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Por iniciativas no paramos 10 de noviembre del 2011

Acuerdos y liderazgos
Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com


18 de septiembre de 2013 

La movilización magisterial que generó la reforma educativa ha sido el movimiento social más importante de la última década. Las controvertidas reformas propuestas por el gobierno federal han sacado a la ciudadanía del letargo político en el que parecía sumida y literalmente la han sacado a la calle... a protestar.

            El rechazo a la reforma educativa está produciendo interesantes reacomodos de poder que muy seguramente se manifestarán en el futuro cercano, uno de ellos se relaciona con el sindicalismo. El interés del gobierno federal por sacar adelante la reforma educativa lo llevó a eliminar la anterior dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para negociar con nueva la aceptación de la reforma, pero enfrenta la oposición de la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) que tiene sectores muy radicales que encienden la protesta.

La CNTE, sin embargo, no es la única que protesta, en 22 entidades federativas ha habido importantes manifestaciones contra la reforma que no han estado a cargo sólo de la CNTE, sino que la han llevado a cabo también maestros pertenecientes al SNTE y a otros sindicatos. Las bases magisteriales no se conformaron con las negociaciones de sus líderes y marcaron distancia de ellos en este tema que consideran vital. Este distanciamiento puede propiciar la gestación de importantes cambios en el pacto que hasta ahora había definido las relaciones entre el poder gubernamental, las dirigencias sindicales y las bases.

            Veracruz es una entidad sui generis en el movimiento magisterial porque la movilización corre a cargo de docentes adheridos a una docena de sindicatos y por ello puede resultar emblemática para analizar la transformación de ese acuerdo que ha sostenido la relación entre el poder y el magisterio.

En las semanas previas a la promulgación de las leyes secundarias de la reforma educativa, los sindicatos magisteriales veracruzanos encabezaron una tibia protesta que incluyó breves paros de brazos caídos, pronunciamientos públicos en contra de la reforma y marchas por las calles de Xalapa, algunas de ellas nutridas porque fueron convocadas simultáneamente por varios sindicatos. Los líderes sindicales fueron llamados a reunirse con las autoridades gubernamentales, de lo cual resultó el respaldo de la mayoría de los sindicatos a la reforma educativa y la promesa de vigilar que no se lesionen los derechos de los maestros veracruzanos.

            Este hecho marcó una escisión importante entre los líderes y las bases, las cuales se rebelaron por una decisión que consideraban tomada unilateralmente y a sus espaldas. Los docentes decidieron continuar la protesta en contra de la reforma, han marchado —ya no sólo en la capital Xalapa sino en muchas ciudades de la entidad— han logrado el apoyo de padres de familia y, sólo por la cantidad de maestros, han puesto en jaque a las autoridades frente a dirigencias imposibilitadas de impedir la protesta, a la cual se han sumado padres de familia, estudiantes universitarios y normalistas que ven un futuro sombrío en la profesión que eligieron, pues, para bien o para mal, se vislumbra como concluida la fase de profesión de Estado que fue el magisterio en México desde su nacimiento. Algunos días también se han sumado a los maestros otros trabajadores con sus propios reclamos.

            Hasta ahora, el acuerdo fundamental entre el aparato de poder y las dirigencias sindicales se basaba en el manejo corporativo de un importante gremio, cuyo control por parte de los líderes hacía un aporte relevante a la estabilidad política y la gobernabilidad, control apreciado especialmente en tiempos electorales. La alianza de las dirigencias con los agremiados, por su parte, incluía garantizar a los maestros el ejercicio de derechos adquiridos y otros no reconocidos oficialmente, algunos declaradamente inadmisibles, tarea que tomaba forma en la tramitología burocrática, como permisos, comisiones, negociación salarial y de prestaciones, recategorizaciones y asignación de plazas. La gestión de la “herencia” de plazas también pasaba por la intermediación sindical, que hoy se dice no tendrá lugar con la reforma educativa. Es preciso recordar que esta práctica nunca fue legal, no se encuentra estipulada en ningún documento o acuerdo, lo cual no obstaba para que fuese moneda de uso corriente. Habría que añadir que no deja de ser lastimoso un contexto nacional donde resulta altamente codiciado heredar una plaza docente cuyo ingreso promedio para docentes de educación básica es de siete mil pesos.

            Los sindicatos también tienen un considerable margen de negociación que cobija la opacidad que tanto se ha criticado a los gremios. Todavía está por verse hasta dónde socava la reforma educativa esta zona de negociación no formal.

Las diferencias de opinión entre dirigencias y agremiados a raíz de la reforma han provocado un cisma en la mayoría de los gremios sindicales veracruzanos. Las excepciones son dignas de analizarse, pero el fenómeno general es el de maestros rebelados a su organización. La megamarcha realizada el 11 de septiembre fue más que elocuente para exhibir este hecho. Los cálculos de treinta mil personas marchando en la ciudad de Xalapa, veinte mil en Minatitlán y varios miles más en otras ciudades veracruzanas, a pesar de indicaciones específicas en contrario por parte de los líderes, están poniendo a reconsideración la solidez del pacto en el que se fundaba la relación de los dirigentes con sus agremiados.

Por otra parte, el rol de control y contención que habían cumplido aceptablemente los sindicatos en tiempos de calma política también entró en crisis. Desde el poder, la lectura de un sindicalismo que no puede estructurar una argumentación válida para convencer a sus bases o la ausencia de mecanismos eficientes para lograr el consenso surge inevitablemente. La aceptación tácita de esta crisis fue manifiesta cuando las autoridades gubernamentales y diputados del congreso estatal se sentaron a dialogar con maestros inconformes sin la presencia de los dirigentes sindicales. Más allá de los frutos inmediatos que puedan rendir estas negociaciones, para el movimiento magisterial, que exigió negociaciones con los maestros marchistas y no con los líderes, este es un logro que se deberá ponderar con mayor reposo. Los maestros se vieron a sí mismos dueños de una fuerza que no proviene de un membrete.

Es todavía incierto el destino que tendrá la protesta magisterial en relación con la reforma educativa, pero no cabe duda que algunos viejos pilares sobre los que descansa el sindicalismo magisterial, empolvados y herrumbrosos, se están sacudiendo y los resultados de esa limpieza no serán inmediatos pero pueden llegar a mediano plazo con una transformación gremial que erradique prácticas que no han hecho nada bien a la imagen de los maestros.

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