17 de julio de 2008
En el ambiente de los medios la
nota roja no goza de prestigio, se le trata como género inferior y no sé
de nadie que reconozca o exprese en voz alta la aspiración profesional
de trabajar en esa fuente, aunque no dejen de provocar envidia los altos
tirajes y las ventas garantizadas de las publicaciones especializadas en
el tema.
Por lo que se refiere
a los lectores, la sección policiaca parece ejercer una extraña
fascinación, una combinación de asombro y curiosidad malsana, quizá
porque nos pone en contacto con la parte más oscura de nuestra
naturaleza, aquella que nos revela el lado más primitivo del espíritu
humano, especialmente cuando muestra la variedad de caminos hacia la
muerte que somos capaces de construir o cuando se solaza en el
sufrimiento de los demás.
Esto que me afano en
describir, los voceadores lo conocen a la perfección de una manera
simple, saben de la atracción probada de la nota roja, razón por la cual
utilizan la sección policiaca como punto de venta. En las esquinas de
casi cualquier ciudad, las notas de asesinatos, accidentes o actos
delictivos se utilizan como gancho para vender los diarios; cuanto más
sangriento el crimen, aparatoso el accidente o mayor número de víctimas,
más alta la garantía de venta. Los voceadores utilizan además una
técnica en la que dejan ver sólo una parte de la nota o una porción de
la foto para interesar a sus lectores potenciales y obligarlos a
adquirir el diario; estrategia mercadotécnica que suele dar buenos
resultados, algo parecido a mostrar sólo el tobillo como anuncio de que
aquello que no se ve estará mejor.
La nota roja es
viejísima y quizá es la que inauguró el periodismo con el concepto
moderno que conocemos hoy, pero el consumo de este tipo de información
no se salva de las modas. Muchos negarían su gusto por la nota roja,
pero es el mismo principio que alimenta la temática de una gran cantidad
de películas de terror, de desastres o destrucción que gozan de públicos
multitudinarios y del que abreva el gustado tema de la investigación
criminal explotado en series televisivas que ha dado productos sumamente
exitosos a la industria del entretenimiento. Están también las revistas
de hechos extraños, insólitos o paranormales que hacen toda una apología
de la anormalidad. Por otra parte, no sólo los productos comerciales se
nutren de nuestro culto al conflicto; en las artes escénicas, plásticas
y en la literatura hay una vastísima producción de la estética de la
deformidad y el dolor.
La nota roja en la
prensa escrita ha desarrollado un lenguaje muy peculiar, especialmente
en los medios donde esta sección tiene una gran demanda que suele ser
inversamente proporcional a la corrección de la escritura y al rigor
periodístico. En las cabezas de las notas policiacas abundan los signos
de admiración. “!Se salvaron¡” grita el encabezado para destacar el
milagro de la vida en accidentes automovilísticos donde no quedó nada
del vehículo; “!A punto de tronar¡” afirma el título de una información
para hacer notar la inminencia de un estallido de sustancias peligrosas
con la consecuente inminencia del peligro en el que estuvieron los
potenciales afectados.
Otra veta riquísima
de la sección policiaca son los delitos sangrientos, cuyo llamado de
atención está en el enjuiciamiento de las actividades delictivas.
“!Degeneradazo¡” sirve para editorializar una información sobre
violaciones o asesinatos. Esta inclinación por los calificativos es
profundamente sexista en las secciones policiacas; gustan de colocar a
las mujeres como víctimas para resaltar los delitos masculinos, pero las
enjuician severamente cuando se desvían del comportamiento femenino
“correcto”. “Hiena”, “madre desnaturalizada” o “descocada” son
calificativos frecuentes en la información sobre delitos cometidos por
mujeres.
Las fotografías son
el elemento más perturbador de estas secciones. Resulta difícil
discernir si se trata de una fotografía de prensa o una endoscopia,
debido a la predilección por fotos lo más explícitas posible acerca del
daño sufrido por los cuerpos de las víctimas de accidentes o agresiones.
Aunque algunos la
menosprecien, la nota roja nos ofrece valiosa información sobre el “ser
humano”, sobre nuestra proclividad hacia la devastación y nuestra
vocación conflictiva. Quizá a ello se debe el éxito que han tenido las
sesiones colectivas de “terapia de destrucción” como la que se realizó
en junio, en España, previamente a las Fiestas de Castejón, para la cual
fueron colocados en un campo televisores, refrigeradores, lavadoras y
automóviles con la finalidad de que los participantes los destruyeran
con martillos neumáticos. Esta terapia se utiliza ampliamente en el
ámbito laboral y se dice que la recomiendan expertos para disminuir el
estrés. Aquí, para exorcizar nuestro yo siniestro nos conformamos con
leer la nota roja, ésa sí, muchas veces escrita a martillazos.
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