Las atractivas “Piedras Encimadas” colocadas por el capricho de la naturaleza en un valle en medio de enormes montañas, esculpidas durante miles de años por el viento y el agua, por los rumbos de Zacatlán, fueron, en su momento, motivo de las promesas exaltadas del gran Melquis, en sus días de profeta del progreso regional, pues sin medirse, como era su inveterada costumbre, se dejó ir y, afirmó: 600 mil personas, así “seiscientas mil personas” anualmente se verían beneficiadas por la incontenible ola de turistas ansiosos por conocer el paraje de las excéntricas esculturas pétreas.
Desde luego, no eran más que buenos deseos, equivalentes a demagogia,
infundados pero pues la esperanza muere al final y, los vecinos de la decaída región, ahora sólo van recogiendo basura que dejan los cuatro gatos que les da por arriesgarse por esos andurriales, pomposamente rebautizados como “Zona Ecológica” y otras burlonas vaciladas de mal gusto, buenas nada más para anunciarlas en cartelones que por sí mismos son un insulto a la inteligencia.
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En 1585, Miguel de Cervantes, tenía ya 38 años. Es posible que en su juventud haya herido a un alarife real; ha recorrido Italia y el Mediterráneo; ha perdido la movilidad de la mano izquierda; le han dado dos disparos en el pecho; ha sido cautivo durante cinco años, espía, aspirante palaciego a alguna merced real, no entra en el grupo de poder; ha estrenado comedias, y ha escrito, al fin, una novela pastoral que reeditará en 1590…
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Zenorina González Ortega, tiene ya oficinas en la capital poblana, donde atenderá los asuntos relacionados con su investidura como Diputada local. Todos, sus amigos, le auguramos éxito y que, en las gestiones legislativas donde participe, destaque por la claridad de su pensamiento, amplitud de criterio, nobleza de miras, vocación de servicio, entrega a las causas regionales y precisión de los argumentos que lleve ante sus compañeros de escaño, pues si en algo andamos fallos los habitantes de la serranía poblana, es la carencia de leyes y reglamentos que sean instrumentos confiables y soporte para el desarrollo territorial.
Hasta estos días aciagos, nada hemos recibido de los incontables diputados que, juraron, serían baluartes irreductibles de los intereses del terruño.
Consuela saber que, deslumbrados por la luz del cabaret estatal, ya no regresan a sus terrenos, donde no ganan para reclamos y desprecios.
Han confundido su chamba, solamente saben amontonarse sobre los agobiados presidentes municipales, disputándoles presupuestos, estorbando en el reducido espacio que les deja la pobreza y el sometimiento al gobernador de paso, haciendo labores de gestoría que nadie les encargó que, además, son diametralmente opuestos para lo que fueron elegidos —es un decir — LEGISLAR únicamente.
Su esmero radica en formar parte del séquito cortesano que sigue al tlatoani por donde quiera que vaya, proclamando virtudes y talentos que, antes, nadie le conocía.
Todo lo que hagan fuera de éste campo legislativo, se convierte en pachanga, tropezones, gastos estériles, enredos, malentendidos, grillas, patadas bajo la mesa, metidas de pata, abusos y uno que otro negocito nada claro. Son casi, invariablemente, gatos del gober —el que sea— al que le deben la curul. Pero, así como van las cosas, pretender cambiar tales modos, es como arar en el mar: tarea inútil. ¡Cómo me gustaría equivocarme!
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Para todos sus admiradores, coleccionistas, estudiosos y nostálgicos va el aviso de que ya está circulando el séptimo volumen de “La Familia Burrón”.
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En 1511, la insurrección de los caciques Agueynaba y Mabodamaca, ha sido aplastada y todos los prisioneros han marchado a la muerte.
El capitán Diego de Salazar descubre a la vieja, escondida en los matorrales, y no la ensarta con la espada.
—Anda —le dice—, lleva esta carta al gobernador, que está en Caparra. La vieja abre los ojos de a poco. Temblando, tiende los dedos. Y se echa a caminar. Camina como un niño chico, con bambolear de osito, y lleva el sobre a modo de estandarte o bandera.
Cuando la vieja está a la distancia de un tiro de ballesta, el capitán suelta a Becerrillo.
El gobernador Ponce de León ha ordenado que Becerrillo reciba el doble de paga que un soldado ballestero, por descubridor de emboscadas y cazador de indios. No tienen peor enemigo los indios de Puerto Rico.
La ráfaga voltea a la vieja. Becerrillo, duras las orejas, desorbitados los ojos, la devorará de un bocado.
—Señor perro –le suplica—, yo voy a llevar ésta carta al señor gobernador.
Becerrillo no entiende la lengua del lugar, pero la vieja le muestra elsobre vacío.
—No me hagas mal, señor perro. Becerillo husmea el sobre. Da unas vueltas en torno a esa bolsa de huesitos trémulos que gime palabras, alza una pata y, la mea…
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Sin pena y, mucho menos gloria, terminan mañana las giras proselitistas de los cándidos aspirantes a ser gobernadores del estado de Hidalgo.
Ningún postulante fue capaz de presentar una sola idea original, un plan de acción apegado a la terrible realidad –conocida como miseria creciente—, que amaine el vendaval levantado por los fugados rumbo al norte ensoñado y a las grandes ciudades, en pos de un futuro imposible de alcanzar en este protectorado semi feudal, donde toda iniquidad tiene réplica.
Dentro de unos días las patadas descalificadoras entre los que siguieron la procesión politiquera, serán asunto cotidiano, pues la desgarrada cobija del presupuesto estatal ya no alcanza para cubrir a tanto meritorio que serán dejados en el desaguadero a merced del zopilotero, muy escarmentados, adoloridos, resabiados.
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La Basura, Nuestra Señora Plenipotenciaria, pues está en todo lugar y nadie puede con ella, sigue siendo un terrible mal que nos tiene contra la pared.
No hay sitio, por sagrado que sea o recóndito que esté, sin desperdicios rodeándolo completamente.
Somos indiferentes a la Basura, así nos estemos ahogando en ella, consideramos que es “asunto de otros” la solución del problema y, miren cómo estamos.
Escogemos los sitios más destacados para convertirlos en tiraderos municipales pero además, vamos dejando registro de nuestro paso en cada rincón de los caminos, calles, parques, frente de nuestras viviendas, oficinas, comercios, industrias. Somos, a mucha honra, el país más mugroso de la Tierra.
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A primera vista, el gabinetazo de Mario Marín, tiene unos cuantos colados que, a lo largo de sus gris travesía por los chapoteaderos de la burocracia poblana, han demostrado plenamente su mediocridad y capacidad para doblar el lomo.
¿Serán esas las virtudes básicas para ser tomados en cuenta? Veremos dijo un ciego.
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Se va uno enterando cómo funcionan las aportaciones del recurrente Ramo 33.
Han de saber que, muchas veces, los fondos federales llegan rasurados desde las oficinas del gobierno estatal, con tajadas que dejan en la lona a los municipios afectados.
Si algún tesorero local, se atreve a preguntar dónde quedó la bolita, se consigue una bronca del tamaño del desvalijo cometido con esos fondos federales, destinados sin quitarles un centavo, a los planes de cada Ayuntamiento, que fueron presentados oportunamente.
Casos hay, como el de Xicotepec, donde le bajaron cada año, por ahí de los 13 millones de morlacos, sin que nadie se atreva a decir ésta boca es mía.
Tienen que apechugar y tragarse el camotote. Estos son los usos y costumbres de nuestros desgobernadores que, alegando “soberanía” se dan vuelo con dineros ajenos.
Además, multipliquen los atracos en los 217 ayuntamientos y verán que no es una “baba de perico”, el dineral que se levantan para manejarlo a su entero capricho.
Si ustedes preguntan directamente a los responsables, les contestarán al unísono, que no es cierto, que son mentiras o infundios. Pero, sin embargo, es tan cierto como que mañana saldrá el sol. ¡Aleluya!
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Coincidiendo con Cervantes Saavedra, el maese Wences Angulo, nos dice desde su cátedra florestal: “—Y es que, a fin de cuentas, no hay mísero más indigente que el que ha perdido hasta los referentes familiares”.
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viernes 18 de febrero de 2005

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José Manuel Toscana

C. Elec. ContiClays@aol.com

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