Seguridades sobre la
inseguridad
La Política en Tacones
De
Pilar Ramírez
Ramírezramirez.pilar@gmail.com
11
de septiembre 2008
Las
marchas contra la inseguridad que se realizaron el 30 de agosto pasado
dejaron secuelas de diverso tipo. Una muy curiosa es la inclinación de
los funcionarios a darle la razón a los manifestantes, pero pretender
que no son ellos los increpados. Otra, es el río de tinta que se ha
desatado, incluida la aportación que hace esta columna. Entre ese flujo
de tinta convertido en palabras sobre papel periódico, me provocó
sorpresa leer la interpretación de que las marchas fortalecen al
gobierno federal de Felipe Calderón. Trato de verlo con la mayor
objetividad, busco aristas y no doy con ninguna que justifique cómo un
reclamo de esa dimensión puede ayudar en este momento a cualquier
gobierno.
Tampoco puede escapar a la
reflexión el hecho de que los consorcios televisivos hayan hecho suya la
marcha y que la hayan utilizado para lo que saben hacer mejor: vender su
programación, Ni aún el hecho de que la iniciativa privada promueva y
apoye la exigencia de más seguridad a las autoridades puede llevar a
concluir que se trata de un acto de apoyo al gobierno federal. Existe
una diferencia abismal entre estas marchas y la que se llevó a cabo en
el 2004. Tampoco falta, como en la propia manifestación, la postura de
que es un reclamo de pirruris y secuestrables y por lo tanto merece
descalificación.
Hay muchas derivaciones de la
protesta. Una muy visible es que resulta útil, sin duda, para mantener
ciertos protagonismos y fortalecer posiciones de interlocución entre
poderes, cuya fuerza se mide por el éxito de la convocatoria a las
marchas y por la capacidad mediática para mantener en la agenda pública
el tema. Los dueños de medios están a la cabeza en este punto. Los
funcionarios les hacen segunda y están más preocupados por convencer a
los medios de que sí trabajan que a utilizarlos como vehículos de enlace
con la ciudadanía.
Un buen ejemplo de lo anterior
son los noticiarios. Diversas revistas de los grupos editoriales más
fuertes del país están insertando ocho páginas en blanco con mensajes en
la parte central de la hoja que expresan saciedad ante la violencia y la
impunidad, también denuncian la ineficiencia de las autoridades a
quienes exigen cumplir con su obligación. Este tipo de hechos alrededor
de las marchas nos ofrecen la certeza de que el reclamo es válido pero
no falta quien se beneficie de él.
Hay, sin embargo, un aspecto de
este movimiento que vale la pena rescatar: la genuina exigencia
ciudadana contra la delincuencia; la irritación de los hombres y mujeres
que salieron a la calle sin más cálculo político que el de mantener con
vida a sus familias; de poder hacer, sin temor, algo tan normal como
caminar con libertad por las calles de sus ciudades o circular en sus
autos sin temor; esos hombres y mujeres que, con independencia del nivel
de sus ingresos y de sus preferencias partidistas, salieron a protestar
porque les parece una causa digna de ese esfuerzo.
Estos ciudadanos, muchas veces
víctimas de segunda, a quienes nadie entrevista o se conduele de los
sufrimientos que han padecido a causa de la delincuencia y la
inseguridad, sin espacio privilegiado en los medios, están acudiendo a
internet, donde están haciendo circular, con reenvíos y más reenvíos, un
correo titulado "Cómo piensa un secuestrador". Con el recurso de la
exageración y el cinismo, escrito en primera persona por el secuestrador
de la esquina que se dirige a su vecino, el mensaje hace una denuncia
sobre las ventajas económicas que reporta esta actividad delictiva
gracias a la ineficiencia de las autoridad.
El secuestrador imaginario da las
gracias a todos los mexicanos que le permiten dedicarse a esta
redituable tarea, a los ciudadanos ingenuos que no saben cuidarse y
colocan sus datos en facebook,
a las corporaciones policíacas –de las que salieron la mayoría de los
secuestradores- por entrenarlos para ser no sólo buenos sino excelentes
secuestradores, a la falta de coordinación entre dependencias y entre
estados y federación que les garantiza la impunidad.
Aunque la
carta parece sólo producto del hartazgo ciudadano, es lamentable que no
esté muy lejos de la lógica de un delincuente. Cuando recibí este correo
recordé la entrevista que Julio Scherer le hizo a Daniel Arizmendi "El
Mochaorejas", incluida en el libro Máxima seguridad. Arizmendi da
una explicación estremecedora de la muerte de Raúl Nava, el joven
asesinado por su banda: "El padre de Raulito mató a su hijo, como yo,
aunque yo no disparara. Tenía el dinero y no quiso darlo. En su
contabilidad de hombre rico, el muchacho perdió". Ojalá que los muchos
ciudadanos que sólo queremos más seguridad no tengamos que conformarnos
con imaginar cómo piensan los delincuentes.
Eduardo del Río
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