El equipo
Política en tacones
De Pilar Ramírez
21 de julio del 2011
Devoradora como soy de series de televisión, tenía
como pendiente ver El equipo, la producción de corte policiaco
de Televisa al estilo NYPD, 24 o CSI.
Curiosidad que agigantaron las críticas que llovieron sobre la serie
mexicana producida por Pedro Torres, sobre todo en su vertiente
política, como un espaldarazo a la guerra que mantiene el gobierno
federal contra la delincuencia organizada.
Sin información de primera mano, no puedo afirmar
contundentemente, como hicieron varios analistas de los medios, que la
producción televisiva haya sido un traje a la medida de las necesidades
de aprobación del gobierno y de la actuación de los cuerpos policiacos y
de la milicia. Es, en todo caso, una posibilidad.
Llama mi atención, en cambio, que la televisora haya
puesto a disposición del público la serie para verla en línea, hecho que
puede responder a que efectivamente haya sido una producción sobre
pedido, que en lugar de salir a los circuitos de venta comerciales se
ofrezca gratuitamente al público, que haya sido un fracaso financiero y
de rating o todo ello junto.
Fueron sólo 15 capítulos de media hora, que se
terminaron de transmitir en tres semanas. Una forma inusual de pautar
las transmisiones de una serie televisiva. Es posible que la polémica
generada por la producción de Torres, incluida la acusación de desvío de
recursos por parte de la Secretaría de Seguridad Pública que hizo el PRD
en la Cámara de Diputados y ante la Secretaría de la Función Pública,
por el apoyo que prestó a la realización de la serie, no haya sido
determinante en el bajo rating que tuvo El equipo,
pues aquí se estila al contrario: la polémica genera público.
La escasa audiencia puede provenir del hecho de que
estamos más inclinados a aplaudir la actuación de Jack Bauer, el
protagonista de la serie 24, un superagente que puede burlar a
toda una cuadrilla de entrenadísimos policías o la de Andy Sipowicz, el
policía antihéroe que se sostiene apenas en la línea ética a la que nos
ha habituado la televisión estadounidense en la serie NYPD Blue.
Hace décadas que las series provenientes del país del
norte nos han acostumbrado a ver policías de muchos estilos, pero casi
todos buenos. Desde las tempranas series de las década de los sesenta en
las que Rick Jason y Vic Morrow nos llevaron de la mano por 152
capítulos para aprender a apreciar las vicisitudes del ejército
estadounidense que defendía al mundo libre de los malvados nazis, hasta
los vericuetos científicos de la franquicia CSI para atrapar a los más
sofisticados delincuentes. Del mismo modo, hemos bebido la cultura de la
honestidad policial estadounidense con una gran cantidad de series en
las que los policías, agentes, detectives, héroes y superhéroes nos han
convertido en expertos del sistema policial y de justicia del país
vecino.
Desde Kojak, Columbo, pasando por Cannon, Starsky,
Hutch, Leanne “Pepper” Anderson (la mujer policía), Magnum, los Ángeles
de Charlie, Horatio Caine, Monk, hasta llegar a Nikita, Jack Bauer o
Dexter, hemos tenido una escuela de larga duración con producciones
televisivas que han colocado a los cuerpos policiacos de Estados Unidos
como instituciones confiables, que cuentan siempre con esforzados
servidores públicos dispuestos a dar la vida por la seguridad de la
ciudadanía. Es cierto que la imagen positiva ha logrado sostenerse
porque hay una cierta correspondencia entre lo que propone la serie y el
comportamiento de una buena parte de los representantes de la ley.
Sin embargo, cuando por primera ocasión la televisión
nos presenta a protagonistas que no se llaman Jack Bauer sino Mateo, no
a agentes del FBI sino policías federales que hablan con modismos del
altiplano mexicano, rápidamente hay motivos de dura crítica, no
televisiva, sino política. Nada más ficticio que un laboratorista que
trabaja para la policía de Miami y es al mismo tiempo un sui generis
asesino en serie que hace justicia por propia mano y sólo mata a
delincuentes, como ocurre en la serie Dexter. O Adrian Monk, un
detective que padece un trastorno obsesivo-compulsivo y es, sin embargo,
pieza clave para resolver prácticamente todos los asesinatos de la
ciudad de San Francisco gracias a su enorme capacidad de observación.
Magda, una joven graduada en Derecho que decide
entrar al cuerpo de policía, no tuvo, en cambio, el carisma y la
credibilidad suficiente. Es cierto que la serie El equipo echó
mano de muchos clichés que hemos visto mejor manejados en las series
extranjeras, pero es curioso que en este esfuerzo pionero de la
televisión mexicana estamos dispuestos a la descalificación en tanto que
nos hemos recetado alegremente las series provenientes del exterior, con
un discurso político muy similar, por más de cincuenta años.
¿Qué El equipo es un elogio de la policía
federal? ¿Y qué otra cosa es The Agency, la serie sobre la CIA,
Without a trace sobre el FBI o NYPD Blue que lleva
simplemente el mismo nombre que la policía de Nueva York y que se
mantuvo por quince temporadas? Después de tantos años frente al
televisor ya deberíamos poder diferenciar el mensaje político del
televisivo. Claro que también están la series “incómodas”, como
Boston legal que no fue del agrado del régimen republicano y se vio
obligada a concluir, hecho del que incluso se burlan los personajes
dentro de la serie, lo que la hace más atractiva.
¿Qué la serie es una apología de la política
gubernamental del combate al crimen? Quizá, pero también podríamos verlo
desde otro punto de vista: que a nuestro país le hacen falta muchos
policías y agentes reales que correspondan con las características de
Mateo, Santiago, Magda y Fermín, verdaderamente dispuestos a defender a
la ciudadanía; policías que se sientan tan satisfechos con su trabajo
que no los tiente fácilmente el crimen organizado.
Del mismo modo que necesitamos una ciudadanía más
reflexiva, también necesitamos audiencias más exigentes para promover
mejores y más variados productos en los medios. Una golondrina no hace
verano y una serie no puede justificar toda una política de seguridad,
aunque quisiera.
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