Lo que ellos
quieren
30
de julio del 2009
No voy a hacer la reseña de la versión
masculina de aquella película protagonizada por Mel Gibson, en la que el
personaje tenía el don de “escuchar” los pensamientos de las mujeres,
todavía no existe, sino señalar algunos deseos a los que creo se pueden
sumar muchos ciudadanos y que se dejan sentir con los resultados de la
votación del pasado 5 de julio.
El alud de tinta para revisar los resultados
de la jornada electoral ha sido generoso; los hechos más revisados son
el triunfo del PRI, la derrota del PAN y el significado del voto nulo.
Sobre el triunfo del PRI se ha repetido, quizá en demasía, la
interpretación del retroceso, de la vuelta al pasado. Tiene razón
Octavio Rodríguez Araujo cuando señala que el PRI no es uno solo, que el
partido de Luis Echeverría no se asemeja al de Carlos Salinas, es
difícil entonces afirmar que los votantes que le dieron el triunfo al
PRI hayan apostado por un retorno al pasado. La memoria colectiva no
suele ser tan analítica y responde bien, en cambio, a la inmediatez. Se
conjugan en ese voto, la percepción acerca del gobierno en el poder y de
los gobiernos priístas, donde el primero perdió en la comparación.
Sobre la derrota panista se ha insistido en
atribuirla a la conducción de una campaña fallida y en el comportamiento
de su líder. Todo parece indicar que los únicos contentos con Germán
Martínez fueron su familia y los cartonistas a quienes les daba una
fuente inagotable de material para su producción monera.
El voto nulo, defendido por muchos líderes
de opinión, no fue más que el hartazgo hacia los partidos y sus
representantes, pero también hacia la clase política en general y muchas
decisiones de gobierno en las que el ciudadano ni siquiera brilla por su
ausencia, simplemente no existe.
En este momento, en que los partidos están
analizando sus resultados y algunos de ellos solicitan incluso los
servicios de analistas políticos, ahí les van algunos tips que podrían
recoger con sólo echar un vistazo a los diarios
No deja de ser paradójico que el voto nulo
haya tenido tanta propaganda en este año electoral cuando el costo de la
elección ascendió a más de 12 mil millones de pesos, la mitad del
presupuesto de la UNAM. Los mexicanos gastamos una millonada en partidos
y autoridades electorales para que una parte importante de la ciudadanía
no vote, anule el voto o vote por el menos malo.
Los ciudadanos vemos con desconfianza que un
político salte de un partido a otro con la mayor caradura del mundo, no
por un proceso de ideologización, de simpatía por los principios que
súbitamente descubren en otro instituto político sino simple y
llanamente para hacerse de una candidatura.
Si un candidato ganó un puesto de
representación popular se ve muy mal que lo abandone con tal de ir en
pos de otro. En la mayoría de los congresos locales hubo desbandada de
legisladores que incumplieron el compromiso que adquirieron con la
ciudadanía que los llevó a esos cargos para buscar permanecer como
legisladores, pero en el plano federal. No sé de ningún caso en que
hayan sido aclamados o urgidos por esos ciudadanos para competir por una
curul en el congreso federal, fue una decisión personal para permanecer
en la nómina legislativa (comme il faut
debidamente planchada con quien palomea las candidaturas).
Los partidos deben otorgarle ya la mayoría
de edad a los ciudadanos, la madurez suficiente para analizar algunas
características de los candidatos. No nos presenten candidatos famosos,
sino gente que en el desempeño de sus funciones tenga la capacidad de
hacer un papel decente. Ojalá que les diga algo el hecho de que “los
famosos” de la elección pasada no ganaron. El congreso no es un campo
deportivo y tampoco, aunque a veces lo parezca, un set de televisión.
Pueden abstenerse de candidatear deportistas, actores, cantantes y gente
del “jet set”
Queremos que los servidores públicos
mantengan en la esfera privada sus inclinaciones religiosas, que no
intenten ganar el cielo con donativos millonarios a la iglesia de un
solo credo y tampoco que sus creencias religiosas conduzcan sus acciones
como vetar una ley, criminalizar a quienes no comparten su credo o
dictar normas basadas en una moral religiosa. En una palabra que se
respete el Estado laico.
Un renglón que lastima agudamente a la
ciudadanía es la ligereza o la franca irresponsabilidad para manejar las
arcas públicas, mismas que se llenan con los impuestos ciudadanos. Los
sueldos escandalosos son causa de irritación, lo mismo que la negativa a
transparentar ciertos gastos sobre todo cuando se relacionan con viajes
o atención personal. Frente a estos gastos, declaraciones como las del
diputado panista de Querétaro Fernando Urbiola que ante la crisis
sugiere hacer dieta o comprar leche sólo para los niños ya que los
adultos no la necesitan resultan insultantes porque todo mundo intuye
que el diputado no tiene necesidad de hacer esas economías.
Si existe una norma electoral, ¿para qué
intentar torcerla con propaganda disfrazada de información en periódicos
o revistas? ¿para qué buscar maneras de truquear la ley con propaganda
anticipada como si eso fuese a determinar el resultado de la elección?
Las campañas negativas también colocan a los partidos como organismos
sin propuestas que sólo podrían ganar si descalifican al otro.
Si se decide montar una campaña basada en
los buenos resultados de un gobierno es preciso asegurarse de que tales
resultados en verdad son evidentes para la población y no sólo
declaraciones a los medios. La desconfianza ciudadana no es gratuita. La
lista podría resultar interminable, pero con que los partidos tomaran en
cuenta estas pocas propuestas sería un gran avance.
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