Lección de Civismo
9
de julio del 2009
Me contaron una pequeña historia que podría resultar
comiquísima si no fuera porque retrata dramáticamente una parte de
nuestra cultura cívica y política que emerge a cada rato. Conozco a un
pequeño que acaba de concluir el quinto grado de primaria en una escuela
particular ubicada en la zona norte del Distrito Federal llamada Mayapan.
Emilio, mejor conocido en el bajo mundo (por la estatura) como “Mini”,
porque es idéntico al padre pero en miniatura, es un estudiante y
deportista destacado, con varias medallas en competencias de natación.
Como reconocimiento a su esfuerzo y a su promedio de 9.8 fue nombrado
abanderado de la escolta, de lo cual se sentía muy orgulloso. Tiene a
una compañera que también es muy buena estudiante y su competidora
cercana, quien obtuvo una décima menos que Emilio, lo cual de todos
modos es muy buen promedio y por lo cual también se ganó un sitio en la
escolta, pero como “gendarme”, así le llaman en las escuelas, no me
vayan a culpar por el nombre del cargo.
La niñita por supuesto quería ser la abanderada y no se
conformaba con el segundo lugar, además parece que Joseph Mascaró le
confió que lo único que no le iba a gustar del poder es que le iba a
parecer demasiado corto así que decidió empezar temprano o los papás,
sabedores de que en este país hay más jefes que apaches, no quisieron
que su pequeña aprendiera a conformarse con ocupar un segundo lugar, así
que el padre hizo una visita social a la escuela para hablar de las
aspiraciones del frutito de sus entrañas y recordarles que además de
padre amoroso es también inspector escolar, no el que le corresponde a
la escuela, pero el poder es el poder, no importa en qué zona se ejerza.
La diligente directora recibió el mensaje y a los
padres de Emilio simplemente les llegó una notificación de que había
habido un error y su hijo no sería el abanderado sino la niña en
cuestión, pero que de todos modos sería gendarme. Ante la desilusión de
Emilio, el padre preguntó y le dijeron que no era por calificación sino
que había un empate y lo había decidido así la maestra de Español. No
faltó otro padre de familia que le hablara de la maniobra del inspector
escolar, por lo que el padre de Emilio pidió que respetaran el lugar que
su hijo se había ganado con su desempeño académico. Inútil.
La mezquindad del asunto hizo que pidiera cita con la
dueña de la escuela y en la reunión la directora le mostró un
“reglamento” firmado de recibido por él mismo donde se afirma que el
alumno que en algún bimestre hubiese sacado menos de nueve no puede ser
abanderado y sólo puede ocupar otros puestos (el caso de Emilio). Su
firma, asentada en la última hoja, era de dos años atrás y las primeras
hojas, donde se hizo un reglamento de acuerdo a las circunstancias, eran
diferentes de las que recibió entonces. La directora, en un descarado
“iztapalapazo” le quitó el cargo de abanderado a Emilio y muy
inteligentemente truqueó la colocación de la firma del papá para
introducir un “nuevo” reglamento a modo, a fin de que resultara
plenamente justificado el arribo de la mini-inspectora al Olimpo del
abanderamiento.
“Ardido”, como lo describiría Jorge Castañeda, pero
también indignado por la maniobra de la directora y ya en un declarado
espíritu lopezobradorista, el papá acudió con la inspectora de la
escuela, quien le dijo que no era extraño el caso pues tenía otro
idéntico en una primaria pública; gracias a su intervención, se
determinó elegir al abanderado con los resultados de nuevos exámenes.
Días después, los padres de Emilio fueron informados de que el desempate
se decidiría con un examen aplicado con anterioridad y con el voto de
calidad de la maestra de Español. El resultado fue que Emilio no quedó
de abanderado, ni de gendarme sino en la fila de atrás, a pesar de que
en ese examen también obtuvo mayor calificación. Otros padres de familia
señalaron que en otras ocasiones se tomaba en cuenta el desempeño
deportivo, lo cual no harían en esta ocasión, pues Emilio es destacado
nadador.
Así, ya no importó calificación, reclamo ni la figura de
la inspectora. La dueña simplemente dijo que era un caso concluido y la
directora se dedicó a apapachar a mini Silvia Oliva, a quien llamaba
continuamente a la dirección y le demostraba al grupo quién gozaba de
las preferencias de la “direc”. Emilio sólo se quedó con su
calificación, quién le manda andarle ganando a la hija de un inspector.
Ahora sí que humillados y ofendidos, pues los padres pagaron
colegiaturas para recibir ese trato.
Habrá quien ponga reparos a las lecciones de Civismo que
ofrece la escuela Mayapan, pero son minucias comparadas con la gran
enseñanza para la vida que encierran. Se trata de una verdadera
educación en competencias: les enseñan a los niños que gana el que está
bien con la autoridad no el que espera un trato justo y respetuoso; que
tiene más posibilidades de ser triunfador el que tiene una “pequeña
ayuda de sus amigos” como dirían los Beatles, pero sólo a condición de
que los amigos tengan poder, aunque sea poquito como el de un inspector;
que no importa saber sino utilizar adecuadamente el tráfico de
influencias. El secretario Lujambio puede sentirse satisfecho de su
personal, porque es transparente, como lo marca la ley, es decir, tiene
a un inspector diáfanamente corrupto, pero sin duda orgulloso de poder
darle a su hijita un poco de felicidad en este mundo tan ingrato
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