Acatlán
Acaxochitlán

Actopan
Agua Blanca
Ajacuba
Alfajayucan
Almoloya
Apan
Arenal
Atitalaquia
Atlapexco
Atotonilco de Tula
Atotonilco el grande
Calnali
Cardonal
Cuautepec
Chapantongo
Chapulhuacán
Chilcuautla
Eloxochitlán
Emiliano Zapata
Epazoyucan
Huasca
Huautla
Huazalingo
Huehuetla
Huejutla
Huichapan
Ixmiquilpan
Jacala
Jaltocán
Juárez Hidalgo
Lolotla
Metepec
Metzquititlán
Metztitlán
Mineral del Chico
Mineral del Monte
Misión
Mixquiahuala
Molango
Nicolás Flores
Nopala
Omitlán
Orizatlán
Pacula
Pachuca
Pachuquilla
Pisaflores
Progreso
San Salvador
Santiago de Anaya
Singuilucan
Tasquillo
Tecozautla
Tenango de Doria
Tepatepec
Tepeapulco
Tepehuacán
Tepeji del Río
Tepetitlán
Tetepango
Tezontepec El Grande
Tezontepec de Aldama
Tianguistengo
Tizayuca
Tlahuelilpan
Tlahuiltepa
Tlanalapa
Tlanchinol
Tlaxcoapan
Tlaxiaca
Tolcayuca
Tula
Tulancingo
Tulantepec
Tutotepec
Xochiatipan
Xochicoatlán
Yahualica
Zacualtipán
Zempoala
Zapotlán
Zimapán

   
  Aquel que clavó sus colmillos en Dios (Cuento)
León Felipe López González
  leonfelipelopezgo@hotmail.com
 

24 de septiembre de 2015

En un reino lejano, cuyo nombre se había perdido con el tiempo, el cual, estaba rodeado de paramos desolados y en él, la vida florecía: Las plantas crecían verde esmeralda, las flores tenían colores brillantes y la gente, la gente tenía una vida prospera y saludable. La ciudad era magnifica, y el palacio del rey, alzándose sobre todo lo demás, dominaba la inmensa llanura que conformaba el reino.

En ese palacio, el rey también conocido como Dios de la Luz Solar, quien procuraba todo lo necesario a su ciudad, tuvo  hijos:
El menor era Selim, quien al haber nacido como dios de la luna, se le trato como una dama toda su vida. Su hija de en medio: Irina, princesa de gran belleza e inteligencia, diosa de las estrellas y los movimientos astrales. Y su primogénito, quien nadie en el reino se atrevía a decir su nombre, ya que, según los rumores que se oyen en barrios bajos, éste había sido desterrado por el mismísimo rey, y estaba prohibido decir su nombre en voz alta.

Nuestra historia comienza con este último vástago, quien en realidad, no fue desterrado por su padre, sino que abandonó el reino, ya que no quería vivir siendo un simple reflejo de la luz de su progenitor. En cambio, él quería generar luz propia, quería tener su propio sol, aunque no tuviera los mismos poderes que los otros dioses.

Con esta idea inundando su cabeza, el príncipe se dirigió rumbo al sur, pues se enteró que existió hace mucho tiempo una civilización antigua capaz de crear luz por medio de magia. Había leído en la biblioteca del duque, que esta civilización de magos era aún más antigua que la guerra de los diez siglos, en la cual habían luchado las brujas ígneas, los ángeles espejo, los demonios del abismo, y los caballeros del sol. Según lo que estaba escrito, los magos vivieron en uno de los cuatro “despojos de la guerra”, que recibían tal nombre por el hecho de haber sido los asentamientos de cada uno de los bandos durante la cruzada, actualmente destrozados por el tiempo.

Fue así como el príncipe decidió comenzar su viaje hacia el sur, sin nada más que su fiel espada como compañía, pues nadie sabía lo que le deparaba al joven espadachín.

Caminó durante siete días sin descanso, y, al llegar al punto más alto de un monte, vio a la lejanía el primer despojo: En lo alto de unas nubes blancas, se asomaba una ciudadela de diamantes, con un enorme palacio, campanarios extensos, librerías inmensas, e innumerables cantidad de monumentos. De la nube descendía hasta el piso una enorme escalera, siendo cada escalón de alguna piedra preciosa distinta.

El príncipe, al ver esto, apresuró su paso hasta el inicio de tan impresionante escalinata, puesto que esperaba encontrar su sol en tal nubarrón. Más al llegar al primer escalón, vio un gran desierto hecho de arena transparente, pues la escalera se había erosionado por el paso del tiempo y, al igual que la  ciudad, estaba debilitada por las batallas.

El príncipe no quería detenerse ahí, estaba decidido en subir el primer escalón, cuando de pronto escucho un horrible estruendo: una torre del reloj se había precipitado hasta el suelo. Volteo su mirada al cielo y vio cómo se desprendían enormes trozos de los edificios flotantes. Al detectar el gran peligro que corría en ese lugar, lo abandono en el acto, dirigiéndose hacia el sur, dejando atrás la lluvia de escombros y un poco de esperanzas.

Pasaron dos semanas sin que el príncipe viera rastro o señal alguna, hasta que diviso a la lejanía altas torres que se elevaban al cielo. El príncipe asombrado de haber encontrado lo que podían ser monumentos erigidos por un reino vecino, se dirigió hacia allá enseguida, solo para darse cuenta que los grandes pilares que se alzaban hasta el infinito del cielo azul, no eran más que árboles. Había encontrado el segundo Despojo:

Un gran lago, el cual era tan inmenso como el mar y tan profundo cual la tierra misma. En lugar de arena o piedra, El cuerpo de agua tenía como litoral una ceniza grisácea clara. Desde las cenizas, crecían a lo alto y ancho majestuosos seres dormidos. Plantas que tenían madera tan dura como piedra volcánica, y podían llegar a ser tan viejos como el tiempo mismo.

El paisaje estaba cubierto todo por una leve niebla, la cual apenas bloqueaba la mirada. El príncipe avanzo cerca del agua, pues quería saber que había en ese territorio para él.

Caminó un buen rato hasta que encontró un extraño puente colgante en medio del agua. Este parecía llevar al interior de uno de estos árboles y, sin meditarlo mucho, decidió ir a explorar, teniendo fe en que su astro podría guardarlo alguno de estos seres.

Dentro del árbol se encontró con una firme raíz que bajaba desde la copa del árbol. Y, al ser la única dirección que tenía, decidió comenzar la subida por tal fibra. Se tardó un día en llegar a la cima, y al llegar a donde seguramente ninguna vez había ido cualquier mortal, alzo la mirada al cielo, solo para poder admirar un arbusto ardiendo majestuosamente por llamas de color rojo escarlata que crecía en el árbol de piedra. Miro a su alrededor para ver si había algo para el en aquella estratosfera, pero solo lograba ver más arbustos ardientes en los árboles de piedra contiguos

La flameante planta estaba casi extinguida, pues nadie podía saber desde hace cuánto tiempo estaba consumiéndose por las llamas. El príncipe vio asombrado el espectáculo de luces que era producido por la danza de las ascuas ascendentes y los titilantes destellos de las gemas del cielo; pero, en el fondo de su ser, sabía que esto no era lo que él estaba buscando buscaba.

Después de haber visto tal espectáculo, el príncipe se dirigió al espiral para regresar al suelo, pues no quería tener más tiempo de lo necesario su mente sobre las nubes. Se tardó menos tiempo en regresar a tierra firme, pues es bien sabido que es más fácil bajar que subir. Una vez fuera del gran árbol hueco, el príncipe busco por los alrededores un método de atravesar el gran lago, deseaba seguir con su travesía.

Caminó lo que serían tres kilómetros, hasta que encontró un árbol de piedra tumbado desde la orilla. El príncipe se sorprendió al encontrarse con tal pilar derrumbado, pues se requeriría tener la fuerza de un coloso para tumbarlo, pues era obvio que ni siquiera el mismísimo Cronos había podido contra ellos.

El príncipe medito sus opciones y, pasado un tiempo, decidió atravesar el lago por medio del tronco, pues esperaba que al ser tan altos los árboles en pie, serían lo suficientemente largos para llegar al otro extremo del lago.

Tardo lo mismo que le costó la bajada, ya que el camino fue completamente recto y sin dificultades, aunque el lugar tenía una niebla cada vez más densa al avanzar. Al llegar al otro lado, el príncipe, aun queriendo seguir hacia adelante, tenía algo que le inquietaba bastante: había perdido el rumbo.

Sin saber qué dirección tomar, y sin poder consultar a las estrellas en ese nuboso lugar, decidió vagabundear sin dirección fija, esperando que al atravesar tal campo de niebla pudiera ubicarse mejor.

Caminó y caminó durante lo que le parecía una eternidad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que atravesó el lago? Era difícil contestar esa pregunta, pues en ese lugar parecía que el tiempo se había detenido.

El príncipe, todavía con pocas esperanzas de que pudiera encontrar su sol, no se pensaba rendir hasta que lograra atravesar la neblina que rodeaba ese misterioso lugar. Al cabo un rato, el príncipe logro ver como poco a poco se esclarecía la imagen, dejándole ver más allá de unos cuantos pasos.

El paisaje que se abría frente a sus ojos era impresionantemente desolador, pues no se lograba divisar forma de vida o edificación alguna: era un yermo completamente seco y desolado.

El príncipe, al estar ahora en una zona despejada, decidió mirar al cielo para ver si encontraba alguna señal que le dijera hacia dónde dirigirse. Pero nada, el príncipe no lograba identificar ninguna de las estrellas, pues nunca nadie había logrado llegar tan lejos del reino. Sin saber a dónde dirigirse realmente, decidió avanzar a la única colina que se lograba observar a lo lejos, esperando poderse orientar desde esa altura.

Así pues, el príncipe se dirigió para allá, pero justo antes de llegar, sintió cono el suelo se sacudía con furia. El príncipe miro a su alrededor, pues quería saber que era lo que generaba tal seísmo. Detrás de la colina observo como se elevaba una enorme columna de humo negro y rápidamente se desvanecía en el azul del cielo.

Nuestro protagonista se dirigió a lo alto del monte, para obtener una idea acerca de esta nube, y lo que encontró lo dejo anonadado:

Una gran grieta que se extendía a lo largo del desolado paisaje. Era tan grande que fácilmente podría tragarse a su reino entero y, por si eso fuera poco, exhalaba una nube de peste negra que mataría a cualquier ser vivo al instante.

El príncipe vio un puente colgante que atravesaba tal sumidero, y decidió cruzar por ahí. Al llegar a donde daba comienzo, se dio cuenta de lo que había dentro del pozo: esqueletos deformados de criaturas desconocidas, y cráneos humanos tan altos como lo son cinco hombres, cada uno apilado encima de los hombros de otro. Este era el tercer despojo.

El príncipe se sorprendió al ver tal cantidad de cadáveres en un solo lugar. Pero sabía que no podía detenerse ahí. Estaba decidido en cruzar el enorme puente colgante que ataba ambas orillas.

Conforme el príncipe avanzaba por tal pasadera, vio al fondo del abismo una brillante luz azul cristalina que refulgía con mucha fuerza. Al príncipe le pareció una luz muy hermosa y, aunque quería aventarse del puente por ella, no lo hizo, pues sabía que si se aventaba no habría forma alguna de volver. Así que le dejo atrás, dejando apagar la luz y las esperanzas de encontrar su sol.

Había llegado al otro lado de la interminable plataforma y del foso, cuando casi al instante vio al otro lado del horizonte una señal, posiblemente del destino: Un gran faro que se alzaba sobre las llanuras.

El príncipe se alegró, pues creyó que su búsqueda llegaba a su fin. Se dirigió con prisa a la enorme lámpara, con la esperanza de que su sol se hallara en tal monumento. Conforme se iba acercando, vio como del suelo se asomaban casas y edificios destruidos, hundidos casi completamente bajo la arena.

El príncipe paseo por las calles de la polis sumergida, pues estaba seguro de que en ella se debería guardar alguno de esos magníficos hechizos creadores de luz  pero al no encontrar nada en absoluto en las casas abandonadas se dirigió al faro.

Estaba ya frente al faro, el cual parecía tener una barrera protectora, pues la arena no había cubierto todavía la entrada. El príncipe, al ver que tenía vía libre hacia el portón, decidió acercarse a abrirlo. Pero nada más tocando el picaporte se detuvo, pues en la puerta estaba marcado el escudo de armas de su padre.

Sin pensarlo 2 veces se alejó del lugar, dejando marchitar lo que serían sus últimas esperanzas. Lo que el más quería era tener sol  propio, brillar tan grande como el astro magno, pero no era más que una luciérnaga a comparación de su padre.

Sin motivos para seguir adelante, el príncipe abandono su búsqueda y decidió volver al palacio del Rey, quien sin duda le daría escarmiento por haber abandonado el reino y haber vuelto como si nada hubiese pasado después de tanto tiempo. Camino lentamente con la cabeza baja, queriendo alargar el tiempo en que se tardaría para volver, pero nada más al salir de la ciudad…

-Somos seres extraños en una tierra desconocida, ¿o no?-

El príncipe, asombrado de escuchar una voz en aquella locación tan inhóspita, se volvió apresuradamente y vio a un extraño ser. Estaba cubierto por una capa vieja y sucia que le llegaba a los tobillos y una capucha roída que le escondía hasta el brillo del alma. En su mano izquierda poseía la empuñadura de un arma rota, posiblemente del uso extenso que se le había dado y, en la otra mano, tenía una especie de pañuelo plateado, con un bordado de color blanco pureza.

-Vamos, es común esa reacción tuya- Dijo el desconocido –No es necesario que lo disimules. Eres hijo de un dios, y yo, un simple marginado. Un ser maldito que está condenado a vivir por siempre en estas tierras desoladas. Te he acompañado durante tu travesía, y la verdad, es que me sorprende como no te rendiste ante tal desaliento. Muchos se hubieran quedado atrapados por los escombros de las nubes, o hubieran sido consumidos por las incesantes llamas celestes, o se hubieran ahogado entre las cenizas, o hubieran saltado hacia la luz del abismo, pero tú no. Parece ser que tienes un temple de acero, así que por eso, he de solicitar tu asistencia.-

El príncipe se sorprendió al oír estas palabras, pues no se había percatado del espía en toda su trayectoria, pero eso mismo lo tranquilizo, ya que indicaba que no era hostil, ya que, si no fuera el caso, de seguro ya lo hubiera matado. El marginado guardo su pañuelo y continúo:

-He oído leyendas que hablan de una campana prohibida, la cual te permitirá obtener cualquier cosa que desees, siempre y cuando soportes tu castigo. Nadie sabe que es lo que la protege, pero estoy seguro de que eso no te detendrá. Entonces que dices, ¿nos ayudamos mutuamente en estas tierras olvidadas?- Dijo el ser inmundo mientras estiraba su brazo cubierto de telas mancilladas hacia el príncipe.

El príncipe estuvo un tiempo quieto, no sabía qué hacer. Un ser extraño llega de la nada y le ofrece su mayor anhelo, pero, ¿qué es lo que la criatura desea obtener? El príncipe levanto cautelosamente su mano y la estrechó firmemente con aquel ser.

-Muchas gracias.- Dijo el ser mientras guardaba su espada –El campanario está a cinco días a pie de aquí. Si no tienes nada más que hacer, yo opino que nos pongamos en marcha.- El ser maldito se dio la vuelta y el caballero le siguió casi inmediatamente.

Pasaron cinco noches y, tal como había dicho el ser, llegaron a una catedral abandonada. El príncipe se asombró al ver el edificio, pues al parecer, aparte de su reino, había más vida en este mundo: las antiguas paredes estaban casi todas cubiertas por enredaderas, las cuales se movían y crujían sin haber viento alguno; Una arboleda cubría la parte trasera del edificio; un riachuelo se alcanzaba a escuchar a la lejanía; y la enorme puerta delantera, tan longeva como el resto del edificio, permanecía intacta, cerrada, todavía con su color original.

Los dos decidieron entrar, pues era el último lugar al que podían acudir. Abrieron la puerta de par en par, pero nada más al hacer esto se oyó el ruido de un vidrio quebrarse. Habían roto el sello del guardián que protegía el campanario del edificio.

Ambos entraron con sus armas en mano, pues no pensaban rendirse ante lo primero que encontraran, habían recorrido una gran distancia como para darse por vencidos ahora.

Avanzaron lentamente, poniendo atención a todo lo que les rodeaba, analizando las posibles emboscadas, movimientos del enemigo y especulando como podía ser éste.

Habían atravesado ya media sala, cuando el marginado fue arrastrado desde sus pies. El príncipe reacciono rápidamente y le sujeto del brazo para evitar su secuestro. Mientras jaloneaban, el príncipe se percató de una mujer, la cual se alzaba lentamente por detrás con una daga, lista para apuñalarle por la espalda. Al encontrarse en tal situación, tomo su espada y corto lo que tenía agarrado al marginado, lo cual hizo que la mujer aullara de dolor. Ambos espadachines observaron como la mujer se alzaba del suelo, mostrando escamas en lugar de piel y una larga cola en lugar de piernas. -¡Una Lamia!- Exclamó sobresaltado el marginado, mientras retomaba su postura de combate.

La lamia se enfureció por el hecho de haberle cortado la punta de la cola, lo cual hizo que se moviera de manera apresurada e iracunda. Ambos caballeros se posicionaron a lados contrarios de la criatura, esperando que esto la forzara a atacar a uno de los 2, dejando la guardia baja para el otro. Pero ella se abalanzo rápidamente contra el príncipe, mientras su cola estampo al marginado contra la pared, dejándole inconsciente.

El príncipe esquivo con gracia el ataque de la lamia, haciendo que esta fuera a chocar contra los ornamentos de la catedral. Él se acercó lentamente, caminando en semicírculo hacia el centro de la catedral. Su espada ondulaba en el aire, y sus pasos iban a destiempo de su arma, esperando que la lamia no predijera sus movimientos. La reptil se levantó de inmediato, y, tan rápido como el disparo de una flecha, ataco al príncipe, logrando apenas desgarra un poco de sus ropas de viaje. Las dos cuchillas entraron en una danza chispeante energética, donde cada una devolvía el ataque de la otra. El príncipe era tan rápido como la lamia, protegiéndose de cada uno de los tajos de aquella iracunda criatura. Estaba tan concentrado en el combate que se había olvidado completamente de que ella tenía cola, la cual lo atrapo desprevenido, levantándolo sobre 3 metros sobre el suelo, solo para azotarlo fuertemente contra el piso una y otra y otra vez. El príncipe estaba a punto de desmayarse por tantos golpes, cuando de pronto…

-¡Yo te libero de tu existencia, bestia inmunda!- Un estoque negro atravesó la dura piel de la lamia, penetrando su corazón de piedra. El marginado había salvado al príncipe. La cola dejo caer al caballero, mientras que el pesado cuerpo ponzoñoso se empezó a deshacer escama por escama en hermosas mariposas, las cuales se elevaron por una grieta del techo hasta desaparecer en la luz de la luna.

El marginado, ayudo al príncipe a levantarse, el cual se dio cuenta de que su estoque volvía a ser nada más que la empuñadura. Ambos se dirigieron a la parte posterior de la iglesia, la cual, era la única con acceso al campanario, desde ahí, solo quedaba subir.

Llegaron a la cúpula y la vieron: Una campana de oro, la cual estaba exquisitamente detallada y poseía grabados de las cuatro facciones de la guerra. Ambos caballeros se dirigieron al majestuoso instrumento y decidieron hacerla sonar juntos. El eco de esta fue una melodía magnifica, tan armónica que deleitaba todos los sentidos y se lograba alcanzar hasta los confines de la tierra.

Ambos seres se vieron satisfechos, pues sabían que este era el fin del viaje para ambos. El príncipe le estiro el brazo al marginado, pero antes de poderle responder, el ser maldito comenzó a envejecer. El príncipe estaba aterrado, no sabía qué hacer. Los años pasaban aceleradamente y él no podía hacer nada para detenerlo. El marginado vio su expresión de terror y le dijo:

-No te preocupes, esto es lo que quería. Quería volver a estar vivo, sentir de nuevo la brisa, volver a ver la luz, poder escuchar los susurros de la vida. Soy un Obispo de Kather, nuestra misión era acabar con tu padre, para eso la espada de oro oscuro, pero me maldijo y termine en este estado. Toma, quiero que te quedes con esto, mi estoque sagrado, que es capaz de anular los poderes divinos y mi amuleto, desde el cual me escucha la diosa del destino. Yo ya no lo necesitare donde me voy. Recuerda que cuando necesites ayuda, siempre habrá alguien para oírlo. Me alegro de haberte visto de nuevo, no te rindas, espero que obtengas lo que buscas-.

El extraño ser se convirtió en nada más que polvo siendo arrastrado por el céfiro que soplaba desde el bosque, dejando atrás solamente los restos de su humanidad: su espada quebrada y el talismán de seda plateada que nunca soltó.

El príncipe se sintió triste por su partida, pero sabía que esto era inevitable. Decidió llevarse el arma del sabio, pues quería rendirle honores a su camarada de armas como era debido cuando volviese al palacio. Y el pañuelo lo guardo cerca del pecho, esperando que sus plegarias fueran escuchadas por la diosa.

El príncipe guardo un minuto de silencio en honor a su compañero. Una vez terminado el luto, el joven miro a su alrededor, pues no veía rastro de que se hubiera cumplido su deseo. Pasó ahí la noche, y a la mañana siguiente, al ver que no se le había entregado nada, decidió volver decepcionado al castillo de su padre.

Sin prisa pero ni pausa, el príncipe se dirigió de nuevo al faro, ya que desde ahí podía ver el camino de regreso hacia el reino. Al llegar a la ciudad abandonada, se apresuró a llegar hasta donde estaba el faro, pues algo había pasado que no le agradaba en absoluto: La luz que resplandecía en lo alto del pilar se había apagado por completo y ahora, el faro que se había permanecido intacto, empezaba a hundirse en la arena.

Un sentimiento de angustia inundo el corazón del joven, y decidió correr rumbo al palacio. El príncipe estaba preocupado por lo que le hubiera podido pasar a su padre, a sus hermanos, o incluso al reino. Corrió sin descanso el trayecto de regreso:

Cruzo el puente en el foso de esqueletos, los cuales estaban tratando de salir del gran agujero lenta y torpemente. La luz del fondo ya no se alcanzaba a ver, y las nubes venenosas eran más densas y pestilentes que antes. Los gigantes se empezaban a alzar, y uno de ellos  rompió el puente justo cuando el príncipe lo había atravesado.

Sin detenerse a observar la gran horda de cadáveres formándose a su espalda, siguió corriendo hasta el campo de niebla, donde casi instantáneamente encontró al árbol por el cual había llegado. Mientras atravesaba tal puente improvisado, observo como del cielo empezaban a caer bolas de fuego del tamaño de casas. Y del fondo del lago, se alzaban criaturas espectrales que en lugar de brazos, tenían guadañas de fuego. El príncipe acelero aún más el paso al reino.

Nunca había sentido tal pesar en su corazón, ¿todo esto era culpa de su deseo? ¿Ese era el castigo por desear tener luz propia? Todas estas ideas se le arremolinaban en la cabeza mientras se acercaba a una zona de tormentas. Desde el cielo caían seres con piel de cristales, posiblemente, los ángeles que se habían petrificado, ¡iban a atacar al reino! El príncipe saco su espada y se abrió camino entre la multitud de cristalizados, sin ralentizar su paso.

Tras cruzar tal batallón vio un paisaje desolador: El reino de su padre estaba siendo consumido por un abismo.

Se dirigió lo más rápido que pudo a las puertas de la muralla y abriéndola de una sola patada entro a la ciudad. Dentro, todos los ciudadanos estaban siendo consumidos por la locura de su padre, se podía notar en la carencia de cordura o recuerdos que podía cualquiera tener bajo ese estado. Muchos ciudadanos intentaron atacar al príncipe, pero este los esquivo y siguió con su carrera al palacio. Al llegar vio que estaba sellada con magia. Pero nada más al tocarla esta desapareció. Dentro encontró a sus dos hermanos escondidos tras una ilusión de Selim. –Decidimos escondernos de aquí hermano. Nuestro padre ha enloquecido y no atiende a razones, no hemos logrado hacer que nos escuche. Por favor, ayúdanos. Esta devorándose al pueblo- Dijo Irina entre sollozos –Hermano, me alegro de que volvieras, toma esto, te defenderá de la oscuridad de su ser- Dijo Selim mientras le daba un escudo y se volvía a ocultar con su hermana.

El príncipe, al encontrarse en tal situación, se dirigió a la sala del trono, donde se encontró a su padre, quien con una sonrisa que desfiguraba su rostro, succionaba el alma de la gente del reino. Sus ojos estaban vacíos, no mostraba signos de conciencia, y la luz que antes irradiaba sobre él, ahora era una sombra que reflejaba el vacío

El príncipe entro a la sala con la frente en alto, esperando que el amuleto oyera su llamada de auxilio. Tomo su espada y su escudo, y se acercó a su padre quien, al sentir la mirada desafiante de su hijo, puso fin a su banquete. Se levantó de la silla, tomo su espada que estaba descansando el trono junto a él y…

¡Clank!

El choque de espadas rezumbo en todo el reino. Padre e hijo se miraban fijamente a los ojos. El príncipe sabía que esta sería la última vez que estarían juntos, pues sea quien sea que saliera victorioso del combate, el otro no sobreviviría.

El rey dio un salto hacia atrás, haciendo que su hijo se desequilibrara, Momento que aprovecho para abalanzarse sobre él. El príncipe se recuperó lo suficientemente rápido como para poner su escudo en alto, el cual absorbió toda la furia del impacto, haciendo que el joven no recibiera daño alguno. El rey, rápidamente se reincorporo a su postura de batalla y al instante lanzo una ráfaga de golpes consecutivos. Cada golpe debilitaba el escudo un poco más. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, el ruido del acero contra acero sonaba como la tormenta se avecinaban desde el sur. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, el príncipe, sabía que ningún escudo seria capaz de aguantar tal castigo por mucho tiempo. ¡Clank!, ¡Clank!, ¡Clank!, El rey había perdido la cordura: No reconocía a su hijo, no reconocía a su reino, no se reconocía a sí mismo. ¡Clank!...

El ruido del metal caerse inundo la sala, el escudo se había partido en dos. El príncipe pudo ver ambos ojos de su padre, los cuales carecían de emociones. No sabía qué hacer, estaba frente a la furia ciega de su padre, sin tener con que protegerse. El rey levanto su espadón con ambas manos y… ¡Crash!

El príncipe, había rechazado el golpe de la gran espada hacia el piso. Había sacado su segunda espada. Una tan resistente como su espíritu, y otra tan poderosa como su fe. Con esta combinación de armas, el príncipe empezó a ondular las espadas al ritmo de su ímpetu. El rey no le dio importancia alguna a esta nueva estrategia. Levanto su pesada arma con las 2 manos, y de nuevo se abalanzo contra él. El príncipe lo esquivo esta vez, pues no podía detener ese ataque, seria mortal en ese estado. El rey se volteó rápidamente contra su hijo y volvió a lanzarle otra ráfaga incesante de golpes cortantes. El príncipe esquivaba los que podía, y los que no, los rechazaba con un ataque conjunto de ambas espadas. El príncipe seguía teniendo pocas posibilidades de ganar.

En un momento de descuido, el rey se tardó un poco más tiempo entre golpes, momento que aprovechó el príncipe para posicionarse en la espalda y clavarle la espada de oro oscuro. El rey gritó, pero no de dolor, si no de ira. El oro no había hecho efecto contra él quien, al parecer, había perdido sus poderes divinos. El príncipe se alejó de él, no podía creer lo que veía, se había quedado con solamente una espada, a su padre no le hizo efecto el estoque anti-dioses, y estaba más enojado que nunca. El rey se arrancó el arma de la espalda, rompiéndola en mil pedazos. Giró su cabeza hacia su hijo, y lo miró con una mirada inyectada de sangre.

De nuevo se preparó para abalanzársele. El príncipe estaba pasmado, no tenía más oportunidades contra su padre,  no tenía como defenderse, no tenía como atacarle ni tampoco mucho tiempo como para esquivarlo. Por la ventana se podía ver el ejercito de renacidos que pensaban asediar el castillo. El rey tomó impulso, empuñó su espada con fuerza, corrió rumbo al príncipe…. ¡Crash!

El príncipe, apenas había esquivado el ataque, pues le alcanzo a abrir una herida en el brazo izquierdo, el cual empezaba a desangrarse. Casi al mismo instante, el rey comenzó de nuevo su ráfaga de ataques cuando… ¡shhk!

Una flecha rozo la mejilla del rey, haciendo que esta sangrara. –Hemos venido a ayudarte hermano- Dijo Selim, quien poseía un arco gigante que difícilmente un humano pudiera usar. –Trataremos de ayudarte en lo que más podamos.- Dijo Irina mientras cargaba un carcaj con flechas del tamaño de lanzas.

El rey se enojó aún más al ver a estos dos tratando de proteger al príncipe. Giro completamente su cuerpo hacia ellos y se abalanzo sin dar señal de lo que iba hacer a continuación. Su golpe fue un impacto directo tan fuerte, que ambos dioses salieron disparados por la pared del palacio. El rey se dio media vuelta para ver al caballero tumbado en el piso, pero no lo encontró tirado, se había levantado. Uso el pañuelo de plata para vendarse la hemorragia y poder seguir luchando por más tiempo. El rey dejó mostrar una ligera sonrisa, pues se alegraba de que no iba a ser tan fácil su pelea. El príncipe tomo su fiel espada y el rey, su imponente espadón. ¡Clank!

De nuevo las espadas volvieron a chocar. Esta vez el sonido fue tan fuerte que rompió el vidrio de las ventanas. Esto dejo entrar a la lluvia de la tormenta que empezaba a caer sobre el reino. El príncipe vio cómo se acercaba el ejército de sombras al castillo. Estaba claro que no podía demorarse mucho más tiempo.

El rey volvió a empuñar su espada a dos manos, pero esta vez, salto encima de su hijo. Este lo esquivo torpemente, ya que estaba algo débil debido a su herida anterior. Esta vez, el rey tardo en incorporarse, pues al parecer, estaba ya algo cansado de lo larga de la pelea. Ambos espadachines se incorporaron en sus posturas de batalla. Caminaron el semicírculo lentamente, para ver quien atacaría primero. Un paso, dos pasos, tres, cuatro… Ninguno de los dos se atrevía a realizar ningún movimiento, pues quien fuera que atacara, dejaría la guardia baja para su contrincante. ¡ZAS! Un relámpago ilumino toda la habitación. El príncipe tomo su espada y se lanzó contra el Rey, quien hizo lo mismo contra su hijo. Antes de que el rey realizara su ataque con éxito, el príncipe dirigió su espada para hacerla chocar contra la de su padre, haciendo que esta última rezumbara tan fuerte que saliera volando de los brazos de su dueño.

Sin espada en mano, el Rey fue a estamparse de cara contra el suelo. El príncipe volteo para ver como el rey se reincorporaba como si nada. El príncipe no bajo la guardia, pues sabía que su padre era mortal incluso con las manos desnudas, y en efecto ¡Fiuuu! Un puñetazo rozo la cara del príncipe, quien logró esquivarlo justo a tiempo. Este aprovecho la guardia baja de su padre para clavarle su espada en el lado izquierdo de su cuerpo. El rey se hincó del dolor que le era producido. El príncipe sentía su corazón desgarrado por el sufrimiento que le causaba a su padre, pero sabía que si quería salvar al reino, este era el único método.

Sacó la espada sangrienta del interior su padre, la empuñó con las dos manos y… La corona salió rodando por el suelo. El duelo había terminado. ¿Lo único que tenía que hacer era ponerse la corona y proclamarse rey? Pero, ¿De qué sirve un rey si no hay reino?

Camino lentamente hacia la corona manchada de la sangre de su padre. La tomó entre sus manos y se la colocó encima de su cabeza.

Casi al instante de hacer esto, el príncipe sintió de nuevo una calidez dentro de su ser, se había encendido el sol en el reino. Las nubes empezaban a dispersarse, la gente comenzaba a despertar de sus pesadillas. Y las criaturas del páramo empezaban a disolverse como si de azúcar en el agua se tratara. Todo comenzaba a renacer. Sin embargo, el príncipe se sentía acabado, sentía que no iba a vivir mucho tiempo ya que la batalla fue intensa y desgastó sus energías.

Se dirigió a las afueras del palacio en busca de sus hermanos, quienes le esperaban en las puertas de éste mismo.

–Lo hiciste hermano, acabaste con esta locura- Dijo Selim mientras le abrazaba.

-Nadie quería dañar a nuestro padre, pero cuando te fuiste casi al instante cambio su comportamiento, como si tú nos hubieras protegido de él todo este tiempo. Me alegro de que esto haya acabado- dijo Irina mientras saltaba hacia su hermano para abrazarle.

A la mañana siguiente se realizó el entierro del Rey en la tumba real, a la cual asistieron todos los habitantes del reino, quienes, a pesar de lo que les hizo, le seguían guardando cariño y un gran respeto. También se realizó la ceremonia en honor al obispo de Kather, a la cual solo asistió el nuevo Rey, quien agradecía por todo a la diosa, la cual, sin lugar a dudas le protegió en todo momento.

Al salir de la capilla, alzo su cara al nuevo sol y con el corazón en la mano, le susurro al viento: –Gracias madre…-

 

   
   
 
 
columnas
 
www.hidalguia.com.mx no está afiliada a ninguna entidad gubernamental, ni pertenece al Estado de Hidalgo. Este sitio es propiedad privada y su contenido es sólo informativo y promocional. www.hidalguia.com.mx no asumen la responsabilidad por el contenido de los anuncios individuales de los clientes, así como los de sus colaboradores, y de las páginas ligadas a éste portal.
   
 
 
Av. Luis Ponce Nte. 710         C. P. 43600          Tulancingo, Hidalgo, México.          (01-775) 7-84-81-28         contacto: hidalguiaplus@hotmail.com          aviso legal