Tulancingo, pese a todo, siguió garboso...: José Manuel Toscana

Hace 155 años, durante 1854, el mundo recibe “El Anillo de los Nibelungos” ópera emblemática de Richard Wagner; en Italia, Antonio Meucci, inventa el teléfono; llegan a la vida cinco futuros Premio Nobel; aparecen en la imaginación y vive para siempre Sherlock Holmes, el detective afamado por Arturo Connan Doyle.

En México, Santa Anna proclama el Plan de Ayutla y el Congreso que pretende refundar la vida nacional.

Por Guaymas se dan batallas contra las tropas francesas y se fusilan militares de alto rango.

Fallece Nicolás Bravo, nacido por el rumbo de Chilpancingo, personaje trascendente en la vida nacional, en su honor y memoria Tulancingo lleva su nombre orgullosamente.

Tulancingo, como escenario de acciones militares, anfitrión de Agustín de Iturbide rumbo al exilio, de aquí salió a la capital un comité de bienvenida en honor de Maximiliano y Carlota, organizado por el primer obispo Ormaechea y Ernáez, luego recibió la visita de Maximiliano por unos cuantos días, lo cual bastó a Benito Juárez para decidir que Pachuca fuera la capital del nuevo, y al tiempo, lamentable estado de Hidalgo, marginando desde entonces a Tulancingo, hasta la fecha, de las grandes decisiones estatales y nacionales.

Condición que resalta cada día más cuando se comparan las inversiones en infra estructura y la creación de empleos en otros rumbos del estado menos en Tulancingo.

Tulancingo, pese a todo, siguió garboso, creando trabajo y riqueza abundante para propios y extraños, tal vez hasta mediados de los años cincuenta, tiempo en el cual todo futuro y grandeza cabía en estos linderos municipales.

¿Qué sucedió después? ¿Cuánta responsabilidad de este feroz atorón tiene los capitostes regionales? ¿Quiénes fueron los más ciegos, egoístas, mezquinos? ¿Los políticos miniatura comarcales? ¿Los empresarios limitados y limitantes? ¿Las organizaciones religiosas y civiles tendenciosas, misteriosas y tarugas cual espías chinos? Que lo estudien los que vengan más adelante.

Tulancingo, crece sin orden, andurriales que se multiplican mucho más rápido que los reducidos servicios municipales, siempre empobrecidos por el presupuesto miserable y por la rapiña tradicional, unido todo en un nivel de incompetencia abrumador que ahoga las mejores intenciones, los más delicados programas y la mayor voluntad por cambiar el rumbo del pesimismo que cubre a casi la totalidad del vecindario.

La nostalgia y con ella grandes dosis de tristeza, es la constante de las personas pensantes con la cuales cambio impresiones. Escucharlas reconocer cómo Tulancingo se desdibuja por momentos, perdiendo desde árboles monumentales, edificios de abolengo, costumbres y festividades de raigambre, dilución de las familias tradicionales, el cierre de talleres y factorías, la ruina los ranchos y establos convertidos en fraccionamientos fallidos casi todos, fuentes de trabajo contaminantes a más no poder, como los fabricantes de queso Oaxaca, cuyos residuos lácteos aniquilan las tierras agrícolas donde se depositan irresponsablemente, los ya de por si arrasados bosques regionales en destrucción irreversible, el ruinoso estado de casi toda la población donde los habitantes, descuidados, ingratos, destrozan lo que se les pone a tiro o al paso; basta ver La Floresta y el estado en que se encuentra pese a los esfuerzos -eventuales- por regresarle aquel esplendor mancillado.

Nicolás Bravo, que pasó un tiempo fugaz por aquí, los hermanos Urrutia, los Mancera, los de la Torre, los Desentis por citar apenas algunos de toda aquella estirpe de señorones que sentaron las bases de un Tulancingo fuera de serie, estarían como mis contertulios tristes, nostálgicos, abatidos, contemplando lo que, entre todos, hemos hecho para destrozar aquel tesoro nacido de la visón, el trabajo y el Amor comprometido por la tierra bendita.

“… el tiempo es un gran maestro,

pero mata a todos los estudiantes…”

comenta nostálgico

Wences Angulo

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