Princesas y vaqueros
Política en tacones
De Pilar Ramírez
31 de enero de 2013
Los días 23 y 24 de enero se
reunieron en la Ciudad de México representantes de 15 países de
América Latina y el Caribe, convocados por ONU Mujeres y UNICEF,
con la finalidad de discutir los avances obtenidos y proyectos
en el trabajo de prevención de la violencia contra las mujeres
en los sistemas educativos.
Alba Martínez, subsecretaria de Educación
Básica de la SEP, como representante de México, destacó la publicación
de contenidos educativos con perspectiva de género, el trabajo de la
institución para documentar la experiencia de maestros en el tema y el
programa para eliminar la violencia contra las mujeres.
Así es, aunque muchos lo ignoren, México
sí tiene programas de prevención de la violencia en las escuelas con la
finalidad de construir ámbitos escolares seguros, cuenta con uno
denominado Previolem. Además, en 2009, la SEP dio a conocer el Informe
Nacional sobre Violencia de Género en la Educación Básica en México,
investigación realizada justamente al amparo de los compromisos
internacionales que tiene el país.
Lamentablemente, como dijo la
funcionaria, se da una importancia excesiva a la publicación de textos
con contenidos del tema, lo cual tiene un destino que casi todos
conocemos: no se leerán. Por otra parte, los maestros desconocen la
realización de este estudio y también los resultados generales, que
podrían ser muy aleccionadores sobre lo que se puede hacer para prevenir
la violencia.
En muchas escuelas el programa se limita
a pegar carteles, con contenidos correctos, sobre la eliminación de la
violencia de género, pero eso no es suficiente.
De acuerdo con el estudio de la SEP, más
niños que niñas dicen ayudar a sus padres en su trabajo, en cambio
disminuye el porcentaje de varones que ayudan en las labores domésticas.
Cuando describen las actividades de los padres señalan que las tareas
relacionadas con el aseo de la casa, preparación de alimentos y cuidado
de los hijos corresponde a la madre en tanto que el padre trabaja fuera
de la casa, arregla las cosas que se descomponen, juega con los hijos o
ve la televisión. Algunos también refieren que el padre golpea a la
madre.
En las expectativas de trabajo, las niñas
quieren ser maestras, los niños albañiles, policías, bomberos, médicos,
dentistas, ingenieros (según el nivel socioeconómico), o dedicarse a
deportes como el futbol. Los directivos encuestados atribuyen la
deserción femenina en secundaria a que los padres consideran que sus
hijas se casarán pronto y no las alientan a seguir sus estudios. Sobre
los roles por sexo, tanto niñas como niños opinan mayoritariamente que
el lugar de ellas está en su papel de madre y ama de casa, mientras que
los niños tienen interiorizado su futuro papel de proveedores y por lo
tanto señalan que ellos deben prepararse más. Los niños se ven a sí
mismos como fuertes en tanto que a las niñas se les considera
vulnerables, incluso por razones de orden biológico tan natural como la
menstruación.
Por lo que se refiere a quienes están a
cargo de la educación, muchos docentes y directivos dijeron desconocen
que es la violencia de género y su significado; más del 80% no ha
escuchado mencionar el término bullying y desconoce el fenómeno
que describe.
La escuela no sólo es un espacio de
aprendizaje, lo es también de reproducción, así que los niños y niñas
muestran conductas aprendidas en otros ámbitos como la familia y los
medios de comunicación. La agresión, la discriminación y el bullyng
se manifiestan en la escuela porque lo viven en otros ambientes. Los
niños, sin embargo, pasan muchas horas en la escuela, y si en ella
hubiera una verdadera perspectiva de género podría ser un contrapeso muy
importante para las costumbres e ideas tradicionales sobre la igualdad
entre hombres y mujeres.
Sería fundamental que además de cubrir el
expediente, de citar cifras de folletos publicados, carteles difundidos
o conferencias impartidas hubiera un verdadero interés por darle
imaginación y creatividad al programa para prevenir la violencia sobre
género. Para ello habría que reconocer cómo contribuye la escuela en la
construcción de estereotipos, pero también su potencial para desmontar
este papel y para enseñar a los niños que las situaciones de violencia y
discriminación hacia niñas y mujeres no son normales ni adecuadas aunque
las vivan cotidianamente en sus casas.
Las escuelas pueden enseñar con el
ejemplo, no sólo aceptar en áreas de conocimiento marcadas como
masculinas o femeninas (electricidad, carpintería, mecanografía,
primeros auxilios) a todos los alumnos sin límite, sino promover dar un
giro a estas costumbres, asignar la responsabilidad del programa a
alguien que no sólo sepa del tema sino que esté dispuesto a innovar para
hacer llegar el mensaje. Se necesitan personas que de verdad conviertan
la perspectiva de género en un contenido transversal, que esté presente
en toda la vida escolar y que, además, se dirija a alumnos, maestros y
directivos. Pues de nada servirá que por una parte haya un programa de
publicaciones, si en el salón de clases, la maestra de primer año trata
a las niñas como princesas, porque son sensibles y delicadas, y a los
niños como vaqueros, porque son fuertes y aguantan todo, porque, como se
ve en las propias respuestas de los niños, pasados los años, esos roles
se intercambian, ellos ven la televisión después de un día de trabajo y
ellas reciben los golpes.
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