Con b de burro

 

De Pilar Ramírez Ramírezramirez.pilar@gmail.com

12 de junio de 2008

En 1997, los rectores de las cinco universidades de Madrid, entre ellas las prestigiadas Complutense y Alcalá de Henares- acordaron flexibilizar la evaluación de los exámenes de ingreso; determinaron que con cuatro faltas de ortografía los aspirantes a lograr un sitio en alguna de esas instituciones perderían cuatro puntos, pero no serían suspendidos como sucedía hasta entonces, lo cual provocó una dura protesta de la Real Academia Española que exigió no sólo dar marcha atrás sino aplicar las normas de corrección y propiedad idiomática a la calificación de los exámenes de cualquier asignatura y no sólo del español. Los académicos sostenían que “la corrección ortográfica no es circunstancia que depende del estado de ánimo de los alumnos, sino una muestra esencial de su verdadero nivel de formación”. Los rectores se vieron obligados a recular y determinaron que un examen con excelentes resultados pero plagado de errores ortográficos no obtendrá calificación aprobatoria. Exigencia de forma y fondo. ¿Cuántos mexicanos habrán visto derrumbarse sus aspiraciones de ingresar a esas universidades por la ortografía?

            El año pasado, agentes y gestores aduanales de Nicaragua levantaron una protesta porque el director general de Servicios Aduaneros imponía una multa de 50 dólares a quienes presentaban declaraciones con faltas de ortografía; alegaron que no lo respaldaba la ley.

            Fuera de lo anterior, mis pesquisas indican que no existe, dentro ni fuera del país, algo similar a la cruzada veracruzana por la ortografía, en la que se habla de un acuerdo que establece una multa de mil pesos a quienes hagan llegar al gobernador tarjetas con faltas de ortografía. Es aún más inusual el hecho de que la iniciativa la impulse un gobernador; a la mayoría les parece un asunto menor al que sólo se refieren cuando deben opinar sobre las evaluaciones estandarizadas nacionales o internacionales. Debo decir, sin embargo, que el citado acuerdo me parece profundamente injusto. Si partimos del hecho de que se aprende más de los errores que de los aciertos, serán legión los servidores públicos que no tengan esta oportunidad de capacitarse, porque son también multitud los que incurren, no en errores, sino en horrores de ortografía.

            Esta cruzada, con pequeños ajustes, puede convertirse en una sustanciosa fuente de recaudación. Veracruz cuenta con personas bien calificadas que pueden pasar a formar parte de una especie de contraloría lingüística para someter a examen, no sólo las tarjetas que seguramente se revisarán con lupa, sino una mayor cantidad de los documentos públicos que se generan en las dependencias. Para empezar, sugiero la revisión de las páginas web de las oficinas gubernamentales.

            Allí podemos constatar que en varias secretarías de gobierno, a pesar de vivir en una democracia, impera el reinado de las mayúsculas. El uso reverencial de estas grandes letras se aplica sin conmiseración en títulos y cargos, hábito que también, por la vía del fast track, le otorga a los meses, comunes sustantivos comunes según las normas del español, el rango de propios con una irreverente mayúscula.

            “Se instalarán más de 70 mil pisos de concretos…” nos espeta otra oficina de gobierno. Suena como aquella tlacotalpeña que deseosa de olvidar sus orígenes ponía eses finales a diestra y siniestra, y como seguía gustando de los antojitos del terruño pedía empanadas de quesos a lo que un lugareño reviró “¿quién me pisós que yo no lo vís?

            Un boletín de prensa de otra área de gobierno nos regala perlas como la siguiente: “la participación ciudadana se privilegía con la liberta de pensamiento y de expresión, teniendo como marco…”. Uno se pregunta ¿cómo 16 inocentes palabras pueden contener tantos pecados gramaticales? Tan expresivo el verbo privilegiar, ¿por qué arruinarlo convirtiéndolo en pronominal y malograrlo aún más con un acento. Hay gramáticos que juzgan menos grave el error que la abstención, pero, en casos como éste, harían bien eludiendo el gerundio y completando la liberta hasta elevarla a libertad.

            ¿Qué decir del abuso de las siglas que no se desatan y llenan de opacidad el lenguaje oficial, de la práctica de escribir en mayúsculas con la intención de esquivar los acentos, con lo que el Benemérito de las Américas no queda sino en BENEMERITO DE LAS AMERICAS y de la manía de colocar una coma entre sujeto y verbo? Bien define Roberto Zavala a la coma como un ajolote ingobernable. Es posible que muchos no conozcan a Azorín, lo que les impide seguir su sabio consejo: “Si un sustantivo necesita un adjetivo, no lo carguemos con dos”.

            En otra página gubernamental se promete “información escencial sobre la estructura y organización…” que aplica el razonamiento lógico de que más vale que zozobre la ortografía y no que falten letras “c”.

Esta singular –y ejemplar- cruzada de Veracruz por la corrección del idioma tiene mi voto, que empiecen con las tarjetas, ya se irán sumando otras revisiones, la finalidad es que mejore la ortografía para que deje de ser, como dice un ingenioso decimista, la ortografea.

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