Serias y recatadas
13/11/15
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21 de noviembre de 2013 Hasta hace unos años el enemigo natural del español parecía ser el idioma inglés, específicamente el inglés que se habla en Estados Unidos. Tan así era que en 1981 se creó la gubernamental Comisión para la Defensa del Idioma Español, durante la administración de José López Portillo. Se fundamentó la creación de la Comisión en el hecho de que el idioma es uno de los valores que constituyen el acervo cultural de la Nación y el instrumento de comunicación con los demás pueblos de habla hispana. Se planteó además que era un esfuerzo conjunto del gobierno federal y del sector privado. Se crearon ocho subcomisiones, una de las cuales era la del lenguaje.
Muchos interpretaron que esa oficina se había creado para luchar contra la penetración del idioma inglés que era una forma de intervencionismo no sólo cultural sino político. Otros advirtieron que la oficina podía caer en purismos que terminarían actuando en contra del desarrollo natural de una lengua. El resultado fue que unos se sumaron entusiastamente mientras otros vieron con escepticismo la burocratización del cuidado de la lengua. Para apoyar las tareas de la Comisión hubo anuncios televisivos. Uno mostraba a una familia mexicana en la costera del puerto de Acapulco que no lograba comprender la gran cantidad de anuncios en inglés, otro mostraba a mujeres adineradas hablando con una gran cantidad de términos en inglés. La iniciativa era buena, pero quizá, en efecto, se burocratizó, sucumbió a la polémica y terminó por desaparecer dos años después de fundada. Hoy, nos urgiría un poco de esa vocación oficial para cuidar nuestro idioma, porque al español no sólo lo acecha el inglés sino todas las deformaciones que se difunden por las redes sociales en aras de la simplificación y la rapidez, además de la monumental falta de cuidado al escribir y hablar, especialmente en los medios, con lo que las incorrecciones se difunden de tal modo que a fuerza de repetirlas no falta quien las justifique “porque muchos las usan”. El uso indiscriminado del inglés parece una batalla perdida y no deja de ser paradójico que se eche mano de él en una enorme cantidad de actividades comerciales y publicitarias en tanto que en las escuelas se trata de una asignatura de alta reprobación. Todavía peor, las instituciones gubernamentales que tendrían una obligación mínima de usar correctamente el español acuden al inglés para promover sus actividades. Prácticamente todas las oficinas de turismo usan vocablos en inglés: así vemos “visitmexico”, “morelostravel”, cuando existen sus diáfanos equivalentes en español. Todos los festivales son “fest” y si se trata de cine “film”. Así, la página del más famoso se denomina “moreliafilmfest” cuando perfectamente puede llamarse “festivaldecinedemorelia”, el espacio de los caracteres no cuesta más y resulta totalmente claro. Quizá los gobiernos piensan que parecen más eficientes en la prevención del extravío y robo de niños con una “alerta amber”, que es el nombre oficial, y no con una diáfana alerta ámbar en buen español. Ni qué decir de “sale” para anunciar las ventas; hacer “footing” hace presentir resultados más espectaculares que caminar; leer “comics” es más “chic” que leer cuentos; los novios dejaron los caducos “gordo” y “gorda” y ahora se dicen entre ellos “honey” o “baby”, incluso, por influencia de las series gringas el antiguo “te quiero” ahora es un afectado “te amo”. Los políticos tienen su “war room” que se oye más moderno y profesional que “cuarto de guerra”. Los anunciantes televisivos cada vez más incluyen frases en inglés que no se toman la molestia de traducir y andamos repitiendo “ideas for life”, “shift the future”, “think blue” y muchos lemas más. Ya sin cortapisas, el inglés va ganando terreno. En cada ocasión que tengo oportunidad, al ver personas que visten playeras con leyendas en inglés les pregunto qué quiere decir y la mayoría de las veces lo ignoran. Eso es todavía más inquietante, abrazamos un idioma sin preocuparnos por entender las palabras que ahora reinan en medios y establecimientos comerciales. Además del inglés, ahora tenemos una abundante mezcla de contracciones, iniciales, siglas y cambio de letras para ahorrar caracteres en los mensajes de texto, Facebook y Twitter que parece una nueva forma de comunicación en lenguaje cifrado. Al uso del inglés y ese nuevo y terrible lenguaje glíglico sin la creatividad cortazariana, se suman los errores gramaticales, semánticos y ortográficos que ya existían, pero ahora, por descuido del idioma y la falta de lectura, parecen ir en ascenso. En muchas ocasiones, los medios son responsables de gazapos que se repiten sin cesar. Los lectores de noticias, por ejemplo, usan el condicional como suposición: “en el asalto habrían intervenido seis delincuentes” afirman, cuando en realidad quieren decir “se calcula que participaron seis delincuentes en el asalto”. Los conductores de deportes afirman “el equipo X irá con todo para quitarle el invicto a su contrincante” convirtiendo el inocente adjetivo invicto en un desafortunado e inexistente sustantivo; si se les señala la falta argumentan “así dicen todos hasta…” y aquí mencionan a un supuesto famoso de la crónica deportiva que no aspira a ganarse el Pulitzer. Afortunadamente, sin coordinación pero si de a montón, comienzan a circular mensajes que conminan al uso correcto y al cuidado del idioma. Hay un movimiento de jóvenes que van armados de acentos y los colocan en donde hace falta, es decir, donde otros no los pusieron. En las redes sociales se construyen mensajes imaginativos para hacer buen uso del idioma, como “Si no sabes la diferencia entre ‘ves’ y ‘vez’, es porque siempre ves televisión y rara vez abres un libro”, “la ‘h’ es muda pero tú no eres ciego, escríbela” o la imagen de un sonriente Santa Clós que dice: “Vi tus estados en Facebook… te va a llegar un diccionario de regalo esta Navidad”. No se puede aprender a escribir bien de la noche a la mañana, pero podemos comenzar por preocuparnos por el idioma. “Dudar es comenzar a acertar” dice Víctor García de la Concha, el director del Instituto Cervantes. El idioma, entre otras cosas, es parte de nuestra identidad y esa sería razón suficiente para cuidarlo. García de la Concha propone la campaña “No maltrate el español. Hable y escriba bien”. Hagámosla antes de que necesitemos una que se llame “Resucitemos al español. Consulte el diccionario para darle los primeros auxilios”. |