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El equipo 21 de
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Ahí lo dejo 28 de octubre del
2010
Asquito 21 de octubre de 2010
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decente
23
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Perspectivas
16
de julio del 2009
Lección de
Civismo 9 julio del 2009
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¡Usted no sabe quien
soy!
Política en tacones
De Pilar Ramírez
18 de octubre de 2012
El poder es una de las sirenas
con el canto más cautivador. Para escucharla de la forma más
exclusiva posible se cometen atropellos, asesinatos, fraudes o
abusos de todo tipo. El poder es atractivo porque representa la
capacidad de influir en otros o hacer que otros hagan lo que uno
desea, por eso el poder no se limita al que ejercen los reyes,
jefes de Estado o los funcionarios del más alto nivel, sino al
fenómeno que se produce en toda relación humana. A veces el
poder se ejerce de manera legítima cuando un grupo lo otorga o
lo deposita en alguien, pero generalmente se toma, por las
buenas o por las malas, de manera tersa o con violencia, por
mucho o poco tiempo —generalmente por mucho— porque casi nadie
desea abandonarlo voluntariamente.
Así, la forma que
adquiere el ejercicio del poder es variopinta. Va desde un cargo
que se ocupa legítimamente y por el cual se ha competido hasta
el que se ejerce sobre otro en la vida cotidiana, en las
relaciones laborales, en las amistosas o en las familiares. Es
frecuente que quien está en posición de ejercer poder, mucho o
poco, sobre muchos o sobre una sola persona caiga en excesos,
que surjan los abusos y que aquellos sobre quienes se ejerce el
poder queden a expensas de los deseos arbitrarios de quien puede
imponer su punto de vista, lo cual entraña siempre un nivel de
violencia. Las distintas formas del ejercicio del poder no son
excluyentes, en realidad lo común es que se superpongan.
El ejercicio abusivo del poder
explica los campos de concentración nazis, las hogueras
medievales para castigar la herejía, el confinamiento en Siberia
por posturas “contrarias a los intereses del proletariado”, la
persecución macartista que intentaba “salvar” al mundo del
comunismo o los policías y granaderos disparando contra
estudiantes indefensos en Tlatelolco, pero también al Rey Juan
Carlos dando un puñetazo a su chofer por no estacionarse
debidamente, al empresario de Polanco Miguel Sacal golpeando al
valet parking por negarse a abandonar su lugar de trabajo para
darle un gato hidráulico, las mujeres asesinadas sólo por
cruzarse fortuitamente en el camino de los feminicidas, las
mujeres lapidadas por adulterio, las esposas y novias golpeadas
por sus parejas y las ex esposas agredidas por los ex maridos.
Todos son ejemplos de uso abusivo
del poder. En algunos resulta muy evidente e irrefutable, pero
en otros la agresión se viste de legalidad. En el último caso
está un grupo de mujeres que se mantuvo durante mucho tiempo a
la sombra, pero la violencia que ejercen los agresores se
perfila como un “modus operandi” y exhibe un problema más común
de lo que pensábamos: el de los hombres que utilizan su poder
político y económico para violentar, agredir y humillar a sus ex
esposas. Cuando la finalización de la convivencia en pareja ya
no les permite a los hombres ejercer control, utilizan todos los
recursos a su alcance para hacer valer su poder en la parte más
sensible para la vida de una mujer: los hijos. Separar a las
madres de sus hijos es una forma siniestra de ejercer violencia
contra las mujeres. Se hace por razones diversas. A veces
precisamente porque las mujeres decidieron terminar la relación,
lo cual es común cuando hay detrás una historia de violencia
constante. No es inusual que esto suceda cuando la situación
llega a límites en los que se pone en riesgo la seguridad tanto
de las mujeres como de los hijos.
No existe registro de estos
casos, no hay estadísticas porque se vivía como un drama
individual, pero a raíz de que los medios se ocupan de
situaciones en las que se presume una actuación sospechosa de
servidores públicos, las mujeres que sufren este maltrato se
están vinculando y organizando. En la ciudad de Xalapa, a raíz
de que se hizo público el caso de Jesús Yunes García, quien en
la disputa por la custodia de sus hijas presuntamente incurrió
en actos de ilegalidad y en el que la madre, Fabiola González,
tiene seis años luchando por recuperar a sus hijas, otras madres
de familia han dado a conocer situaciones similares en las que
sus ex parejas tuercen la ley para “castigarlas”, se sospecha
que acuden al soborno, al tráfico de influencias, al
“madruguete” legal o se apoyan en funcionarios que ceden a
presiones o gratificaciones con tal de separar a los hijos de
sus madres.
Está el caso de un hombre al que
un juez le ordenó pagar la pensión alimenticia. Para evadir el
pago solicitó el depósito de su hijo de nueve años a su favor.
Logró que en sólo cinco horas el juzgado autorizara su solicitud
a pesar de la sentencia anterior a favor de la madre. El padre
estaba sentenciado a pagar veinte por ciento de su salario, hoy
la madre tiene la sentencia de una juez para que pague 40 por
ciento por el mismo concepto. ¿Raro? De ninguna manera, el señor
es ministerio público, reside en la zona más exclusiva de
Xalapa, mientras que la madre del menor vive en una habitación
pequeña.
Las trampas legales están a la
orden del día en estos casos, en los que los hombres convierten
la batalla legal en una lucha de poder. Las mujeres a quienes
les arrebatan a sus hijos de esta manera están en un grave
estado de indefensión porque se ven obligadas a destinar todos
sus recursos económicos para contar con una asesoría legal
adecuada y muchas veces eso no es suficiente.
En algunos casos el elemento
común a distintos casos es un juzgado o un juez en particular.
Los medios están poniendo atención a estas situaciones y ese
interés puede resultar de mucha ayuda para exhibir la actuación
sospechosa de quienes deberían impartir justicia, pero no basta
con eso. En tanto se cuente con un marco normativo que considere
estos casos, es preciso que el aparato judicial supervise la
actuación de sus elementos para evitar que la violencia de
género corra por cuenta del sistema que debería dar protección a
las mujeres y rectifique cuando deba hacerlo.
Ya no más “usted no sabe quién
soy”, frase que sintetiza el influyentismo, una de las
peores caras de la corrupción y del abuso del poder.
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