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24 de septiembre de 2015
En un reino lejano, cuyo nombre se
había perdido con el tiempo, el cual, estaba rodeado de
paramos desolados y en él, la vida florecía: Las plantas
crecían verde esmeralda, las flores tenían colores
brillantes y la gente, la gente tenía una vida prospera y
saludable. La ciudad era magnifica, y el palacio del rey,
alzándose sobre todo lo demás, dominaba la inmensa llanura
que conformaba el reino.
En ese palacio, el rey también
conocido como Dios de la Luz Solar, quien procuraba todo lo
necesario a su ciudad, tuvo hijos:
El menor era Selim, quien al haber nacido como dios
de la luna, se le trato como una dama toda su vida. Su hija
de en medio: Irina, princesa de gran belleza e
inteligencia, diosa de las estrellas y los movimientos
astrales. Y su primogénito, quien nadie en el reino se
atrevía a decir su nombre, ya que, según los rumores que se
oyen en barrios bajos, éste había sido desterrado por el
mismísimo rey, y estaba prohibido decir su nombre en voz
alta.
Nuestra historia comienza
con este último vástago, quien en realidad, no fue
desterrado por su padre, sino que abandonó el reino, ya que
no quería vivir siendo un simple reflejo de la luz de su
progenitor. En cambio, él quería generar luz propia, quería
tener su propio sol, aunque no tuviera los mismos poderes
que los otros dioses.
Con esta idea inundando su cabeza, el
príncipe se dirigió rumbo al sur, pues se enteró que existió
hace mucho tiempo una civilización antigua capaz de crear
luz por medio de magia. Había leído en la biblioteca del
duque, que esta civilización de magos era aún más antigua
que la guerra de los diez siglos, en la cual habían luchado
las brujas ígneas, los ángeles espejo, los demonios del
abismo, y los caballeros del sol. Según lo que estaba
escrito, los magos vivieron en uno de los cuatro “despojos
de la guerra”, que recibían tal nombre por el hecho de haber
sido los asentamientos de cada uno de los bandos durante la
cruzada, actualmente destrozados por el tiempo.
Fue así como el príncipe decidió
comenzar su viaje hacia el sur, sin nada más que su fiel
espada como compañía, pues nadie sabía lo que le deparaba al
joven espadachín.
Caminó durante siete días sin
descanso, y, al llegar al punto más alto de un monte, vio a
la lejanía el primer despojo: En lo alto de unas nubes
blancas, se asomaba una ciudadela de diamantes, con un
enorme palacio, campanarios extensos, librerías inmensas, e
innumerables cantidad de monumentos. De la nube descendía
hasta el piso una enorme escalera, siendo cada escalón de
alguna piedra preciosa distinta.
El príncipe, al ver esto, apresuró su
paso hasta el inicio de tan impresionante escalinata, puesto
que esperaba encontrar su sol en tal nubarrón. Más al llegar
al primer escalón, vio un gran desierto hecho de arena
transparente, pues la escalera se había erosionado por el
paso del tiempo y, al igual que la ciudad, estaba
debilitada por las batallas.
El príncipe no quería detenerse ahí,
estaba decidido en subir el primer escalón, cuando de pronto
escucho un horrible estruendo: una torre del reloj se había
precipitado hasta el suelo. Volteo su mirada al cielo y vio
cómo se desprendían enormes trozos de los edificios
flotantes. Al detectar el gran peligro que corría en ese
lugar, lo abandono en el acto, dirigiéndose hacia el sur,
dejando atrás la lluvia de escombros y un poco de
esperanzas.
Pasaron dos semanas sin que el
príncipe viera rastro o señal alguna, hasta que diviso a la
lejanía altas torres que se elevaban al cielo. El príncipe
asombrado de haber encontrado lo que podían ser monumentos
erigidos por un reino vecino, se dirigió hacia allá
enseguida, solo para darse cuenta que los grandes pilares
que se alzaban hasta el infinito del cielo azul, no eran más
que árboles. Había encontrado el segundo Despojo:
Un gran lago, el cual era tan inmenso
como el mar y tan profundo cual la tierra misma. En lugar de
arena o piedra, El cuerpo de agua tenía como litoral una
ceniza grisácea clara. Desde las cenizas, crecían a lo alto
y ancho majestuosos seres dormidos. Plantas que tenían
madera tan dura como piedra volcánica, y podían llegar a ser
tan viejos como el tiempo mismo.
El paisaje estaba cubierto todo por
una leve niebla, la cual apenas bloqueaba la mirada. El
príncipe avanzo cerca del agua, pues quería saber que había
en ese territorio para él.
Caminó un buen rato hasta que encontró
un extraño puente colgante en medio del agua. Este parecía
llevar al interior de uno de estos árboles y, sin meditarlo
mucho, decidió ir a explorar, teniendo fe en que su astro
podría guardarlo alguno de estos seres.
Dentro del árbol se encontró con una
firme raíz que bajaba desde la copa del árbol. Y, al ser la
única dirección que tenía, decidió comenzar la subida por
tal fibra. Se tardó un día en llegar a la cima, y al llegar
a donde seguramente ninguna vez había ido cualquier mortal,
alzo la mirada al cielo, solo para poder admirar un arbusto
ardiendo majestuosamente por llamas de color rojo escarlata
que crecía en el árbol de piedra. Miro a su alrededor para
ver si había algo para el en aquella estratosfera, pero solo
lograba ver más arbustos ardientes en los árboles de piedra
contiguos
La flameante planta estaba casi
extinguida, pues nadie podía saber desde hace cuánto tiempo
estaba consumiéndose por las llamas. El príncipe vio
asombrado el espectáculo de luces que era producido por la
danza de las ascuas ascendentes y los titilantes destellos
de las gemas del cielo; pero, en el fondo de su ser, sabía
que esto no era lo que él estaba buscando buscaba.
Después de haber visto tal
espectáculo, el príncipe se dirigió al espiral para regresar
al suelo, pues no quería tener más tiempo de lo necesario su
mente sobre las nubes. Se tardó menos tiempo en regresar a
tierra firme, pues es bien sabido que es más fácil bajar que
subir. Una vez fuera del gran árbol hueco, el príncipe busco
por los alrededores un método de atravesar el gran lago,
deseaba seguir con su travesía.
Caminó lo que serían tres kilómetros,
hasta que encontró un árbol de piedra tumbado desde la
orilla. El príncipe se sorprendió al encontrarse con tal
pilar derrumbado, pues se requeriría tener la fuerza de un
coloso para tumbarlo, pues era obvio que ni siquiera el
mismísimo Cronos había podido contra ellos.
El príncipe medito sus opciones y,
pasado un tiempo, decidió atravesar el lago por medio del
tronco, pues esperaba que al ser tan altos los árboles en
pie, serían lo suficientemente largos para llegar al otro
extremo del lago.
Tardo lo mismo que le costó la bajada,
ya que el camino fue completamente recto y sin dificultades,
aunque el lugar tenía una niebla cada vez más densa al
avanzar. Al llegar al otro lado, el príncipe, aun queriendo
seguir hacia adelante, tenía algo que le inquietaba
bastante: había perdido el rumbo.
Sin saber qué dirección tomar, y sin
poder consultar a las estrellas en ese nuboso lugar, decidió
vagabundear sin dirección fija, esperando que al atravesar
tal campo de niebla pudiera ubicarse mejor.
Caminó y caminó durante lo que le
parecía una eternidad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que
atravesó el lago? Era difícil contestar esa pregunta, pues
en ese lugar parecía que el tiempo se había detenido.
El príncipe, todavía con pocas
esperanzas de que pudiera encontrar su sol, no se pensaba
rendir hasta que lograra atravesar la neblina que rodeaba
ese misterioso lugar. Al cabo un rato, el príncipe logro ver
como poco a poco se esclarecía la imagen, dejándole ver más
allá de unos cuantos pasos.
El paisaje que se abría frente a sus
ojos era impresionantemente desolador, pues no se lograba
divisar forma de vida o edificación alguna: era un yermo
completamente seco y desolado.
El príncipe, al estar ahora en una
zona despejada, decidió mirar al cielo para ver si
encontraba alguna señal que le dijera hacia dónde dirigirse.
Pero nada, el príncipe no lograba identificar ninguna de las
estrellas, pues nunca nadie había logrado llegar tan lejos
del reino. Sin saber a dónde dirigirse realmente, decidió
avanzar a la única colina que se lograba observar a lo
lejos, esperando poderse orientar desde esa altura.
Así pues, el príncipe se dirigió para
allá, pero justo antes de llegar, sintió cono el suelo se
sacudía con furia. El príncipe miro a su alrededor, pues
quería saber que era lo que generaba tal seísmo. Detrás de
la colina observo como se elevaba una enorme columna de humo
negro y rápidamente se desvanecía en el azul del cielo.
Nuestro protagonista se dirigió a lo
alto del monte, para obtener una idea acerca de esta nube, y
lo que encontró lo dejo anonadado:
Una gran grieta que se extendía a lo
largo del desolado paisaje. Era tan grande que fácilmente
podría tragarse a su reino entero y, por si eso fuera poco,
exhalaba una nube de peste negra que mataría a cualquier ser
vivo al instante.
El príncipe vio un puente colgante que
atravesaba tal sumidero, y decidió cruzar por ahí. Al llegar
a donde daba comienzo, se dio cuenta de lo que había dentro
del pozo: esqueletos deformados de criaturas desconocidas, y
cráneos humanos tan altos como lo son cinco hombres, cada
uno apilado encima de los hombros de otro. Este era el
tercer despojo.
El príncipe se sorprendió al ver tal
cantidad de cadáveres en un solo lugar. Pero sabía que no
podía detenerse ahí. Estaba decidido en cruzar el enorme
puente colgante que ataba ambas orillas.
Conforme el príncipe avanzaba por tal
pasadera, vio al fondo del abismo una brillante luz azul
cristalina que refulgía con mucha fuerza. Al príncipe le
pareció una luz muy hermosa y, aunque quería aventarse del
puente por ella, no lo hizo, pues sabía que si se aventaba
no habría forma alguna de volver. Así que le dejo atrás,
dejando apagar la luz y las esperanzas de encontrar su sol.
Había llegado al otro lado de la
interminable plataforma y del foso, cuando casi al instante
vio al otro lado del horizonte una señal, posiblemente del
destino: Un gran faro que se alzaba sobre las llanuras.
El príncipe se alegró, pues creyó que
su búsqueda llegaba a su fin. Se dirigió con prisa a la
enorme lámpara, con la esperanza de que su sol se hallara en
tal monumento. Conforme se iba acercando, vio como del suelo
se asomaban casas y edificios destruidos, hundidos casi
completamente bajo la arena.
El príncipe paseo por las calles de la
polis sumergida, pues estaba seguro de que en ella se
debería guardar alguno de esos magníficos hechizos creadores
de luz pero al no encontrar nada en absoluto en las casas
abandonadas se dirigió al faro.
Estaba ya frente al faro, el cual
parecía tener una barrera protectora, pues la arena no había
cubierto todavía la entrada. El príncipe, al ver que tenía
vía libre hacia el portón, decidió acercarse a abrirlo. Pero
nada más tocando el picaporte se detuvo, pues en la puerta
estaba marcado el escudo de armas de su padre.
Sin pensarlo 2 veces se alejó del
lugar, dejando marchitar lo que serían sus últimas
esperanzas. Lo que el más quería era tener sol propio,
brillar tan grande como el astro magno, pero no era más que
una luciérnaga a comparación de su padre.
Sin motivos para seguir adelante, el
príncipe abandono su búsqueda y decidió volver al palacio
del Rey, quien sin duda le daría escarmiento por haber
abandonado el reino y haber vuelto como si nada hubiese
pasado después de tanto tiempo. Camino lentamente con la
cabeza baja, queriendo alargar el tiempo en que se tardaría
para volver, pero nada más al salir de la ciudad…
-Somos seres extraños en una tierra
desconocida, ¿o no?-
El príncipe, asombrado de escuchar una
voz en aquella locación tan inhóspita, se volvió
apresuradamente y vio a un extraño ser. Estaba cubierto por
una capa vieja y sucia que le llegaba a los tobillos y una
capucha roída que le escondía hasta el brillo del alma. En
su mano izquierda poseía la empuñadura de un arma rota,
posiblemente del uso extenso que se le había dado y, en la
otra mano, tenía una especie de pañuelo plateado, con un
bordado de color blanco pureza.
-Vamos, es común esa reacción tuya-
Dijo el desconocido –No es necesario que lo disimules. Eres
hijo de un dios, y yo, un simple marginado. Un ser maldito
que está condenado a vivir por siempre en estas tierras
desoladas. Te he acompañado durante tu travesía, y la
verdad, es que me sorprende como no te rendiste ante tal
desaliento. Muchos se hubieran quedado atrapados por los
escombros de las nubes, o hubieran sido consumidos por las
incesantes llamas celestes, o se hubieran ahogado entre las
cenizas, o hubieran saltado hacia la luz del abismo, pero tú
no. Parece ser que tienes un temple de acero, así que por
eso, he de solicitar tu asistencia.-
El príncipe se sorprendió al oír estas
palabras, pues no se había percatado del espía en toda su
trayectoria, pero eso mismo lo tranquilizo, ya que indicaba
que no era hostil, ya que, si no fuera el caso, de seguro ya
lo hubiera matado. El marginado guardo su pañuelo y
continúo:
-He oído leyendas que hablan de una
campana prohibida, la cual te permitirá obtener cualquier
cosa que desees, siempre y cuando soportes tu castigo. Nadie
sabe que es lo que la protege, pero estoy seguro de que eso
no te detendrá. Entonces que dices, ¿nos ayudamos mutuamente
en estas tierras olvidadas?- Dijo el ser inmundo mientras
estiraba su brazo cubierto de telas mancilladas hacia el
príncipe.
El príncipe estuvo un tiempo quieto,
no sabía qué hacer. Un ser extraño llega de la nada y le
ofrece su mayor anhelo, pero, ¿qué es lo que la criatura
desea obtener? El príncipe levanto cautelosamente su mano y
la estrechó firmemente con aquel ser.
-Muchas gracias.- Dijo el ser mientras
guardaba su espada –El campanario está a cinco días a pie de
aquí. Si no tienes nada más que hacer, yo opino que nos
pongamos en marcha.- El ser maldito se dio la vuelta y el
caballero le siguió casi inmediatamente.
Pasaron cinco noches y, tal como había
dicho el ser, llegaron a una catedral abandonada. El
príncipe se asombró al ver el edificio, pues al parecer,
aparte de su reino, había más vida en este mundo: las
antiguas paredes estaban casi todas cubiertas por
enredaderas, las cuales se movían y crujían sin haber viento
alguno; Una arboleda cubría la parte trasera del edificio;
un riachuelo se alcanzaba a escuchar a la lejanía; y la
enorme puerta delantera, tan longeva como el resto del
edificio, permanecía intacta, cerrada, todavía con su color
original.
Los dos decidieron entrar, pues era el
último lugar al que podían acudir. Abrieron la puerta de par
en par, pero nada más al hacer esto se oyó el ruido de un
vidrio quebrarse. Habían roto el sello del guardián que
protegía el campanario del edificio.
Ambos entraron con sus armas en mano,
pues no pensaban rendirse ante lo primero que encontraran,
habían recorrido una gran distancia como para darse por
vencidos ahora.
Avanzaron lentamente, poniendo
atención a todo lo que les rodeaba, analizando las posibles
emboscadas, movimientos del enemigo y especulando como podía
ser éste.
Habían atravesado ya media sala,
cuando el marginado fue arrastrado desde sus pies. El
príncipe reacciono rápidamente y le sujeto del brazo para
evitar su secuestro. Mientras jaloneaban, el príncipe se
percató de una mujer, la cual se alzaba lentamente por
detrás con una daga, lista para apuñalarle por la espalda.
Al encontrarse en tal situación, tomo su espada y corto lo
que tenía agarrado al marginado, lo cual hizo que la mujer
aullara de dolor. Ambos espadachines observaron como la
mujer se alzaba del suelo, mostrando escamas en lugar de
piel y una larga cola en lugar de piernas. -¡Una Lamia!-
Exclamó sobresaltado el marginado, mientras retomaba su
postura de combate.
La lamia se enfureció por el hecho de
haberle cortado la punta de la cola, lo cual hizo que se
moviera de manera apresurada e iracunda. Ambos caballeros se
posicionaron a lados contrarios de la criatura, esperando
que esto la forzara a atacar a uno de los 2, dejando la
guardia baja para el otro. Pero ella se abalanzo rápidamente
contra el príncipe, mientras su cola estampo al marginado
contra la pared, dejándole inconsciente.
El príncipe esquivo con gracia el
ataque de la lamia, haciendo que esta fuera a chocar contra
los ornamentos de la catedral. Él se acercó lentamente,
caminando en semicírculo hacia el centro de la catedral. Su
espada ondulaba en el aire, y sus pasos iban a destiempo de
su arma, esperando que la lamia no predijera sus
movimientos. La reptil se levantó de inmediato, y, tan
rápido como el disparo de una flecha, ataco al príncipe,
logrando apenas desgarra un poco de sus ropas de viaje. Las
dos cuchillas entraron en una danza chispeante energética,
donde cada una devolvía el ataque de la otra. El príncipe
era tan rápido como la lamia, protegiéndose de cada uno de
los tajos de aquella iracunda criatura. Estaba tan
concentrado en el combate que se había olvidado
completamente de que ella tenía cola, la cual lo atrapo
desprevenido, levantándolo sobre 3 metros sobre el suelo,
solo para azotarlo fuertemente contra el piso una y otra y
otra vez. El príncipe estaba a punto de desmayarse por
tantos golpes, cuando de pronto…
-¡Yo te libero de tu existencia,
bestia inmunda!- Un estoque negro atravesó la dura piel de
la lamia, penetrando su corazón de piedra. El marginado
había salvado al príncipe. La cola dejo caer al caballero,
mientras que el pesado cuerpo ponzoñoso se empezó a deshacer
escama por escama en hermosas mariposas, las cuales se
elevaron por una grieta del techo hasta desaparecer en la
luz de la luna.
El marginado, ayudo al príncipe a
levantarse, el cual se dio cuenta de que su estoque volvía a
ser nada más que la empuñadura. Ambos se dirigieron a la
parte posterior de la iglesia, la cual, era la única con
acceso al campanario, desde ahí, solo quedaba subir.
Llegaron a la cúpula y la vieron: Una
campana de oro, la cual estaba exquisitamente detallada y
poseía grabados de las cuatro facciones de la guerra. Ambos
caballeros se dirigieron al majestuoso instrumento y
decidieron hacerla sonar juntos. El eco de esta fue una
melodía magnifica, tan armónica que deleitaba todos los
sentidos y se lograba alcanzar hasta los confines de la
tierra.
Ambos seres se vieron satisfechos,
pues sabían que este era el fin del viaje para ambos. El
príncipe le estiro el brazo al marginado, pero antes de
poderle responder, el ser maldito comenzó a envejecer. El
príncipe estaba aterrado, no sabía qué hacer. Los años
pasaban aceleradamente y él no podía hacer nada para
detenerlo. El marginado vio su expresión de terror y le
dijo:
-No te preocupes, esto es lo que
quería. Quería volver a estar vivo, sentir de nuevo la
brisa, volver a ver la luz, poder escuchar los susurros de
la vida. Soy un Obispo de Kather, nuestra misión era acabar
con tu padre, para eso la espada de oro oscuro, pero me
maldijo y termine en este estado. Toma, quiero que te quedes
con esto, mi estoque sagrado, que es capaz de anular los
poderes divinos y mi amuleto, desde el cual me escucha la
diosa del destino. Yo ya no lo necesitare donde me voy.
Recuerda que cuando necesites ayuda, siempre habrá alguien
para oírlo. Me alegro de haberte visto de nuevo, no te
rindas, espero que obtengas lo que buscas-.
El extraño ser se convirtió en nada
más que polvo siendo arrastrado por el céfiro que soplaba
desde el bosque, dejando atrás solamente los restos de su
humanidad: su espada quebrada y el talismán de seda plateada
que nunca soltó.
El príncipe se sintió triste por su
partida, pero sabía que esto era inevitable. Decidió
llevarse el arma del sabio, pues quería rendirle honores a
su camarada de armas como era debido cuando volviese al
palacio. Y el pañuelo lo guardo cerca del pecho, esperando
que sus plegarias fueran escuchadas por la diosa.
El príncipe guardo un minuto de
silencio en honor a su compañero. Una vez terminado el luto,
el joven miro a su alrededor, pues no veía rastro de que se
hubiera cumplido su deseo. Pasó ahí la noche, y a la mañana
siguiente, al ver que no se le había entregado nada, decidió
volver decepcionado al castillo de su padre.
Sin prisa pero ni pausa, el príncipe
se dirigió de nuevo al faro, ya que desde ahí podía ver el
camino de regreso hacia el reino. Al llegar a la ciudad
abandonada, se apresuró a llegar hasta donde estaba el faro,
pues algo había pasado que no le agradaba en absoluto: La
luz que resplandecía en lo alto del pilar se había apagado
por completo y ahora, el faro que se había permanecido
intacto, empezaba a hundirse en la arena.
Un sentimiento de angustia inundo el
corazón del joven, y decidió correr rumbo al palacio. El
príncipe estaba preocupado por lo que le hubiera podido
pasar a su padre, a sus hermanos, o incluso al reino. Corrió
sin descanso el trayecto de regreso:
Cruzo el puente en el foso de
esqueletos, los cuales estaban tratando de salir del gran
agujero lenta y torpemente. La luz del fondo ya no se
alcanzaba a ver, y las nubes venenosas eran más densas y
pestilentes que antes. Los gigantes se empezaban a alzar, y
uno de ellos rompió el puente justo cuando el príncipe lo
había atravesado.
Sin detenerse a observar la gran horda
de cadáveres formándose a su espalda, siguió corriendo hasta
el campo de niebla, donde casi instantáneamente encontró al
árbol por el cual había llegado. Mientras atravesaba tal
puente improvisado, observo como del cielo empezaban a caer
bolas de fuego del tamaño de casas. Y del fondo del lago, se
alzaban criaturas espectrales que en lugar de brazos, tenían
guadañas de fuego. El príncipe acelero aún más el paso al
reino.
Nunca había sentido tal pesar en su
corazón, ¿todo esto era culpa de su deseo? ¿Ese era el
castigo por desear tener luz propia? Todas estas ideas se le
arremolinaban en la cabeza mientras se acercaba a una zona
de tormentas. Desde el cielo caían seres con piel de
cristales, posiblemente, los ángeles que se habían
petrificado, ¡iban a atacar al reino! El príncipe saco su
espada y se abrió camino entre la multitud de cristalizados,
sin ralentizar su paso.
Tras cruzar tal batallón vio un
paisaje desolador: El reino de su padre estaba siendo
consumido por un abismo.
Se dirigió lo más rápido que pudo a
las puertas de la muralla y abriéndola de una sola patada
entro a la ciudad. Dentro, todos los ciudadanos estaban
siendo consumidos por la locura de su padre, se podía notar
en la carencia de cordura o recuerdos que podía cualquiera
tener bajo ese estado. Muchos ciudadanos intentaron atacar
al príncipe, pero este los esquivo y siguió con su carrera
al palacio. Al llegar vio que estaba sellada con magia. Pero
nada más al tocarla esta desapareció. Dentro encontró a sus
dos hermanos escondidos tras una ilusión de Selim.
–Decidimos escondernos de aquí hermano. Nuestro padre ha
enloquecido y no atiende a razones, no hemos logrado hacer
que nos escuche. Por favor, ayúdanos. Esta devorándose al
pueblo- Dijo Irina entre sollozos –Hermano, me alegro de que
volvieras, toma esto, te defenderá de la oscuridad de su
ser- Dijo Selim mientras le daba un escudo y se volvía a
ocultar con su hermana.
El príncipe, al encontrarse en tal
situación, se dirigió a la sala del trono, donde se encontró
a su padre, quien con una sonrisa que desfiguraba su rostro,
succionaba el alma de la gente del reino. Sus ojos estaban
vacíos, no mostraba signos de conciencia, y la luz que antes
irradiaba sobre él, ahora era una sombra que reflejaba el
vacío
El príncipe entro a la sala con la
frente en alto, esperando que el amuleto oyera su llamada de
auxilio. Tomo su espada y su escudo, y se acercó a su padre
quien, al sentir la mirada desafiante de su hijo, puso fin a
su banquete. Se levantó de la silla, tomo su espada que
estaba descansando el trono junto a él y…
¡Clank!
El choque de espadas rezumbo en todo
el reino. Padre e hijo se miraban fijamente a los ojos. El
príncipe sabía que esta sería la última vez que estarían
juntos, pues sea quien sea que saliera victorioso del
combate, el otro no sobreviviría.
El rey dio un salto hacia atrás,
haciendo que su hijo se desequilibrara, Momento que
aprovecho para abalanzarse sobre él. El príncipe se recuperó
lo suficientemente rápido como para poner su escudo en alto,
el cual absorbió toda la furia del impacto, haciendo que el
joven no recibiera daño alguno. El rey, rápidamente se
reincorporo a su postura de batalla y al instante lanzo una
ráfaga de golpes consecutivos. Cada golpe debilitaba el
escudo un poco más. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, el ruido del
acero contra acero sonaba como la tormenta se avecinaban
desde el sur. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, el príncipe, sabía
que ningún escudo seria capaz de aguantar tal castigo por
mucho tiempo. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, El rey había
perdido la cordura: No reconocía a su hijo, no reconocía a
su reino, no se reconocía a sí mismo. ¡Clank!...
El ruido del metal caerse inundo la
sala, el escudo se había partido en dos. El príncipe pudo
ver ambos ojos de su padre, los cuales carecían de
emociones. No sabía qué hacer, estaba frente a la furia
ciega de su padre, sin tener con que protegerse. El rey
levanto su espadón con ambas manos y… ¡Crash!
El príncipe, había rechazado el golpe
de la gran espada hacia el piso. Había sacado su segunda
espada. Una tan resistente como su espíritu, y otra tan
poderosa como su fe. Con esta combinación de armas, el
príncipe empezó a ondular las espadas al ritmo de su ímpetu.
El rey no le dio importancia alguna a esta nueva estrategia.
Levanto su pesada arma con las 2 manos, y de nuevo se
abalanzo contra él. El príncipe lo esquivo esta vez, pues no
podía detener ese ataque, seria mortal en ese estado. El rey
se volteó rápidamente contra su hijo y volvió a lanzarle
otra ráfaga incesante de golpes cortantes. El príncipe
esquivaba los que podía, y los que no, los rechazaba con un
ataque conjunto de ambas espadas. El príncipe seguía
teniendo pocas posibilidades de ganar.
En un momento de descuido, el rey se
tardó un poco más tiempo entre golpes, momento que aprovechó
el príncipe para posicionarse en la espalda y clavarle la
espada de oro oscuro. El rey gritó, pero no de dolor, si no
de ira. El oro no había hecho efecto contra él quien, al
parecer, había perdido sus poderes divinos. El príncipe se
alejó de él, no podía creer lo que veía, se había quedado
con solamente una espada, a su padre no le hizo efecto el
estoque anti-dioses, y estaba más enojado que nunca. El rey
se arrancó el arma de la espalda, rompiéndola en mil
pedazos. Giró su cabeza hacia su hijo, y lo miró con una
mirada inyectada de sangre.
De nuevo se preparó para
abalanzársele. El príncipe estaba pasmado, no tenía más
oportunidades contra su padre, no tenía como defenderse, no
tenía como atacarle ni tampoco mucho tiempo como para
esquivarlo. Por la ventana se podía ver el ejercito de
renacidos que pensaban asediar el castillo. El rey tomó
impulso, empuñó su espada con fuerza, corrió rumbo al
príncipe…. ¡Crash!
El príncipe, apenas había esquivado el
ataque, pues le alcanzo a abrir una herida en el brazo
izquierdo, el cual empezaba a desangrarse. Casi al mismo
instante, el rey comenzó de nuevo su ráfaga de ataques
cuando… ¡shhk!
Una flecha rozo la mejilla del rey,
haciendo que esta sangrara. –Hemos venido a ayudarte
hermano- Dijo Selim, quien poseía un arco gigante que
difícilmente un humano pudiera usar. –Trataremos de ayudarte
en lo que más podamos.- Dijo Irina mientras cargaba un
carcaj con flechas del tamaño de lanzas.
El rey se enojó aún más al ver a estos
dos tratando de proteger al príncipe. Giro completamente su
cuerpo hacia ellos y se abalanzo sin dar señal de lo que iba
hacer a continuación. Su golpe fue un impacto directo tan
fuerte, que ambos dioses salieron disparados por la pared
del palacio. El rey se dio media vuelta para ver al
caballero tumbado en el piso, pero no lo encontró tirado, se
había levantado. Uso el pañuelo de plata para vendarse la
hemorragia y poder seguir luchando por más tiempo. El rey
dejó mostrar una ligera sonrisa, pues se alegraba de que no
iba a ser tan fácil su pelea. El príncipe tomo su fiel
espada y el rey, su imponente espadón. ¡Clank!
De nuevo las espadas volvieron a
chocar. Esta vez el sonido fue tan fuerte que rompió el
vidrio de las ventanas. Esto dejo entrar a la lluvia de la
tormenta que empezaba a caer sobre el reino. El príncipe vio
cómo se acercaba el ejército de sombras al castillo. Estaba
claro que no podía demorarse mucho más tiempo.
El rey volvió a empuñar su espada a
dos manos, pero esta vez, salto encima de su hijo. Este lo
esquivo torpemente, ya que estaba algo débil debido a su
herida anterior. Esta vez, el rey tardo en incorporarse,
pues al parecer, estaba ya algo cansado de lo larga de la
pelea. Ambos espadachines se incorporaron en sus posturas de
batalla. Caminaron el semicírculo lentamente, para ver quien
atacaría primero. Un paso, dos pasos, tres, cuatro… Ninguno
de los dos se atrevía a realizar ningún movimiento, pues
quien fuera que atacara, dejaría la guardia baja para su
contrincante. ¡ZAS! Un relámpago ilumino toda la habitación.
El príncipe tomo su espada y se lanzó contra el Rey, quien
hizo lo mismo contra su hijo. Antes de que el rey realizara
su ataque con éxito, el príncipe dirigió su espada para
hacerla chocar contra la de su padre, haciendo que esta
última rezumbara tan fuerte que saliera volando de los
brazos de su dueño.
Sin espada en mano, el Rey fue a
estamparse de cara contra el suelo. El príncipe volteo para
ver como el rey se reincorporaba como si nada. El príncipe
no bajo la guardia, pues sabía que su padre era mortal
incluso con las manos desnudas, y en efecto ¡Fiuuu! Un
puñetazo rozo la cara del príncipe, quien logró esquivarlo
justo a tiempo. Este aprovecho la guardia baja de su padre
para clavarle su espada en el lado izquierdo de su cuerpo.
El rey se hincó del dolor que le era producido. El príncipe
sentía su corazón desgarrado por el sufrimiento que le
causaba a su padre, pero sabía que si quería salvar al
reino, este era el único método.
Sacó la espada sangrienta del interior
su padre, la empuñó con las dos manos y… La corona salió
rodando por el suelo. El duelo había terminado. ¿Lo único
que tenía que hacer era ponerse la corona y proclamarse rey?
Pero, ¿De qué sirve un rey si no hay reino?
Camino lentamente hacia la corona
manchada de la sangre de su padre. La tomó entre sus manos y
se la colocó encima de su cabeza.
Casi al instante de hacer esto, el
príncipe sintió de nuevo una calidez dentro de su ser, se
había encendido el sol en el reino. Las nubes empezaban a
dispersarse, la gente comenzaba a despertar de sus
pesadillas. Y las criaturas del páramo empezaban a
disolverse como si de azúcar en el agua se tratara. Todo
comenzaba a renacer. Sin embargo, el príncipe se sentía
acabado, sentía que no iba a vivir mucho tiempo ya que la
batalla fue intensa y desgastó sus energías.
Se dirigió a las afueras del palacio
en busca de sus hermanos, quienes le esperaban en las
puertas de éste mismo.
–Lo hiciste hermano, acabaste con esta
locura- Dijo Selim mientras le abrazaba.
-Nadie quería dañar a nuestro padre,
pero cuando te fuiste casi al instante cambio su
comportamiento, como si tú nos hubieras protegido de él todo
este tiempo. Me alegro de que esto haya acabado- dijo Irina
mientras saltaba hacia su hermano para abrazarle.
A la mañana siguiente se realizó el
entierro del Rey en la tumba real, a la cual asistieron
todos los habitantes del reino, quienes, a pesar de lo que
les hizo, le seguían guardando cariño y un gran respeto.
También se realizó la ceremonia en honor al obispo de Kather,
a la cual solo asistió el nuevo Rey, quien agradecía por
todo a la diosa, la cual, sin lugar a dudas le protegió en
todo momento.
Al salir de la capilla, alzo su cara
al nuevo sol y con el corazón en la mano, le susurro al
viento: –Gracias madre…-
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