Ahorritos
2 de julio del 2009
“Este reconocimiento honra a nuestra máxima casa de estudios como el
centro por excelencia de la difusión académica, cultural y científica de
nuestro país, y la confirma como un importante referente de México en el
mundo” escribió el Presidente Felipe Calderón en una carta que le envió
al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José
Narro, el 10 de junio, al darse a conocer que la institución se había
hecho acreedora al Premio Príncipe de Asturias. Sin embargo, la
verdadera valoración del sitio que el Ejecutivo le asigna a la UNAM en
el país se difundió seis días después, cuando la UNAM y el resto de las
universidades recibieron la conminación por parte de las Secretarías de
Hacienda y de Educación Pública a realizar ahorros mediante el recorte
voluntario de gastos; como a Bartola, les recomiendan estirar los dos
pesos de presupuesto y pagar sueldos, investigaciones, el teléfono y la
luz.
La UNAM confrontó el virtual aviso de recorte presupuestal y rechazó
tajantemente la invitación a amarrarse más el cinturón. Esta institución
ofrece servicios educativos a más de 300 mil alumnos, lo cual no es
suficiente, pues cada año son miles los estudiantes rechazados. En este
año sólo pudo aceptar al 8% de los cerca de 115 mil aspirantes, lo que
dejó fuera a 105 mil. Aún así, en el carácter masivo de la educación que
imparte la UNAM está el origen de muchas de sus deficiencias. El
subsecretario Rodolfo Tuirán alertó sobre las cifras de rechazados
haciendo notar que hay estudiantes que presentan examen en varias
dependencias; su argumento es, sin embargo, evidencia de la capacidad
limitada que tiene el sistema educativo de nivel superior, lo que parece
improbable es que sea tan grande la cantidad de aspirantes que solicitan
ingreso en varias universidades, es mucho más factible que las cifras de
rechazados hablen del rezago acumulado.
La
situación no es exclusiva de la UNAM, los rechazados del Instituto
Politécnico Nacional y la Universidad Autónoma Metropolitana sumaron más
de 50 mil. La Universidad Veracruzana aceptó a 17 mil 500 de los casi 34
mil que solicitaron ingreso. La insuficiencia de lugares se repite en
prácticamente todas las entidades. La paradoja es que se nos caracteriza
como un país con bajo nivel de instrucción, en tanto que las
universidades año con año dejan fuera a estudiantes que aspiran a lograr
un sitio para continuar sus estudios. No se trata solamente de jóvenes
que no cubren los requisitos de calidad para el ingreso, sino de los
escasos espacios en las carreras que se ofertan. En este año,
presentaron examen en la UNAM 8 mil 717 aspirantes para ingresar a
Medicina, en tanto que la universidad sólo tenía 177 lugares
disponibles.
El presupuesto aprobado apenas les permite a las universidades sostener
la estructura actual; se requeriría incrementar considerablemente los
recursos para diversificar los ámbitos de estudio y serían necesarias
acciones gubernamentales mucho más decididas para abrir los campos
laborales correspondientes, con lo que se colocaría al país en un lugar
más competitivo a nivel mundial. Un proyecto de tal envergadura sólo
sería posible en un gobierno que tenga claro que no se trata de un gasto
sino de una inversión y que el apoyo financiero debe sostenerse algunos
años para que comience a rendir frutos. Es decir, un gobierno para el
que la educación, la cultura y la ciencia sean prioritarios y esté
dispuesto a enfrentar la masividad de la educación con calidad e
innovación. ¿De qué sirve que se abran más lugares, se construyan
algunas pocas nuevas instituciones o se autorice el funcionamiento a más
universidades particulares en las carreras tradicionales que ya están
saturadísimas? Sólo garantizan el engrosamiento del llamado desempleo
ilustrado.
Si se revisan los problemas ancestrales de la universidad, podremos
comprobar que la investigación continúa siendo insuficiente; no existe
el equilibrio deseado entre docencia, investigación y difusión, y
tampoco entre la oferta en artes, ciencias y humanidades; se mantienen
los problemas de desigualdad en el acceso a los estudios de nivel
superior; falta pertinencia en la formación que se ofrece con las
necesidades sociales y las del mundo laboral; se continúan utilizando
métodos educativos anquilosados; el pensamiento crítico no es el fuerte
de los jóvenes universitarios; la calidad de la educación universitaria
tiene todavía largos trechos por recorrer, pues le falta mucho por
construir en la cultura de la evaluación. Persisten, en síntesis, la
mayor parte de los problemas de la universidad que se enumeraron en la
Declaración de París hace más de diez años.
Con esta problemática a cuestas, la universidad difícilmente puede
convertirse en el pilar del desarrollo que es en otras sociedades. Aquí,
lejos de recibir el apoyo que necesitan y merecen, se le pide a las
instituciones de educación superior que hagan ahorros. ¿Será que el
Presidente considera que a los universitarios les caen encima todos esos
males por no creer en Dios?
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