El cuero y la camisa
La Política en Tacones
De
Pilar Ramírez
Ramírezramirez.pilar@gmail.com
28 de agosto 2008
Para aquellos que están
convencidos que las identidades nacionales se encuentran en riesgo y a
punto de sucumbir a los dictados de la aldea global, les debo decir que
a la fuerza de la globalidad todavía le falta un camino largo por
recorrer para lograrlo. ¿A que viene esta reflexión? Al alud de correos
electrónicos que recibí con motivo de la columna anterior en la que,
como pretexto para hablar de los grandes problemas de calidad que hay en
el sistema educativo mexicano, recordé el episodio protagonizado por los
ex presidentes de Cuba y México, Fidel Castro y Ernesto Zedillo, cuando
el primero afirmó que los niños mexicanos conocen mejor a Mickey Mouse
que a sus héroes nacionales, lo que causó el enojo del entonces
presidente mexicano. Yo agregué que una buena respuesta, con una dosis
de humor que hubiese sazonado bien el comentario, habría sido
simplemente admitir que lo dicho por Castro era cierto, agregando que
mientras los niños mexicanos reprueban historia, los de Cuba fracasarían
en derechos humanos.
Entre los muchos correos, llegó
el de un lector cubano que propone definir de qué derechos humanos se
habla, pues dice, habría que buscar un marco de referencia aceptable,
entre quien esto escribe y los lectores, sobre la verdadera naturaleza
de los derechos humanos que se invocan en la columna, “que no son tan
universales ni tan bien aplicados por los países que supuestamente los
respetan”. Como el debate devino internacional, llegaron otros correos
de Colombia, Chile, Puerto Rico y hasta de Suecia. Me llamó la atención
otro que rechazaba que Colombia y México, donde –afirma- el atraco
callejero y las violaciones de mujeres son el pan nuestro de cada día,
pudieran darle lecciones de derechos humanos a Cuba.
Las identidades nacionales están
vivitas y respingando. Los que se irritaron reaccionaron básicamente
igual que el ex presidente Ernesto Zedillo; si otro, alguien de fuera me
critica es inaceptable, no importa si lo que lo dice es cierto.
Pregunten a cualquier niño mexicano de nivel preescolar o de primaria
quién es Mickey Mouse y les contestará de inmediato, además les puede
recitar el nombre de todos los exitosos monitos que le acompañan. En
cambio, si les preguntan quién es Hidalgo, Allende, Zapata o Villa
algunos los ubicarán en la línea de la historia mexicana, pero otros se
mostrarán tambaleantes. Si intentan profundizar y les preguntan quiénes
son Nicolás Bravo, Hermenegildo Galeana, Manuel Mier y Terán, Felipe
Ángeles o Pánfilo Natera verán que allí es donde la mítica puerquita
tuerce el legendario rabo. Pensándolo bien, no apostaría tampoco por
muchos maestros. No importa quién lo diga, es una realidad que los niños
mexicanos conocen mejor a Mickey Mouse que a Galeana o Natera y conste
que hablo de los más conocidos, los grandes que están en el monumento a
la Independencia o en el Cerro de la Bufa.
Por otra parte, quienes se han
atrevido a criticar al gobierno cubano han terminado en Miami o en la
cárcel, el día de la libertad de prensa no tiene motivo de festejo en la
isla, incluso uno de los grandes logros de la Revolución como la salud
se puso en entredicho con el racionamiento drástico de alimentos. La
libertad de expresión, de pensamiento y las libertades políticas tienen
serios problemas en Cuba, no importa cuán grandes sean los problemas
mexicanos y su existencia tampoco depende de la nacionalidad de quien lo
afirme.
Pude constatar también que la
construcción de la identidad no es solamente un proceso cultural,
material y social, en el cual los individuos se definen a sí mismos por
las categorías compartidas con otros como religión, género, clase
social, nacionalidad, profesión, preferencia sexual, etc. La identidad
tiene también una dosis de fe que la hace hasta cierto punto irracional,
pues rechaza que esas categorías compartidas puedan ser sometidas a
juicio por otros que aparentemente no pertenecen al grupo.
Aquello de
“ciudadanos del mundo” es meramente retórico. La identidad también tiene
un sustrato material, donde la pertenencia a un territorio es uno de los
elementos más importantes, a partir de la cual se construye todo un
edificio simbólico que cargamos a todos lados. La aldea global no tiene
identidad, tiene comunicación, tiene negocios, pero no tiene ciudadanos.
Esta realidad se vuelve más tangible cuando las personas descalifican
una opinión cuando consideran que su identidad o aquello que los define
está siendo cuestionado por alguien ajeno. Esto lo he escuchado cientos
de veces. Por eso me gustó mucho la analogía que hizo una persona al
afirmar que para tener derecho a opinar sobre Hitler no necesitaba haber
participado en el Holocausto; aunque en el asunto de las identidades, es
mucho más gráfico el adagio popular mexicano que afirma que “duele más
el cuero que la camisa”.
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