La
cultura popular ha contribuido de manera consistente en la
definición y permanencia de los roles femenino y masculino. En las
relaciones de pareja fallidas se considera natural que las mujeres
lloren y los hombres se alcoholicen, quizá porque es la única manera
en que a los hombres les está permitido socialmente llorar. José
Alfredo Jiménez nos regaló para el azote amoroso aquello de “yo
sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi
suerte. / Quise hallar el olvido al estilo Jalisco, pero aquellos
tequilas y aquel mariachi me hicieron llorar”.
Pedro Infante le dio imagen a ese estilo, donde también
hizo famosa la colaboración de Tomás Méndez y cantaba en sus
películas “Tres días sin verte mujer, tres días llorando tu amor
tres días que miro el amanecer / ¿Dónde, dónde estás?, ¿con quién me
engañas?, ¿dónde, dónde estás?, ¿qué estás haciendo? / Tres días que
no sé qué es alimento, sólo tomando me he podido consolar”.
En cambio, que las mujeres lloren, no es sólo natural
sino una virtud: “Ay, si no fuera pedirte tanto, yo te pidiera vivir
de hinojos, mirando siempre tus tristes ojos / !Ojos que tienen,
ojos que tienen sabor de llanto”. ¿Qué mente perversa le puede pedir
a una mujer que viva de rodillas para verle los ojos tristes y
sentirse contento con ello? Sin embargo, cantábamos alegremente esta
pieza de Alfredo Aguilar con música de Guty Cárdenas. Consuelito
Velázquez y María Grever les dieron qué cantar a las mujeres
lloronas: “¿Por qué no han de saber que te amo vida mía? ¿Por qué no
he de decirlo, si fundes tu alma con el alma mía? / Qué importa si
después me ven llorando un día, si acaso me preguntan, diré que te
quiero mucho todavía” o “Yo no sé por qué he nacido ni crecido junto
al llanto, ni por qué te he conocido ni por qué te quiero tanto”.
Es preciso decir que muchos de esos éxitos musicales
repetidos por varias generaciones hasta el cansancio, especialmente
en la época de oro del bolero, se apoyaban en letras melcochosas, en
canciones de amor y desamor de lo más tradicionales, que elogiaban
la sumisión de las mujeres y los sentimientos reprimidos de los
hombres pero soportadas con algunas de las mejores composiciones
musicales que ha dado este país. Tan es así, que a partir de los
años noventa, los jóvenes volvieron a cantar las piezas con las que
sus padres o de sus abuelos describían sus aventuras amorosas.
Esto que podría parecer sólo una nota curiosa, no hace
más que expresar la relación desigual entre hombres y mujeres y los
sentimientos que ello produce. Las mujeres o son enamoradas que
sufren y llenan los mares con su llanto o traicioneras que sólo
merecen canciones de desprecio (Vende caro tu amor aventurera, da el
precio del dolor a tu pasado / Y aquel que de tus labios la miel
quiera, que pague con brillantes tu pecado).
Por fortuna, aquello que antes se consideraba normal y
se cantaba profusamente, hoy se comienza a cuestionar y se le
identifica como resultado de parejas que establecen relaciones
inequitativas. Un estudio realizado por la UNAM arrojó que una de
cada tres mexicanas sufre abuso emocional severo y de ellas, al
menos 10 por ciento enfrenta una agresión grave. La mayoría está
inmersa en relaciones de abuso y maltrato constante.
En la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las
Relaciones en los Hogares realizada en 2006 se obtuvo que 43% de las
mujeres de 15 años y más reportó haber vivido situaciones de
violencia emocional, física o sexual en su último vínculo con una
pareja, lo cual da explicación a los tres mil casos de divorcio
anual cuya causa principal es la violencia intrafamiliar.
El ingrediente de la violencia hace que la mayoría de
las mujeres no sepa qué es una relación saludable. La encuesta
señala que son las mujeres las más afectadas con resultados
negativos diversos. El 19% de las víctimas dejó de comer, 15.6% ya
no salió de casa, 12.1% dejó de ver a sus familiares y amigos y 5.4%
ya no estudió. Al menos 48% de las mujeres sintió tristeza,
aflicción o depresión.
También hay hombres que viven con parejas donde la
violencia es constante, pero es mucho menor la proporción. En
reconocimiento de ese hecho, allí está otra veta de la canción
popular: “Si hasta en mi propia cara, coqueteabas mi vida, qué será
a mis espaldas, y yo preso por ti / ¿Qué labios te cierran los
ojos?, los ojos que a besos cerré, auroras que son puñaladas, las
rejas no matan, pero sí tu maldito querer”. Y para quienes desean
ocultar que sufren, también por cuenta de José Alfredo: “Y si
quieren saber de mi pasado es preciso decir otra mentira, les diré
que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el
amor y que nunca he llorado”.