Martes
25 de Julio del 2006
El
clima perturbado por los vientos, lluvia, lodazales, niebla, frío,
tolvaneras, es la materia prima más deseada por los modernos caballeros
motorizados, quienes cabalgando máquinas poderosas cruzan raudos por el
paisaje, sin que haya cerro que se les empine ni río que detenga su
alegre marcha, demostrando sus habilidades al buscar los mayores obstáculos
aprovechan la potencia de los equipos y aventuran el esqueleto en
peligrosas caídas.
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Fueron arribando a Tulancingo, al atardecer del jueves pasado bajo la
llovizna incesante, presagiosa, que los siguió durante todo el
recorrido rumbo al Golfo de México.
Llegaron de otras entidades para disfrutar de la travesía planeada por
José Antonio García Lases y Elías Bitar Macedo junto con sus colegas
aventureros, a partir de lo que fue la vieja Estación del Ferrocarril,
siguiendo el cauce de la vía para internarse en la serranía donde todo
fue batallar contra los elementos naturales desatados, hasta llegar a
Tuxpan.
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Amanecía el viernes y ya todos los invitados vestían sus ropajes para
la cruenta, extensa, batalla; revisaron detalles de última hora,
combustible, luces, arreos para enfrentar imposibles, algún bastimento,
agua, primeros auxilios, cámaras fotográficas, sistemas de
intercomunicación, cascos de aspecto sideral, guantes, mitones para el
frío, impermeables, botas y quién sabe cuántas cosas más de mucha
utilidad para salir sanos y salvos del tremebundo reto que los esperaba
durante los 200 kilómetros del extraordinario recorrido.
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Las cuatrimotos son, por sí mismas, todo un espectáculo delicioso para
quienes las vimos desfilar. Las hay muy equipadas, sencillas, exóticas,
chistosas, pintadas austeramente, otras parecen caramelos, algunas
disfrazadas como equipos de combate, con sistemas de suspensión
complicados semejantes a los artilugios mecánicos que vemos en las películas
de aventuras en lugares imposibles, luces deslumbrantes capaces de
rasgar la niebla por intensa que llegue, asientos entre sillas de montar
y cubículos de naves espaciales, llantas con dibujos y agarres
adecuados para trepar cantiles o flotar en los vados sin perder el
control del poderoso motor.
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Tres percances, tres, sumaron los acontecidos durante la travesía de
los caballeros de hierro. Uno terminó en el hospital con fracturas y
toda la cosa, pero sobreviviendo todos, entusiasmados para repetir el
paseo con algunas variantes debido a que algunas partes del trayecto han
sido ya tocadas por el pavimento imparable de lo que llamamos
“progreso”.
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Para no desafinar mejor pusieron el himno nacional grabado y así Benito
Juárez, no reclamaría desde su hórrido monumento, por los desvaríos
musicales de los invitados a La Floresta, para recordar un año más del
fallecimiento del manoseadísimo prócer impedido para defenderse de
tantas tarugadas que, en su nombre, dicen y hacen sus admiradores de última
hora y los que viven de la imagen sumamente retocada del benemérito
oaxaqueño.
Santón relevante del panteón mexicano, Juárez García, vigila con índice
de fuego, los tejes manejes de las administraciones que van y vienen con
más pena que gloria, pero eso sí, bien forradas cuando dejan la
chambita municipal.
Los masones, causantes del atraso increíble del país, en su mayoría
convirtieron la filiación a las logias, en una agencia de empleos para
los cuates, los cómplices, los incondicionales y los tarugos apoyadores
de lo imposible.
Olvidan, o se hacen tarugos, o de plano ignoran la furris manoseada que
les dio un masón extranjero excepcional, embajador, científico,
historiador y prócer gringo, Joel Poinset, quine les vendió la idea
republicana, les inventó héroes aztecas, les metió el veneno
antieuropeo entre otras zarandajas que, aun ahora, nos mantienen en
pleno Siglo XIX, además, dividió la masonería trasnochada entre
yorkinos y escoceses, grupúsculos que se trajeron agarrados del moco
demasiados años a costillas de la patria reventada.
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Se recomienda a los apasionados juaristas, repasen un libro perseguido,
clarificador, ejemplar “El Buen Juárez, así cuando menos, sabrán de
lo que hablan y dejen las pantomimas aburridoras, como esas ceremonias a
las que concurren solamente los obligados por el chambismo
prevaleciente. Nadie más. ¡Lástima!
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Para acabarla de acabar, otra empresa enorme llegará antes de fin de año
a Tulancingo, Comercial Mexicana, viene con todo y, a mal sufrir los que
no encuentran la manera, ni darán con ella, para sobrevivir al embate
desigual de la competencia despiadada.
También corre la versión de la próxima instalación de una más de
esas megas tiendas, en lo que fue Gigante. Toque de muerte para lo que
resta de valor comercial por estos rumbos acalambrados.
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Pero para aligerar el pesimismo, la construcción de la autopista de México
a Tuxpan, prosigue viento en popa.
Para el 3 de octubre conoceremos las propuestas de las empresas
concursantes para realizar el camino prodigioso. Siete son las que
cotizarán la magna obra. Sigue el presupuesto inicial sobre 7500
millones de pesos para estos kilómetros de autopista.
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Mientras se da tanta felicidad, por ahora queda solamente sufrir sin
reposo cuando viajamos por la vieja senda, trazada hará 65 años.
Seguiremos soportando la ineficacia de los irresponsables encargados del
mantenimiento, esos que dejan abandonados, a tiro por viaje, arenilla,
aditivos, chapopote y otras delicias que hacen extremadamente peligroso
transitar por estos arrabales camineros, dignos de un estado de guerra.
Según vemos el panorama, no solamente apechugaremos con esta realidad
insuperable sino que, cuando se abra el tramo entre El Tejocotal y Nuevo
Necaxa, el tráfico aumentará vertiginosamente durante cinco años,
convirtiendo en un infierno el viajar de Nuevo Necaxa a Poza Rica.
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Como un enorme y colorido dragón fueron extendiéndose los
motociclistas por el viejo terraplén ferroviario, con ellos se llevaron
la admiración de los desmañanados que fuimos a despedirlos deseándoles
éxito en su aventura caminera y la envidia de no poder participar en la
cabalgata motorizada, pues los años no dejan que juguemos con los
huesos frágiles ya, más la torpeza acumulada.
Ahora esos anhelos de hazañas, los canalizaré a remontar los suaves
vientos del amanecer, pertrechado en un equipo sencillo pero suficiente
para volar al parejo de las aves más señeras disfrutando de otros
paisajes.
Hace muchos años remonté las nubes en planeadores desechos de la
guerra mundial, de aluminio, jalados por avionetas y soltados en cuanto
las corrientes de aire sostenían el aparato sin más equipos de vuelo
que la destreza del piloto y la buena suerte.
Si recuerdan un rancho allá por Tecamac, Vista Hermosa, propiedad de un
hampón consumado del alemanismo, coronel Carlos Serrano, siempre con
aspersores regando las praderas interminables, pues a un costado estaba
otra propiedad el Rancho Aéreo, ahí era donde se podían volar los
avioncitos de vuelo libre o planeadores.
Luego, salté en paracaídas veintitantas veces y seguí con las
motocicletas hasta que ya los reflejos fueron mermando su eficacia.
Pero la sensación de libertad la volveré a disfrutar con los
avioncitos ultraligeros, cada día con más seguidores.
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Esas llamadas de Pepencho, siempre encierran la promesa de vivir
momentos muy gratos.
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No
siempre se pueden corresponder, pero la fortuna me dejó estar el
viernes pasado al lado de una veintena de vejestorios queridísimos,
para festejar a Óscar Bitar, por el día de su cumpleaños, que
muy celosamente, ocultó la cantidad.
Cantamos
estrofas de Las Mañanitas, mucho mejor que las entonadas para don
Benito en La Floresta y sobre todo, con verdadero cariño
fraternal, siguieron melodías de antaño en las cuales se van
reflejando las dichas y pesares de cada solicitante en sus años
mozos. |
Los malvados de siempre recrearon las insufribles cruzadas, dejando en
la cuneta a los inexpertos o los de hígado aniquilado por previas
libaciones interminables.
La comida ofrecida, excelente, en el lugar que tanto me gusta: la casona
de Miguel Ángel Téllez, Villas de Caltengo, donde prosiguen las obras
de la parte donde estará funcionando un hotel de 20 habitaciones, en
unos cuantos meses más.
La lista de conjurados tuvo ausencias notables, pero con los allegados
solventamos la tarde muy cálidamente, restañando los raspones del
vivir, pues constatar que un personaje como Blas Mondragón Castelán,
sigue tan campante a pesar al centenar de años que carga, no deja de
ser estimulante y digno de imitar en su impecable filosofía.
Salí del salón bajo las notas cursis pero inolvidables de “…cuando
tú me quieras…” para viajar bajo la lluvia implacable rumbo a mi
cantón, al sur de la capital federal del país, travesía que ni a melón
me supo gracias a la inmensa nostalgia que arrullaba mi corazón.
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El cielo se partió, se abrió de un tajo, y volcó toda el agua que tenía.
Llovió como si el cielo quisiera vaciarse para siempre, y toda la
lluvia cayó sobre la mar.
A través de las aguas que se extendían, alborotadas, de horizonte a
horizonte, navegaba un buque de guerra. Tumbado en la cubierta, con las
manos bajo la nuca un joven soldado se dejaba empapar. Y se hacía
preguntas.
Aunque estaba cumpliendo el servicio militar, lo suyo era la ciencia. Él
nunca había visto llover en alta mar, y estaba buscando explicación
para semejante disparate.
Como buen científico, ese soldadito creía, o quería creer, que a
veces la naturaleza se hace la loca, simula demencia, pero ella siempre
sabe lo que hace.
Isaac Asimov, pasó horas y horas allí tendido, acribillado por la
fusilería del cielo, y no encontró ninguna respuesta.
¿Por qué la naturaleza echa agua a la mar, que tiene agua de sobra,
habiendo en el mundo tantas tierras muertas de sed, que alas nubes
imploran un favorcito?
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Siempre interesado en los asuntos científicos, desde La Floresta
mancillada, Wences Angulo, se pregunta “– ¿Qué serán los OGNIS?”
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Motonaves, parachoques, caballitos, cancioneros, a: José Manuel Toscana