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Héroes olvidados 17 de septiembre del 2009 No cabe duda que hasta para rememorar episodios históricos que, para bien y para mal, son los que han ido delineando nuestra identidad como nación, nos gusta la publicidad. En las escuelas, en las oficinas públicas, en los parques y en muchísimos libros, las figuras históricas que se destacan son las de nuestros héroes más famosos, digamos, las que tuvieron buen agente editorial que los llevó al registro histórico, que puso en blanco y negro su participación. Durante mucho tiempo se repitió que la historia la escriben los vencedores, no los vencidos. Esta sentencia que encierra mucha verdad se ha relativizado. A medida que se ha incrementado la influencia de los medios, la historia la escribe quien tiene acceso a ellos, aquél al que le pagan para que escriba un libro y selecciona los pasajes históricos que desde su punto de vista marcan los hitos, los puntos nodales sobre los cuales se teje el entramado social, pero, al final, son esos picos los que se destacan y se convierten en lo que se da en llamar Historia, con mayúscula.
Una buena cantidad de tales hechos no hubiesen adquirido tal dimensión si otros acontecimientos no los hubieran apuntalado o dado vigor. Hoy, por ejemplo, Juanito –el de Iztapalapa- goza de popularidad nacional y aunque es muy probable que su historia como delegado no trascienda a “La Historia”, con toda seguridad quedará en el anecdotario nacional. El personaje en sí mismo hubiera pasado desapercibido si no hubieran concurrido una serie de acontecimientos, la candidatura de Clara Brugada, el fallo del Tribunal Electoral, el reclamo de la candidata fallida, la militancia de Juanito en el Partido del Trabajo y su acuerdo con Manuel López Obrador. Hoy, es posible que Juanito ya no lo quiera reconocer, pero su popularidad se la debe a su manager López Obrador, de no haber sido por él es muy probable que sólo la familia de Juanito le hubiese confiado su voto y quizá no toda. Con la mediación de los medios de comunicación masiva, los criterios que marcan la importancia de los hechos no sólo se han vuelto más laxos sino que ha adquirido mayor relevancia el carácter político de los acontecimientos que se rescatan como historia. Todos los años cumplimos el ritual de conmemorar a los “Héroes que nos dieron Patria y Libertad”. Las oficinas gubernamentales tienen la obligación de realizar ceremonias conmemorativas durante todo el mes de septiembre, en cuyos discursos se repiten hasta el cansancio los mismos nombres.
Para la mayoría de los xalapeños Diego Leño no es sino una céntrica calle de la ciudad capital de Veracruz. En la escuela no cuentan a los niños que siendo síndico del ayuntamiento de Xalapa, arriesgó su posición al ser una especie de autor intelectual de la iniciativa para formar una Junta Gubernativa Independiente en la Nueva España que presentaron sus pares en la ciudad de México, Primo Verdad y Juan Francisco Azcárate, por lo cual a Leño se le considera precursor de la Independencia. El virrey José Joaquín de Iturrigaray dio apoyo a esta propuesta política de los criollos, lo que le valió la destitución y el encarcelamiento. En su camino a San Juan de Ulúa le acogió Diego Leño en su hacienda de Lucas Martín, también con riesgo de ser identificado como contrario al rey, lo cual no sucedió. Parece un gesto menor, pero no lo es. ¿O quién recuerda ahora a Antonio Merino, Cayetano Pérez y Evaristo Molina? Comerciante el primero y funcionarios medios de la aduana los otros dos, amigos de Ignacio Allende que apoyaron el movimiento insurgente en el Puerto de Veracruz hasta que un miembro del batallón los traicionó en 1812 y fueron fusilados después de estar prisioneros seis meses.
Doña Josefa Ortiz de Domínguez es el icono femenino por excelencia de la Independencia, pero no fue la única. Mujeres interesadas y participantes en la política hubo más. En Xalapa, María Teresa Medina de la Sota Riva apoyó la formación de una Junta Insurgente en 1812 y la sostuvo económicamente. Cuando las autoridades virreinales descubrieron a la Junta, los insurgentes huyeron de Xalapa y se piensa que María Teresa Medina fue salvada de morir por su hermano, el general Antonio de Medina y Miranda, pero obligada a trasladarse a la ciudad de México. Fernando Inés Carmona refiere en un espléndido texto del diario La Jornada el papel destacado de otras mujeres en la Independencia cuyos nombres han sido omitidos en las historias oficiales, como Luisa Martínez y Altagracia Mercado, la primera en Veracruz y la segunda en Hidalgo. La lista la alargan Mariana Anaya, Petra Arellano, Francisca Torres, Antonia Ochoa, Dolores y Margarita Basurto, Carmen Camacho, María de Jesús Iturbide, María Antonia García, Gertrudis Jiménez y varias más.
Debo confesar que antes de mi vida xalapeña, Serafín Olarte no era sino una calle capitalina de la colonia Independencia, y no el insurgente papantleco de origen indígena que después de la muerte de Morelos sostenía, junto con Vicente Guerrero, los dos únicos puntos de resistencia militar, Olarte en el norte de Veracruz y Guerrero en el estado que hoy recibe su nombre. Olarte no logró tomar Papantla y el ejército realista incendió medio pueblo como castigo por haber apoyado a la insurgencia. En 1821, el mismo año en que se logra la Independencia y se firman los Tratados de Córdoba reconociéndola, fue aprehendido y fusilado Olarte, quien ya no pudo ver la culminación de la lucha en la que participó. En muchos pueblos están enterrados los nombres de esos hombres y mujeres que creyeron en una causa y participaron en ella. Sería una buena retribución sacarlos del olvido.
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