Violencia contra las mujeres 16/04/06 Hablemos de otra cosa 16/02/17 |
Mayo 24 de 2016 Mi amigo Miguel Ángel Sánchez de Armas cuenta a menudo una anécdota poco conocida de nuestro querido Edmundo Valadés. Don Edmundo era el escritor consagrado, tanto por su famosísimo libro La muerte tiene permiso como por ser editor durante muchos años de la revista El cuento que reunió una porción considerable de la producción cuentística mundial en tiempos donde ni siquiera nos imaginábamos la comunicación por internet. Cuando el escritor aceptaba un empleo todo mundo se mostraba solícito con él y le preguntaban con cierta insistencia si necesitaba algo más para estar cómodo, él invariablemente contestaba con el tono afable y sencillo que le caracterizaba que sólo requería un clavito para colgar su sombrero. No pasaba mucho tiempo para que la oficina que llegaba a ocupar creciera como globo, con proyectos y personal. Pero don Edmundo siempre decía necesitar sólo un clavito.
Como en la mayoría de las militancias, el inicio puede ser algo simple y sencillo aunque la necesidad sea muy grande. Un clavito puede ser el comienzo de grandes cambios. En el tema de las mujeres también han sido así las transformaciones. Claro que las primeras mujeres que exigieron sus derechos no gozaron de buen trato, pero allanaron el camino, que todavía se ve muy largo, para que las siguientes generaciones gocen plenamente de todos sus derechos en un contexto de igualdad. En los años recientes muchas mujeres han realizado contribuciones para generar cambios en un terreno sumamente complicado: el cultural e ideológico. Ese cambio que se necesita para que las niñas pueda escuchar en sus hogares un discurso diferente al que le inculca los roles de ama de casa, de conquistadora por su belleza, de ser no pensante sino emotivo, etc. Cuando esto ocurra de manera generalizada veremos realmente cambios drásticos. Algunos casos vale la pena comentarlos porque son las pequeñas cosas que van penetrando en los hogares de modo casi imperceptible, casi tan imperceptible como las prácticas que han llevado a colocar a las mujeres en un plano secundario, ayudado por el oráculo de los siglos XX y XXI: la comunicación. Ha estado circulando en medios impresos y en redes sociales la historia sobre cómo Robin Wright, la actriz de la serie House of Cards, logró que le igualaran el salario con su colega Kevin Spacey, dado que en la trama que presenta la serie, ambos personajes tienen la misma importancia y en algunos episodios, Claire Underwood, el personaje femenino que interpreta Wright tiene más relevancia. Ella emplazó a los productores a igualar los salarios o haría público el hecho de la discriminación que representaba que a ella le asignaran una remuneración menor por ser mujer. Los productores no tuvieron más remedio que acceder. Casos como este se dan cada vez más a menudo en el mundo del espectáculo y tienen gran resonancia en los medios. En el mundo de la música, cantantes famosas cada vez se inclinan más por elegir canciones que hablan de la condición de las mujeres y son una invitación a trabajar por su empoderamiento. La industria discográfica recurre a la repetición para penetrar en el gusto del público, y en este caso actúa a favor de las mujeres, que cada vez con más frecuencia escucha un discurso diferente. La cantante Beyoncé dice en una de sus canciones: “Esto va para todas las mujeres que consiguen todo con esfuerzo. Y a los hombres, que respeten lo que hago, que acepten mi brillo por favor”. No es la única, la cantante española Mürfila tiene en sus canciones letras contestatarias en favor de la causa de las mujeres, lo mismo que Alicia Keys, Gwen Stefani o Cristina Aguilera que ahora se suman a las veteranas Aretha Franklin y Gloria Gaynor. En la publicidad, que ha sido el aliado más perverso del reforzamiento de los roles de género tradicionales, se están dando casos interesantes. La marca Dove ha lanzado una campaña denominada “por la belleza real” que tiene la finalidad de atajar los estereotipos de belleza femenina incluyendo a mujeres con algunos kilos de más, de baja estatura, de diverso origen racial y con facciones que se alejan de lo que define a una mujer como “bella”. Otra campaña publicitaria muy inteligente, “Like a girl” (como niña), la lanzó hace ya algún tiempo la marca Always de toallas femeninas en Estados Unidos y no se sabe si llegará a México. En la primera parte del video llamada “qué quiere decir como niña” se les pide a hombres y mujeres jóvenes correr y lanzar “como niñas” y lo ejecutan haciendo movimientos y aspavientos exagerados de delicadeza como mover las manos o subir demasiado hacia atrás las piernas con pasitos cortos o lanzar doblando mucho la muñeca hacia abajo. Les piden lo mismo a niñas pequeñas y lo hacen con movimientos más atléticos. A una de ellas, de aproximadamente seis años, le preguntan “si te pidieran correr como niña, ¿cómo lo harías?”, la niña responde “lo más rápido que pueda”. Enseguida aparece un letrero que pregunta “¿Cuándo hacer las cosas como niña se volvió un insulto? Quienes caricaturizaron a una niña hacen una reflexión y se dan cuenta que se debe rechazar utilizar la expresión como insulto. Una adolescente dice “cuando me pregunten yo diré que nado como niña, peleo como niña, lanzo como niña, corro como niña porque soy una niña, porque me levanto todas las mañanas siendo una niña y eso no es algo que deba avergonzarme”. El mensaje final es: “Hagamos que hacer las cosas ‘como niña’ sea algo asombroso”. De lo mejor que he visto. Hacer de las mujeres un ser con menos derechos no es algo natural, lo hemos construido y debería hacernos sentir muy mal. Hay muchos hombres y mujeres poniendo clavitos para que se reconozcan plenamente los derechos de las mujeres, no los perdamos de vista y démosles difusión, aunque a veces parezca que no hay clavitos y menos buenos martillos para afianzarlos. |