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Formar maestros
Política en tacones
De Pilar Ramírez
11 de octubre de 2012
La situación de la educación
mexicana es un tema multifacético, pero su debate tiende a la
parcialidad, porque existe inclinación por señalar al gremio
magisterial como el responsable de la mayor parte de los
sinsabores educativos.
En cambio, el tema de
la formación de maestros se mantiene un poco aparte cuando, en
verdad, es allí donde se originan muchos de los problemas de la
práctica docente que afectan irremediablemente al sistema
educativo en su conjunto.
Han transcurrido 28
años desde que se decretó elevar la formación normalista a nivel
de licenciatura, pero casi tres décadas no han sido suficientes;
el sistema todavía se debate para lograr que su ubicación en la
educación superior no sea sólo formal. Los cambios fueron lentos
y no siempre hacia adelante. Sólo como muestra, en la Secretaría
de Educación Pública, el sistema de normales continuó
perteneciendo al ámbito de la educación básica por 21 años,
hasta que en 2005 se creó la Dirección General de Educación
Superior para Profesionales de la Educación, nombre feo y
redundante, pero con la ventaja de que los normalistas tuvieron
por fin su propia casa en el edificio institucional. Otro salto
cualitativo fue la puesta en marcha del Programa de Mejoramiento
Institucional de las Escuelas Normales en 2006 porque a su
amparo se estableció solicitar a cada entidad federativa un plan
para mejorar la educación normal, lo mismo que a cada escuela. A
partir de la evaluación de estos planes —estratégicos para estar
a tono con la moda académica adoptada por la burocracia— las
autoridades federales asignan recursos a cada escuela y a la
oficina que maneja a las normales en cada entidad.
Un enfoque curioso
para mejorar el normalismo, porque se pone a competir a las
escuelas y se le da más dinero a las más aplicadas, las que
mejor hacen su “plan estratégico”. No a las que más lo
necesitan. Así, en Veracruz, aunque las normales de Tlacotalpan
o de Tantoyuca tengan más necesidades jamás recibirán tantos
recursos como las normales de Xalapa. A pesar de lo anterior,
este procedimiento significó un cambio fundamental porque con
los recursos federales las escuelas mejoraron su aspecto físico,
recibieron equipamiento informático, apoyos para la labor
docente, se impulsó la investigación, se impartieron cursos a
maestros y se adquirieron libros, entre otras cosas. La forma de
gastar esos recursos no siempre ha sido la más inteligente, pero
sin duda ha habido avances y así, en ocho años, las escuelas
normales cambiaron mucho más que en los veinte años anteriores.
Los problemas sin
embargo siguen. Las evaluaciones de Ceneval y el examen a que se
someten los egresados para obtener una plaza tienen resultados
muy pobres. En el último caso, como el sistema no quiere morder
su propia cola no reprueba a los sustentantes, sólo señala que
requieren nivelación académica, pues un egresado mal calificado
para impartir clases en preescolar, primaria o secundaria puede
hablar mal del desempeño académico de ese estudiante, pero miles
de egresados con pobres resultados califican mal, sin ninguna
duda, al sistema que los formó.
Desde hace años se
discute cómo mejorar la formación de maestros y en este sexenio,
el trabajo que desplegó la SEP para realizar la reforma
curricular fue uno de los pocos aciertos de la administración.
Realizó diagnósticos, sondeos y pidió opinión para que no
hubiera quejas por el centralismo. Participó de manera relevante
el investigador Ángel Díaz Barriga quien, además de brillante
investigador es también maestro de educación básica y ha
dedicado muchos años a analizar la situación educativa de
nuestro país y en especial, la formación de maestros. Una de sus
conclusiones más acertadas es que no había formación
metodológica para los maestros. Es decir, los maestros no
adquirían la formación teórica para situar y evaluar la
educación con sus múltiples aristas ni su propia profesión, eran
básicamente operarios de la educación, porque sólo aprendían
procedimientos para impartir los programas de educación básica.
Echar a andar la
reforma no ha sido una tarea sencilla y las resistencias
abundaron. Ayudaron las inconsistencias de la propia SEP, pues
su intención de extender la duración de las licenciaturas a
cinco años, en lugar de cuatro, no se fundamentó adecuadamente y
sólo se percibía como un camino para retrasar la exigencia de
plazas magisteriales. Por eso debió dar marcha atrás en ese
punto. Muchos de los que no abrieron la boca cuando se hicieron
consultas, cerraron la mente cuando se dio a conocer la reforma
y lo único que sabían de ella era que no la querían. Uno de los
argumentos que escuché es que no se le había dado oportunidad a
los planes de estudio anteriores para mostrar si servían o no.
Si alguien en la OCDE, a la vista de los resultados de México en
las evaluaciones PISA, hubiera escuchado a esos maestros,
todavía estaría riendo a carcajadas.
La resistencia a esta
reforma en Michoacán no tiene forma de propuestas, de argumentos
o de planes alternos. Para evitarla se toman casetas y
secuestran vehículos particulares y de transporte público en
lugar de señalar por qué no les parece pertinente el nuevo plan,
por qué les parece inapropiado aprender inglés o qué sentido
tiene postergar un año la adopción de la reforma. De nueva
cuenta, lo único que saben es que no les gusta.
El nuevo plan de estudios subsana
muchos problemas de los planes de estudio anteriores. Ofrece a
los estudiantes más herramientas conceptuales sobre su
profesión, incluye el estudio del inglés pues el desconocimiento
de un segundo idioma en nuestro mundo globalizado es un nuevo
analfabetismo, está pensado por áreas formativas y no descuida
el entrenamiento para el manejo de contenidos. Diría que el
plan, parece confundir el concepto de comunicación con el
aspecto instrumental de las tecnologías de la información y la
comunicación, pero si se analiza en lo general se le puede
otorgar un voto de confianza en que mejora la formación de los
maestros.
Yo, que celebré la
irrupción del Yosoy132 como agua fresca y cristalina en el
pantano de conformismo juvenil, lamento las posturas que genera
la falta de reflexión y el uso político de los asuntos
educativos, como el de Michoacán, que es el que saltó a los
medios, pero no es el único que rechaza la reforma. ¿Por qué los
normalistas michoacanos se quieren reunir con el gobernador si
la atribución para regular la educación normal es de la
Secretaría de Educación Pública? ¿El vandalismo contribuye a
argumentar el rechazo a un plan académico? Todavía está fresco
el recuerdo de las muertes lamentables en el desalojo de los
estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Quienes promueven la
protesta colocan a los estudiantes en situación de riesgo al
alentar la comisión de delitos. Más que revisar la pertinencia
de la reforma curricular es necesario lidiar con los otros
intereses ajenos al tema académico involucrados en la protesta y
para ello lo primero es confrontarlos. La educación normal tiene
todavía muchos problemas por resolver, esperemos que no se le
agregue otro de manera artificial.
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Tacón
bajo.-
A propósito de escuelas normales, ¿por qué la Benemérita Escuela
Normal Veracruzana utiliza los recursos federales que le
proporciona la SEP a través de PEFEN para renovar sus auditorios
y después beneficia a particulares alquilando esos espacios para
espectáculos no de dudosa calidad sino, con certeza, de pésimo
gusto como el de Polo Polo? Ojalá que los evaluadores de la
educación superior ignoren la elección de los espectáculos a los
que da cabida esta institución.
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