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10 de noviembre del 2011
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El equipo 21 de
julio del 2011
Marcho, luego
existo
7 de abril del 2011
Apagón analógico 23
de marzo del 2011
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Errores metodológicos
Política en tacones
Pilar Ramírez ramirez.pilar@gmail.com
22
de agosto de 2013
El pasado 13 de agosto, el Consejo
Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM,
incluyó un asunto único en el orden del día de su cuarta
sesión extraordinaria: el procedimiento relativo al caso
del Dr. Boris Berenzon.
El resultado fue un episodio
inédito en la historia de la Máxima Casa de Estudios: el
profesor de carrera Boris Berenzon Gorn fue destituido
por haber incurrido “en una grave deficiencia en sus
labores docentes o de investigación, objetivamente
comprobada” según reportó el Observatorio de Historia en
su blog, con información aportada por Aurora Vázquez,
porque el acta correspondiente a la sesión no aparece
todavía en la página de la FFyL.
Esta historia dio comienzo
con una denuncia de plagio contra el profesor Berenzon
presentada por Juan Manuel Aurrecoechea Hernández ante
el rector José Narro. Aurreocoechea es coautor —con
Armando Bartra— del libro Puros cuentos, la historia
de la historieta en México (1874-1934) y documentó
el plagio de 18 párrafos de este libro, incluidos sin
dar el crédito correspondiente en la tesis doctoral de
Berenzon Re/tratos de la re/vuelta: el discurso del
humor en los gobiernos revolucionarios, publicada
como libro.
Cuando esta denuncia se hizo
pública, se descubrieron —o salieron a la luz— otros
plagios en los que había incurrido el tramposo profesor
universitario y que también fueron puntualmente
documentados. Para la misma tesis, Berenzon plagió más
párrafos a Carlos Monsiváis del libro Los rituales
del caos, que los robados a Aurrecoechea. Miembros
de la comunidad universitaria crearon un blog llamado
“Yo (también) quiero tener un trabajo como el de Boris
Berenzon” donde dieron cuenta de la conducta inapropiada
del doctor. Allí han colgado las muestras de los
textos publicados por Berenzon en los que ha hecho suyos
textos escritos por otros autores. Se supo así que
Berenzon no sólo plagió para su tesis de doctorado sino
también para la de maestría y para varios artículos que
ha publicado. Entre sus plagiados están —además de
Aurrecoechea y Monsiváis— Jesús J. Nebreda, Samuel
Schmidt, Francisco Miñarro y Octavio Paz.
Pablo Picatto, exalumno de
la FFyL y académico de la Universidad de Columbia en
Nueva York, convocó a la comunidad universitaria a
pronunciarse sobre este asunto vergonzoso, invitándola a
adherirse como firmantes de una carta dirigida a la
directora de la facultad y circulada por el sitio
change.org,
en la que exigió un pronunciamiento claro de las
autoridades universitarias sobre el tema. Picatto
señaló, con todo acierto, que estaba en juego tanto la
reputación de la facultad como la formación ética e
intelectual de los alumnos de esta escuela.
Berenzon presentó ante el
Consejo Técnico una carta de defensa en la que sus
mejores argumentos fueron haber cometido “errores
metodológicos”, (en los que supuestamente habría
incurrido por no colocar las comillas para señalar la
autoría de otros) y ser víctima de una campaña de
difamación que, según él, deja ver el tono antisemita
del blog que se abrió para denunciar sus tropelías
académicas.
El indecoroso episodio no es
motivo de vergüenza sólo para Berenzon sino para
cualquier miembro de la comunidad universitaria, por
ello la decisión del Consejo Técnico de la FFyL estuvo
apenas a la altura del daño que el profesor, con más de
25 años de servicio, infligió a los autores plagiados, a
la FFyL y a la UNAM misma. Universidades de mucho
prestigio como Princeton o Columbia tienen entre sus
códigos de honor o de regulación universitaria castigos
muy severos para la deshonestidad académica. La
ejemplaridad del castigo para Berenzon trasciende la
trampa y deshonestidad de un caso individual. Por otro
lado, el asunto no ha concluido, pues ahora pasa al
Consejo Universitario.
Desafortunadamente, el
profesor Berenzon no es, ni con mucho, el único
aficionado al ejercicio de cortar y pegar. Los modernos
Fantomas que se han entregado al nada refinado
arte de hurtar el trabajo intelectual son, más bien,
legión. La farsa del conocimiento viene en muchas y
variadas envolturas: estudiantes de todos los niveles,
maestros, periodistas y académicos del Sistema Nacional
de Investigadores como el propio Berenzon.
Hace tiempo narré el caso
del reportero de La Jornada, Arturo Cruz Bárcenas, quien
en una nota sobre el arpista veracruzano Andrés Huesca
tomó, sin dar crédito, párrafos completos que el
investigador Rafael Figueroa publicó originalmente en un
libro y del que circulan, con su autorización, algunos
extractos en ciertas páginas de internet. El
investigador le envió una carta a Carmen Lira, directora
del diario, pidiendo la aclaración pública. El
reportero, quien, a diferencia de Berenzon, no perdió su
trabajo, respondió: “en relación con la carta del señor
Rafael Figueroa Hernández, debo decir que sí tomé
algunos párrafos de su artículo difundido en Internet.
Si eso le creó algún problema, no fue esa la intención”.
La respuesta no podía ser más pedestre, pues el
reportero no le enseñó la lengua a un niño sino que
incurrió en robo intelectual. Se trata por cierto, del
diario que le ha dado buena cobertura al caso Berenzon,
pero parece que no nos gusta predicar con el ejemplo.
Hace varios meses tuve en
mis manos una tesis de doctorado cuyo autor pretendía la
utilización de recursos públicos para que se publicara
como libro. Me pareció sospechoso que el capitulado y
distribución de los textos estuviesen mal trabajados
pero los textos bien escritos. Es decir no había
correspondencia entre la calidad de la escritura que era
aceptable aunque desigual y la estructura que resultaba
definitivamente deficiente. Decidí googlear
pasajes del libro y descubrí que prácticamente todo fue
cortar y pegar, incluidas las palabras del autor.
Afortunadamente los responsables rechazaron la
pretensión de este “doctor”.
Comentando el asunto con personas del
ámbito académico surgen historias en cuya veracidad uno
no desea creer: un “doctor” SNI que utiliza su cargo
para presionar a otros investigadores a incluirlo como
autor en sus trabajos a cambio de hacer la traducción al
inglés. Otro más que condiciona la contratación de
investigadores a ser coautor en los textos que produzca
el investigador contratado.
Conacyt ha sido señalado en diversas
ocasiones porque se sospecha que ha aprobado como
miembros del Sistema Nacional de Investigadores a
personas que no cubren los requisitos. Así, el caso
Berenzon coloca de nuevo en el debate un tema por demás
lamentable: la corrupción en el ámbito académico, que
resulta más lastimosa debido a que si en algo
quisiéramos creer es en quienes producen conocimiento,
pero casos como el del profesor de la FFyL y otros
parecidos nos hacen presentir que no hay espacio en
nuestro país que se salve de esa terrible epidemia
causante de muchos males nacionales llamada corrupción.
Por ello, la responsabilidad que tiene ahora el Consejo
Universitario es mayor, pues su pronunciamiento debe
despejar cualquier duda sobre la postura institucional
hacia la deshonestidad académica; de ratificarse la
medida ejemplar que tomó el Consejo Técnico de la FFyL
se favorecerá la transparencia, llegará una ola de
viento fresco a la credibilidad institucional y podemos
confiar en que dé inicio un proceso de limpia que sirva
además de ejemplo para el resto de las universidades.
Esos casos de los que muchos hablan y nadie documenta
tendrían que ser cada vez menos, pues como bien dice
Juan Villoro “los rumores castigan más que los
tribunales”. La UNAM debe hacer que la estafa académica
no tenga posibilidad de esconderse en el eufemismo del
“error metodológico” sino que se le sancione
directamente y sin disimulo.
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