¡A maullar se ha dicho! 12/06/12

Un pequeño día de ira 13/06/06

Escaneo político 13/05/30

MEIF 13/04/25

Madres activistas de Xalapa 13/04/18


Maricas y puñales 13/04/11

MegaGolpe 13/04/04

Medios públicos 13/03/21

Enredos 13/03/15

Mujeres de la tormenta 13/03/08

Municipio libre?13/03/01

1 de marzo de 2013

Narcocorridos 13/02/22

Ahorros 13/02/02

Princesas y vaqueros 13/01/31

Alternancia 13/01/25

De cal y arena 12/12/20

Pacto por México 16 de diciembre  de 2012

Muñecas y pistolas 30 de noviembre del 2012

Tiempos de progreso 15 de noviembre 2012

Adiós al PAN 12/11/08

En la lona
1 de noviembre 2012

Evaluación Universal 25 de octubre de 2012

¡Usted no sabe quien soy! 18 de octubre de 2012

Formar maestros11 de octubre de 2012

Juárez no debió de morir 5 de octubre de 2012

Entre la igualdad y la censura26 de septiembre de 2012

La Carta 120920.

La causa son las mujeres 6 junio 2012

Calladitos 120321

Ambiente preelectoral 16 de marzo de 2012

Por iniciativas no paramos 10 de noviembre del 2011

Sufragio ¿efectivo? 10 de noviembre del 2011

Primera plana13 de octubre del 2011

Reprobadas 28 de julio del 2011

El equipo 21 de julio del 2011
 

Marcho, luego existo 7 de abril del 2011

Apagón analógico 23 de marzo del 2011

   

El gran Cronopio
Política en tacones
Pilar Ramírez
ramirez.pilar@gmail.com

19 de junio de 2013

“Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que le rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo” dice Gregorovius acerca de Oliveira, protagonista de Rayuela, en el caso de aceptar una aproximación tradicional a la novela de Cortázar, donde hay muchas historias y ninguna. Los personajes van y vienen, toman el escenario o se mantienen tras bambalinas, son misteriosos o simples, complejos o superficiales, porque se trata de una obra que, entre otras cosas, acepta una gran cantidad de lecturas. Es más, no las acepta, la propone, las incita o las exige.

La cita viene de uno de los tantos pasajes de la novela que se volvieron parte de mí, de mi lectura, de la novela que yo misma construí a partir del texto de Julio Cortázar y lo hice precisamente siguiendo el consejo del autor. Otros subrayados tienen que ver con un tema recurrente en el personaje: el elogio del caos, el rechazo del orden, expresado de muchas maneras en una síntesis de sensibilidad parisina y vena argentina que Julio Cortázar supo imprimir en los entrañables personajes de Rayuela; es también la expresión de los tiempos, de las normas o falta de ellas que enarbolaban los intelectuales de los años sesenta:          “Y esas crisis que la mayoría de la gente considera como escandalosas, como absurdas, yo personalmente tengo la impresión de que sirven para mostrar el verdadero absurdo, el de un mundo ordenado y en calma” dice Horacio Oliveira en una de tantas reuniones con la Maga, Etienne y Gregorovius en las que intentan escudriñar el mundo, el sentido de la vida y donde un atisbo de orden aparece como algo monstruoso.

La construcción de ese libro personal sólo apareció cuando seguí las instrucciones del autor acerca de cómo leer Rayuela, la cincuentona novela de Cortázar que a cinco décadas de andar por el mundo goza de cabal salud y que puede presumir de haber revolucionado el género y contribuido a construir el linaje de la novela latinoamericana, aunque las nuevas generaciones ciertamente ya no saben ni siquiera qué es la rayuela.

            ¿Cuáles era ésas instrucciones? Considerar que la novela era muchos libros a la vez, pero sobre todo, dos libros. El primero se leía en la forma convencional, desde el inicio hasta el capítulo 56, donde el autor colocó la palabra “fin”. El segundo libro debía empezarse por el capítulo 73 (de 155 que contiene la novela) para continuar con un orden propuesto por el autor en un listado que se incluía para evitar confusiones u olvido. Había una tercera que consistía en que cada lector eligiera leerla como mejor le diera su gana. Después de seguir las dos primeras recomendaciones, decidí que mi tercera lectura consistiría en leer exclusivamente los subrayados hechos en las dos primeras ocasiones. Así ha sido no sólo una tercera sino más veces, aunque debo declarar que la enorme riqueza de esta novela de Cortázar me ha dejado un libro casi en fascículos (mi edición es de 1979, dieciséis años después de que se publicó por primera vez) y más marcado, subrayado y anotado que pared de baño público, lo cual en el fondo me enorgullece.

            La complejidad de Rayuela y las importantes aportaciones que Cortázar hizo no sólo al género novela sino específicamente a la literatura latinoamericana han dado lugar, inevitablemente, a estudios académicos más largos que la novela misma, quizá justificados, pero no dejo de considerar que profanan en varios sentidos el espíritu de la obra de Cortázar, especialmente por tratar de meter al orden conceptual un texto que es la apología del caos, por eso prefiero regresar siempre al texto original. Leer una y otra vez hasta casi saber de memoria el capítulo 68, escrito en glíglico, el lenguaje inventado por la Maga y que Cortázar utiliza para evocar un encuentro amoroso: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban…”. Diecisiete líneas que transmiten una pasión abierta y misteriosa al mismo tiempo, que describen con nitidez la furia y la sedosidad de una escena erótica.

            Para leer Rayuela no es necesario conocer los tratados que intentan explicarla, únicamente estar dispuesto a asumir los retos de un novelista que coloca muy atinadamente en una canasta multicolor a escritores, pensadores, músicos, pintores y personajes para todos los gustos e intelectos, que trae a cuento lo mismo a Malraux, Comte, Claude Lévi-Strauss, Durrel, Beauvoir, Octavio Paz, Anais Nin, Thelonius Monk, John Coltrane, Horace Silver, Thad Jones, Sonny Rollins, Jackson Pollock o Rembrandt que al Reader’s Digest o el almanaque Hachette. Una novela que combina de una manera sugerente el culteranismo pedante de Morelli (las morellianas) o del mismo Oliveira y la sabia ignorancia de la Maga. O bien, entrarle al capítulo 34 que presenta simultáneamente dos narraciones en líneas alternadas, en una las cuales reflexiona sobre el significado de la Maga, el micro y el macrocosmos en tanto que la otra cuenta una historia aparentemente banal, con movimientos descriptivos y literarios espasmódicos y reveladores, engañosos y atrayentes con un estrategia hasta cierto punto infantil pero nueva para ojos costumbristas.

Rayuela en realidad no es una, ni dos o tres novelas, son muchas. Puede ser una historia de amor, una mirada distinta sobre el amor, la narración de cómo vive y piensa un grupo de intelectuales, una reflexión sobre la vida, el drama de la Maga o una propuesta polisémica muy bien ensamblada que resiste el paso de los años y se renueva constantemente con cada lectura. “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

            Salud por sus cincuenta años y una vida aún más larga a Rayuela por la esperanza que sabe insuflar.

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