Formar maestros11 de octubre de 2012

Juárez no debió de morir 5 de octubre de 2012

Entre la igualdad y la censura26 de septiembre de 2012

La Carta 120920.

La causa son las mujeres 6 junio 2012

Calladitos 120321

Ambiente preelectoral 16 de marzo de 2012

Por iniciativas no paramos 10 de noviembre del 2011

Sufragio ¿efectivo? 10 de noviembre del 2011

Primera plana13 de octubre del 2011

Reprobadas 28 de julio del 2011

El equipo 21 de julio del 2011
 

Marcho, luego existo 7 de abril del 2011

Apagón analógico 23 de marzo del 2011

Realities reales 25 de noviembre del 2010

Versada por la Independencia y la Revolución 18 de noviembre del 2010

Persignarse11 de noviembre del 2010
Ahí lo dejo
28 de octubre del 2010
Asquito 21 de octubre de 2010
Ninis
2 de septiembre del 2010

Desempleo ilustrado 26 de agosto del 2010

Esa no por que me hiere 8 de octubre del 2009

 

Opacidad Sindical 1 de octubre del 2009

 

Visión de futuro 24 de septiembre del 2009

 

Héroes olvidados 17 de septiembre del 2009
 

Carta a Carlos Alazraki 10 de septiembre del 2009

 

¡Rediez!3 de septiembre del 2009

 

ER27 de agosto del 2009

 

Pobre Gutenberg 20 de agosto del 2009

 

Defender la vida 13 de agosto del 2009
 

Al estilo Jalisco 6 de agosto del 2009
 

Lo que ellos quieren 30 de julio del 2009

Soy narco pero decente 23 de julio del 2009

Perspectivas 16 de julio del 2009

Lección de Civismo 9 julio del 2009

¡Usted no sabe quien soy!
Política en tacones
De Pilar Ramírez ramirez.pilar@gmail.com 

  

18 de octubre de 2012

El poder es una de las sirenas con el canto más cautivador. Para escucharla de la forma más exclusiva posible se cometen atropellos, asesinatos, fraudes o abusos de todo tipo. El poder es atractivo porque representa la capacidad de influir en otros o hacer que otros hagan lo que uno desea, por eso el poder no se limita al que ejercen los reyes, jefes de Estado o los funcionarios del más alto nivel, sino al fenómeno que se produce en toda relación humana. A veces el poder se ejerce de manera legítima cuando un grupo lo otorga o lo deposita en alguien, pero generalmente se toma, por las buenas o por las malas, de manera tersa o con violencia, por mucho o poco tiempo —generalmente por mucho— porque casi nadie desea abandonarlo voluntariamente.

            Así, la forma que adquiere el ejercicio del poder es variopinta. Va desde un cargo que se ocupa legítimamente y por el cual se ha competido hasta el que se ejerce sobre otro en la vida cotidiana, en las relaciones laborales, en las amistosas o en las familiares. Es frecuente que quien está en posición de ejercer poder, mucho o poco, sobre muchos o sobre una sola persona caiga en excesos, que surjan los abusos y que aquellos sobre quienes se ejerce el poder queden a expensas de los deseos arbitrarios de quien puede imponer su punto de vista, lo cual entraña siempre un nivel de violencia. Las distintas formas del ejercicio del poder no son excluyentes, en realidad lo común es que se superpongan.

El ejercicio abusivo del poder explica los campos de concentración nazis, las hogueras medievales para castigar la herejía, el confinamiento en Siberia por posturas “contrarias a los intereses del proletariado”, la persecución macartista que intentaba “salvar” al mundo del comunismo o los policías y granaderos disparando contra estudiantes indefensos en Tlatelolco, pero también al Rey Juan Carlos dando un puñetazo a su chofer por no estacionarse debidamente, al empresario de Polanco Miguel Sacal golpeando al valet parking por negarse a abandonar su lugar de trabajo para darle un gato hidráulico, las mujeres asesinadas sólo por cruzarse fortuitamente en el camino de los feminicidas, las mujeres lapidadas por adulterio, las esposas y novias golpeadas por sus parejas y las ex esposas agredidas por los ex maridos.

Todos son ejemplos de uso abusivo del poder. En algunos resulta muy evidente e irrefutable, pero en otros la agresión se viste de legalidad. En el último caso está un grupo de mujeres que se mantuvo durante mucho tiempo a la sombra, pero la violencia que ejercen los agresores se perfila como un “modus operandi” y exhibe un problema más común de lo que pensábamos: el de los hombres que utilizan su poder político y económico para violentar, agredir y humillar a sus ex esposas. Cuando la finalización de la convivencia en pareja ya no les permite a los hombres ejercer control, utilizan todos los recursos a su alcance para hacer valer su poder en la parte más sensible para la vida de una mujer: los hijos. Separar a las madres de sus hijos es una forma siniestra de ejercer violencia contra las mujeres. Se hace por razones diversas. A veces precisamente porque las mujeres decidieron terminar la relación, lo cual es común cuando hay detrás una historia de violencia constante. No es inusual que esto suceda cuando la situación llega a límites en los que se pone en riesgo la seguridad tanto de las mujeres como de los hijos.

No existe registro de estos casos, no hay estadísticas porque se vivía como un drama individual, pero a raíz de que los medios se ocupan de situaciones en las que se presume una actuación sospechosa de servidores públicos, las mujeres que sufren este maltrato se están vinculando y organizando. En la ciudad de Xalapa, a raíz de que se hizo público el caso de Jesús Yunes García, quien en la disputa por la custodia de sus hijas presuntamente incurrió en actos de ilegalidad y en el que la madre, Fabiola González, tiene seis años luchando por recuperar a sus hijas, otras madres de familia han dado a conocer situaciones similares en las que sus ex parejas tuercen la ley para “castigarlas”, se sospecha que acuden al soborno, al tráfico de influencias, al “madruguete” legal o se apoyan en funcionarios que ceden a presiones o gratificaciones con tal de separar a los hijos de sus madres.

Está el caso de un hombre al que un juez le ordenó pagar la pensión alimenticia. Para evadir el pago solicitó el depósito de su hijo de nueve años a su favor. Logró que en sólo cinco horas el juzgado autorizara su solicitud a pesar de la sentencia anterior a favor de la madre. El padre estaba sentenciado a pagar veinte por ciento de su salario, hoy la madre tiene la sentencia de una juez para que pague 40 por ciento por el mismo concepto. ¿Raro? De ninguna manera, el señor es ministerio público, reside en la zona más exclusiva de Xalapa, mientras que la madre del menor vive en una habitación pequeña.

Las trampas legales están a la orden del día en estos casos, en los que los hombres convierten la batalla legal en una lucha de poder. Las mujeres a quienes les arrebatan a sus hijos de esta manera están en un grave estado de indefensión porque se ven obligadas a destinar todos sus recursos económicos para contar con una asesoría legal adecuada y muchas veces eso no es suficiente.

En algunos casos el elemento común a distintos casos es un juzgado o un juez en particular. Los medios están poniendo atención a estas situaciones y ese interés puede resultar de mucha ayuda para exhibir la actuación sospechosa de quienes deberían impartir justicia, pero no basta con eso. En tanto se cuente con un marco normativo que considere estos casos, es preciso que el aparato judicial supervise la actuación de sus elementos para evitar que la violencia de género corra por cuenta del sistema que debería dar protección a las mujeres y rectifique cuando deba hacerlo.

Ya no más “usted no sabe quién soy”, frase que sintetiza el influyentismo, una de las peores caras de la corrupción y del abuso del poder.

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