textos publicados en Excelsior
fueron anteriores a nuestra existencia como lectores, de modo que los
conocimos en forma de libro. Los escritos periodísticos de Ibargüengoitia
constituyen uno de los pocos ejemplos de una relación armoniosa y
fructífera entre literatura y periodismo. El propio escritor narró esa
experiencia de la siguiente manera: “Cuando Julio Scherer me invitó a
escribir en Excelsior, me dijo más o menos:
“Quiero que usted escriba una vez a la
semana artículos sobre cualquier asunto que le interese.
“Mientras él hablaba yo pensaba que mi
vida periodística iba a durar aproximadamente un mes. Cuatro artículos,
creía yo, bastaban para poner todo lo que yo tenía que decir. Sobre todo,
la idea de tener que sentarme a escribir todos los lunes, como una gallina
que pone huevos, me aterraba.
“Entre estos pensamientos y la
actualidad hay seis años y medio, más de seiscientos artículos, que
reunidos darían un libro de cuatro o cinco tomos que afortunadamente no
tengo que volver a leer.”
La factura impecable y cuidada de sus
artículos con un resultado de frescura y agilidad, deja hoy, como hace más
de treinta años, una sensación de apetito no saciado: siempre quiere uno
más.
En un texto que escribió en 1978, cinco
años antes de morir, afirmó: “Hoy cumplí cincuenta años. Es mentira que el
signo de madurez consista en que uno empieza a sentirse más joven. Hoy me
siento más seguro que cuando cumplí veinte años, más rico que cuando tenía
treinta, más libre que cuando cumplí cuarenta, pero no me siento más joven
que en ningún otro momento de mi vida. Siento también que el camino que
escogí está más de la mitad andado, que ni me malogré ni he alcanzado las
cúspides que hubiera querido escalar; que el pasado tiene otra textura,
que varios enigmas se han aclarado, historias que parecían paralelas han
divergido, muchos episodios han terminado. Cada año que pasa tengo más
libros que quisiera escribir y cada año escribo más lentamente. Si vivo
ochenta años, cuando muera dejaré un montoncito de libros y me llevaré a
la tumba una vastísima biblioteca imaginaria”.
Para nuestra mala suerte Jorge
Ibargüengoitia se llevó a la tumba una biblioteca más grande de la que él
imagino, lo que no sabía es que aunque muriera iba a vivir mucho más de
los ochenta años que hubiese cumplido a principios de este año.
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