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Persignarse11 de noviembre del 2010
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Asquito 21 de octubre de 2010
Ninis 2 de septiembre del 2010
Desempleo ilustrado
26 de agosto del 2010
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Medios públicos
Política en tacones
De Pilar Ramírez
21 de marzo de 2013
Nuestro país vivió una especie de larga noche en
el ámbito de la cultura, por lo menos la oficial. Me refiero a
los doce años de panismo. La cultura no se paralizó, por
supuesto, hay un mercado ya establecido, pero sí vino a menos.
La crisis no agarra parejo, se ceba en las áreas más débiles;
allí están, por ejemplo, la industria editorial o los medios
impresos. En otros ámbitos, como las artes escénicas o las
producciones discográficas, donde los costos de producción son
más altos, el panorama fue más desalentador.
Como ha ocurrido en muchas ocasiones, fueron los
artistas, con sus esfuerzos de grupo o individuales, con poco o
nulo apoyo, los que mantuvieron la producción cultural mexicana
que tiene además, una larga tradición que supera, con mucho, los
embates de doce años de menosprecio a la cultura y al arte.
Claro que los respaldos institucionales nunca están de más para
productos tan necesarios como éstos que compiten siempre con
desventaja frente al bombardeo del entretenimiento más ramplón y
chabacano que hay en abundancia.
Un espacio de producción cultural que ya antes
del PAN enfrentaba problemas son los medios electrónicos
públicos; hoy, esas emisoras agrupadas en la Red de
Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales de México,
necesitan una nueva mirada y la realización de un balance
general.
Son 55 las instituciones que constituyen la Red,
más cuatro adherentes. La historia común de estos medios ha sido
de presupuestos escasos, de un perfil editorial sumamente
dependiente de las autoridades en turno y de una ausencia de
definición sobre cuál debe ser su rumbo.
Los presupuestos, siempre escasos, se asignan
según el interés de los gobernadores o las autoridades federales
de las cuales dependen, lo cual hace muy variable el impulso que
reciben los medios públicos. La mayoría sobrevive, otros
languidecen, algunos se cierran como el Sistema de Radio y
Televisión de Nayarit y sólo unos cuantos logran crecer. Algunas
veces el crecimiento ha estado motivado por la persona en quien
ha recaído la dirección de algunos de estos medios, como ocurrió
algún tiempo con el Canal 11, pero no hay, nunca la ha habido,
certeza sobre la vida institucional de las radiodifusoras
culturales, porque se considera que es un asunto menor, un tema
que se puede relegar o incluso sacrificar, pues siempre queda la
justificación de las necesidades apremiantes en otros renglones.
La exposición a los vaivenes también se debe a
la ausencia de certidumbre sobre su existencia, ya que no ha
habido una definición legal sobre el interés público de estos
medios, que también enfrentan crisis de audiencias no sólo
porque al público le aburra la cultura sino porque se ha
sobreexplotado su uso político en la terrible confusión de que
medios públicos es lo mismo que medios gubernamentales.
Tan grave como la pobreza financiera es quizá la
pobreza conceptual, pues en el afán de sobrevivir o destacar,
algunos de estos medios han considerado que entre más se
parezcan a las estaciones comerciales tendrán audiencias más
amplias que aseguren su éxito político o su permanencia. El
resultado ha sido un adefesio que no es comercial ni cultural.
Es sumamente fácil que el mal gusto se apodere de las
frecuencias públicas, por eso se requiere que las riendas las
lleve quien pueda distinguir entre lo popular —donde hay una
vastísima producción de alta calidad—, lo cultural y lo
comercial, para no caer en imitaciones burdas, y que además
pueda imprimir creatividad a los contenidos culturales para
conservar al público que busca estos materiales y captar nuevos
espectadores. No es una tarea fácil, nunca la ha sido y quizá
menos ahora con la irrupción de la enorme oferta audiovisual que
hay en internet.
A pesar de lo anterior, los medios públicos no
pueden ser esclavos del rating. Su finalidad no son las
grandes masas; es cierto que la razón de ser de cualquier medio
es llegar a más público, pero no a cualquier precio. Los medios
públicos son medios de servicio social y de producción cultural.
Las estaciones culturales atienden a un nicho que quizá siempre
será minoritario, pero los esfuerzos deben estar encaminados a
ampliarlo no a exterminarlo desdibujando los fines culturales
que les dieron vida captar a públicos que son clientes de otras
frecuencias y que no las cambiarán fácilmente porque los medios
públicos nunca podrán realmente competir con las estaciones
comerciales, so pena de perder su identidad.
Una idea de lo que sucede con muchas frecuencias
públicas la puede dar la propia página de la red que alguna vez
fue un grupo activo y emprendedor. El sitio web es poco
amigable, sin diseño atractivo, desactualizada (la última nota
de prensa es de noviembre de 2011), sin materiales de audio o
video en línea, sin información que invite a revisar los
contenidos que ofrecen sus integrantes, en suma, sin rumbo ni
dirección.
Los medios públicos nacieron con el
impulso de los gobiernos priistas. En este renglón, la nueva
administración peñista puede dar un giro al sentido y
significado de la cultura para la sociedad mexicana, tan ávida
de buenas noticias. Además, hoy se pueden abatir costos gracias
a las nuevas tecnologías de la información. Es un hecho que sin
inversión no puede haber cultura de calidad. Si hay apoyos,
surgirán los liderazgos, no sólo nacionales sino regionales,
pues los proyectos no dejan de aparecer. Sólo como muestra, a
pesar de los inconvenientes financieros, el Instituto
Veracruzano de la Cultura está lanzando Radio IVEC. La
institución tiene perspectiva y materiales. Sólo es cuestión de
apoyarla un poco, no está de más ensanchar los canales que
trabajan por la cultura. ¿Será posible esperar señales de
reconciliación con la cultura en esta nueva alternancia? ¿Los
medios públicos estatales acusarán recibo de la necesidad del
cambio?
www.tulancingo.com.mx
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