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Apagón analógico 23
de marzo del 2011
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El gran Cronopio
Política en tacones
Pilar Ramírez ramirez.pilar@gmail.com
19 de junio de 2013
“Oliveira es patológicamente sensible a
la imposición de lo que le rodea, del mundo en que se
vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo
amablemente. En una palabra, le revienta la
circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo” dice
Gregorovius acerca de Oliveira, protagonista de
Rayuela, en el caso de aceptar una aproximación
tradicional a la novela de Cortázar, donde hay muchas
historias y ninguna. Los personajes van y vienen, toman
el escenario o se mantienen tras bambalinas, son
misteriosos o simples, complejos o superficiales, porque
se trata de una obra que, entre otras cosas, acepta una
gran cantidad de lecturas. Es más, no las acepta, la
propone, las incita o las exige.
La cita viene de uno de los tantos
pasajes de la novela que se volvieron parte de mí, de mi
lectura, de la novela que yo misma construí a partir del
texto de Julio Cortázar y lo hice precisamente siguiendo
el consejo del autor. Otros subrayados tienen que ver
con un tema recurrente en el personaje: el elogio del
caos, el rechazo del orden, expresado de muchas maneras
en una síntesis de sensibilidad parisina y vena
argentina que Julio Cortázar supo imprimir en los
entrañables personajes de Rayuela; es también la
expresión de los tiempos, de las normas o falta de ellas
que enarbolaban los intelectuales de los años sesenta:
“Y esas crisis que la mayoría de la gente
considera como escandalosas, como absurdas, yo
personalmente tengo la impresión de que sirven para
mostrar el verdadero absurdo, el de un mundo ordenado y
en calma” dice Horacio Oliveira en una de tantas
reuniones con la Maga, Etienne y Gregorovius en las que
intentan escudriñar el mundo, el sentido de la vida y
donde un atisbo de orden aparece como algo monstruoso.
La construcción de ese libro personal
sólo apareció cuando seguí las instrucciones del autor
acerca de cómo leer Rayuela, la cincuentona
novela de Cortázar que a cinco décadas de andar por el
mundo goza de cabal salud y que puede presumir de haber
revolucionado el género y contribuido a construir el
linaje de la novela latinoamericana, aunque las nuevas
generaciones ciertamente ya no saben ni siquiera qué es
la rayuela.
¿Cuáles era ésas
instrucciones? Considerar que la novela era muchos
libros a la vez, pero sobre todo, dos libros. El primero
se leía en la forma convencional, desde el inicio hasta
el capítulo 56, donde el autor colocó la palabra “fin”.
El segundo libro debía empezarse por el capítulo 73 (de
155 que contiene la novela) para continuar con un orden
propuesto por el autor en un listado que se incluía para
evitar confusiones u olvido. Había una tercera que
consistía en que cada lector eligiera leerla como mejor
le diera su gana. Después de seguir las dos primeras
recomendaciones, decidí que mi tercera lectura
consistiría en leer exclusivamente los subrayados hechos
en las dos primeras ocasiones. Así ha sido no sólo una
tercera sino más veces, aunque debo declarar que la
enorme riqueza de esta novela de Cortázar me ha dejado
un libro casi en fascículos (mi edición es de 1979,
dieciséis años después de que se publicó por primera
vez) y más marcado, subrayado y anotado que pared de
baño público, lo cual en el fondo me enorgullece.
La complejidad de Rayuela
y las importantes aportaciones que Cortázar hizo no
sólo al género novela sino específicamente a la
literatura latinoamericana han dado lugar,
inevitablemente, a estudios académicos más largos que la
novela misma, quizá justificados, pero no dejo de
considerar que profanan en varios sentidos el espíritu
de la obra de Cortázar, especialmente por tratar de
meter al orden conceptual un texto que es la apología
del caos, por eso prefiero regresar siempre al texto
original. Leer una y otra vez hasta casi saber de
memoria el capítulo 68, escrito en glíglico, el lenguaje
inventado por la Maga y que Cortázar utiliza para evocar
un encuentro amoroso: “Apenas él le amalaba el noema, a
ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias,
en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez
que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en
un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara
al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se
espejunaban…”. Diecisiete líneas que transmiten una
pasión abierta y misteriosa al mismo tiempo, que
describen con nitidez la furia y la sedosidad de una
escena erótica.
Para leer Rayuela no
es necesario conocer los tratados que intentan
explicarla, únicamente estar dispuesto a asumir los
retos de un novelista que coloca muy atinadamente en una
canasta multicolor a escritores, pensadores, músicos,
pintores y personajes para todos los gustos e
intelectos, que trae a cuento lo mismo a Malraux, Comte,
Claude Lévi-Strauss, Durrel, Beauvoir, Octavio Paz,
Anais Nin, Thelonius Monk, John Coltrane, Horace Silver,
Thad Jones, Sonny Rollins, Jackson Pollock o Rembrandt
que al Reader’s Digest o el almanaque Hachette. Una
novela que combina de una manera sugerente el
culteranismo pedante de Morelli (las morellianas) o del
mismo Oliveira y la sabia ignorancia de la Maga. O bien,
entrarle al capítulo 34 que presenta simultáneamente dos
narraciones en líneas alternadas, en una las cuales
reflexiona sobre el significado de la Maga, el micro y
el macrocosmos en tanto que la otra cuenta una historia
aparentemente banal, con movimientos descriptivos y
literarios espasmódicos y reveladores, engañosos y
atrayentes con un estrategia hasta cierto punto infantil
pero nueva para ojos costumbristas.
Rayuela en
realidad no es una, ni dos o tres novelas, son muchas.
Puede ser una historia de amor, una mirada distinta
sobre el amor, la narración de cómo vive y piensa un
grupo de intelectuales, una reflexión sobre la vida, el
drama de la Maga o una propuesta polisémica muy bien
ensamblada que resiste el paso de los años y se renueva
constantemente con cada lectura. “Probablemente de todos
nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente
nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la
vida, es la vida misma defendiéndose”.
Salud por sus cincuenta años
y una vida aún más larga a Rayuela por la
esperanza que sabe insuflar.
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