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El IMSS está enfermo

Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com

Abril 19 de 2016 

 

A inicios de este mes leí una entrevista que le hicieron al director del IMSS donde afirma que el mayor problema del instituto es de organización y que las quejas no necesariamente son por atención médica. En lenguaje político-tecnócrata “el problema mayor del IMSS es organizativo, de tiempos y movimientos, de procesos y carriles” dijo el funcionario.

            Quién me diría que sólo unos días después hablaría del monstruo por haber estado en sus entrañas. Resulta que un día me hizo despertar en la madrugada un mareo marca “casita blanca”, o sea, muy grande y fue escalando hasta convertirse en marca “deuda veracruzana”, es decir, enorme. Y simplemente no podía moverme por mí misma. Pues ahí voy al servicio institucional de salud de la Universidad Veracruzana, que con todo y crisis financiera es muy bueno.

            Llegué y a los veinte minutos estaba en manos de un galeno que diagnosticó preliminarmente vértigo paxorístico, me dio medicamento y me turnó a la especialidad de otoneurología. Como el mundo daba vueltas a mi alrededor no podía ir a trabajar, de hecho, andaba como Pedro Infante deteniéndome de “ventanas y paderes” pero sin el antecedente etílico. En mi trabajo, que tiene el servicio médico del IMSS, me exigen constancia de esta dependencia para justificar las ausencias por enfermedad.

            Así que siguiendo los consejos de los que saben, me adentré en la penumbra burocrática y me vi obligada a llegar a la Unidad de Medicina Familiar 66 de la ciudad de Xalapa a las cuatro de la mañana para asegurar una consulta. En las cuatro horas de espera pude ver que quienes iban a pedir exámenes de laboratorio llegan también desde las cuatro de la mañana para ganar lugar o personas desesperadas porque se presentó una afección o arreció una ya existente. Se entregan a completar el sueño que les hizo falta, se pasean en el pasillo o se sientan a tratar de contener el dolor. Tuve el impulso de explicarles que el problema es organizativo, pero vi que nadie estaría dispuesto a escuchar mi información ni nadie se sentiría más aliviado, así que desistí.

            Eso sí, como quejarse actúa benéficamente en la salud mental escuché historias de terror. Una joven en sus tempranos veintialgo estaba de pie porque un dolor lumbar la estaba acribillando. Ya tenía experiencia en los usos y costumbres del IMSS porque su padecimiento tenía meses con ella. Llevaba unas radiografías. Finalmente, se las habían hecho. También le habían ordenado un ultrasonido, pero ese todavía tardaría un mes. Estaba allí porque su dolor, ignorante de la realidad de descontrol organizativo del IMSS, persistía y además estaba orinando sangre. Hay también una especie de competencia a ver quién tiene los síntomas más graves y ha recibido la peor atención. Llegó a las nueve de la mañana para ser la primera en el turno de la tarde que comienza a las dos. Obtener una cita para estudios de gabinete como radiografía o ultrasonido es como sacarse un pequeño premio en la lotería, pero si se logra una tomografía o una resonancia magnética es como obtener un “hueso” a principios de sexenio.

En el consultorio que tengo asignado fui la primera, era el premio por haber llegado a las cuatro de la mañana. A las ocho y cuarto la doctora vio mi diagnóstico y me hizo un reconocimiento, vaya y pase, pues estamos tan acostumbrados a la trampa que bien podía pensar que no había más mal que la flojera. Me dio cuatro días de incapacidad, pero me dio dos recetas y una orden para exámenes de laboratorio. Los ignoré porque el medicamento recetado en el otro servicio institucional es mejor y no está en el cuadro básico del IMSS. Se le llama cuadro básico a las restricciones para recetar medicamentos caros, lo cual es comprensible si no hay siquiera suficientes de los baratos.

Al tercer día acudí con la especialista. Me dio una amplia explicación de mi padecimiento y recomendó siete días de reposo, pues el mareo ya era marca “competencia electoral” y agregó un medicamento. Ahí voy de nuevo a la tenebra institucional. La misma historia. Estuve de acuerdo con un meme que leí en Facebook: el IMSS está convencido de que el tiempo todo lo cura por eso se tarda una eternidad”, aunque hay memes que lo dicen más contundentemente.

Llevaba los estudios de laboratorio que me habían ordenado en mi servicio médico, los cuales tuve en un día sin desmañanarme, así como la nota médica de la otoneuróloga. La doctora me veía como tratando de desentrañar si era real o no la enfermedad. Estuve cerca de cuarenta minutos en su consultorio, porque ella parecía estar escribiendo una novela y no una nota médica o una incapacidad. Al final me dijo que no me podía dar la licencia médica, que debía ir a otra clínica, la 11, donde tienen especialidades de segundo y tercer nivel, que allí me revisarían y me darían la incapacidad. Ahí voy, dando tumbos y mentando progenitoras, porque estar levantada desde las tres de la mañana hasta las nueve y media para gestionar una incapacidad no podía más que hacerme recordar el eslogan del PAN aplicado a toda la institución: “es un peligro para México”, pero en ese momento yo era la representante nacional.

Una vez apersonada en la dichosa clínica, en urgencias me atendió un médico internista que rápidamente confirmo el diagnóstico que ya tenía, pero me informó que ellos no me podían dar la incapacidad pues los sancionarían, que debía regresar a pedirla a mi clínica. Pensé en todas las víboras y tepocatas foxianas que pude hacia el “problema organizativo” y voy de nuevo a la siniestra clínica 66. Como llevaba una nota del médico internista que hacía la misma recomendación que yo tenía de la otoneuróloga, finalmente me dio la incapacidad. Con constancia de un médico general perteneciente a una institución pública y diagnóstico de una especialista de tercer nivel de atención como es la otoneurología, tratamiento y nota médica, sólo invertí nueve horas en conseguir una licencia médica, a punto de desfallecer por el mareo infernal.

No dejé de preguntarme si Mikel Arriola, el flamante director del IMSS que presume de sus acuerdos con Bill Gates quien lo buscó –dice el funcionario– porque quiere copiar su modelo, ha tenido que padecer el “problema organizativo”, como le llama él; yo digo que sí es carencia de lana, pero magnificada por la ineficiencia y falta de criterio. Señor director del IMSS, ¿Cuál es su clínica? ¿Sabe qué consultorio le toca? ¿Qué hace si no tiene cita y necesita una consulta? ¿Nos podría mostrar su carnet de citas? Le recomiendo, para que de verdad conozca la magnitud del problema organizativo que intente pedir servicio como cualquier hijo de vecino, pero vaya sin chofer ni asistentes de ningún tipo. Tampoco lleve traje y mucho menos su camisa con el logo del IMSS bordado en el lado izquierdo. Si el poeta maldito, Arthur Rimbaud, hubiera sido atendido de su cáncer óseo en el IMSS, igual hubiera muerto a los 37 años, y habría estado en verdad una temporada en el infierno. Propongo al director del IMSS incluir el problema organizativo como causa de muerte.

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