11
de junio del 2009
Hace unos días el pequeño Andrés de nueve años me
preguntó por quién votaría, barajé algunos nombres y le dije que todavía
no estaba segura. Noté la decepción en sus ojos, pues sólo quería
conocer mi elección partidista. Enseguida me hizo saber que si él
pudiera votar lo haría por el Partido Verde porque “así los niños y
jóvenes recibirían clases de inglés y de computación, habría pena de
muerte para asesinos y secuestradores, y si una persona no tenía dinero
para medicinas ¡que se las pague el gobierno!”, subrayó con tono de
promocional para tiempos oficiales. Agregó que las cárceles se quedarían
con pocos presos, tenía muy claro que allí llegarían sólo los agresores
y ladrones. No quise debatir con él su concepto aún limitado de los
ladrones. Le expliqué, en cambio, que la pena de muerte era sólo una
propuesta y no dependía de los deseos del Partido Verde sino que debía
ser aprobado por legisladores de otros partidos.
De la manera más didáctica que pude lograr le conté el
camino que sigue una iniciativa de esa naturaleza, pero él apenas
escuchó, no quiso moverse de la comodidad de haber hecho una elección
que considera perfecta. Me alegré de que este miniciudadano se interese
tanto en la política pero más aún de que todavía no pueda acudir a las
urnas. Le aconsejé promoverse como asesor de imagen, pero le causó
indiferencia mi propuesta.
Al paso de los días, me doy cuenta de que los
partidos apelan a ese procesamiento elemental de sus propuestas. Saben
que tratan con ciudadanos poco informados o poco reflexivos, que al
igual que Andrés, escuchan lo que desean oír. Ésa es la razón de que el
Partido Verde haya logrado colocarse como la cuarta fuerza electoral. La
encuesta realizada por María de las Heras señala que ese instituto
político podría obtener hasta 2.5 millones de votos. La pantalla
ecologista es sólo eso, una pantalla, pues ha montado toda una campaña
en propuestas de apariencia temeraria que de antemano sabe no tendrán
eco en las cámaras o que por lo menos estarían sujetas a grandes debates
o negociaciones.
Por
fortuna, están apareciendo contrapesos a la propuesta del Verde. La
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, junto con otras
organizaciones y personalidades de diversos ámbitos, ha iniciado una
campaña en contra de la propuesta de la pena de muerte. La agrupación
política nacional Propuesta Política que dirige el investigador y
politólogo Sergio Aguayo presentó una demanda contra el Partido Verde
por manejar una campaña engañosa e ilegal. Le puedo recomendar a Sergio
Aguayo que presente al precoz político Andrés como evidencia.
Si en Estados Unidos la discusión acerca de la pena de
muerte se ha colocado como tema sensible en la agenda política, a pesar
de la aparente confianza que hay en su sistema judicial, en nuestro país
no es más que un campanazo para llamar la atención, o mejor dicho, para
ganar votos.
Del otro lado, el Partido Acción Nacional utiliza como
tema central de su campaña la seguridad. Sus promocionales y los de
gobierno -disfrazados de apoyo ciudadano- dan por hecho que el gobierno
federal no sólo le hace frente con valentía al narcotráfico y al crimen
organizado, sino que ya obtuvo la victoria sobre ellos. Los muertitos
que a diarios se acumulan para engrosar la estadística siniestra con la
que muestran su poderío las organizaciones criminales no existen en esos
anuncios. Como ésa es la premisa, el sofisma se completa con la
afirmación de que votar por el PAN es votar por la seguridad y por el
combate a las drogas. Otra cara de las campañas del miedo.
Los otros partidos, en tanto, que apenas alcanzaron el
nivel preescolar en la carrera de cómo hacer frente a los adversarios
políticos, continúan con lemas y propuestas sobadísimas, como si las
otras campañas agresivas no existieran. “Elige creer”, “Experiencia
probada”, “Así sí”, “¿Romeritos sin camarones? ¿Marido sin empleo?”,
“Porque sí. La educación es la solución”, “Piensa libre”, “Vota libre” y
otras cosas por el estilo les dicen a los ciudadanos, a quienes parece
no hacerles sentido ninguna de esas frases, ni siquiera las metáforas
futboleras. En sus campañas hay una descomunal ausencia de creatividad y
de audacia política. Quizá por ello está creciendo como bola de nieve la
campaña a favor del voto nulo, abrigada por aquellos a quienes más
conviene la anulación del sufragio.
Debe
ser por todo este panorama que me produce una cierta fascinación ese
proverbio al que le han adjudicado una multitud de nacionalidades:
“Cuando el dedo apunta al cielo, el imbécil mira el dedo”. Y ya que
estamos dicharacheros, para quienes se sientan tentados de anular el
voto, no olvidemos aquello que decía Charles Bukowski: “La diferencia
entre una democracia y una dictadura es que en la democracia puedes
votar antes de obedecer las órdenes”.
Él, Caballero, Fortson 28
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7 mayo del 2009
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