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Paternidad responsable 14/01/15

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Extranjero 13/12/10
 

Paqueros digitales 13/12/06

 

¿De naranja? 13/11/28

TKM Baby 13/11/21
 

Serias y recatadas  13/11/15
 

Dr. Jekyll y Mr. Hyde 13/11/07

Violencia 13/11/01
 

Todos los derechos 13/10/24
 

Administrar y gobernar 13/10/11

Señorita Laura 13/10/03

Ingrid, Manuel y otras calamidades 13/09/27 

Acuerdos y liderazgos 13/09/18

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Ni todo el amor ni todo el dinero 16/08/2013 

Así como digo una cosa digo la otra 13/07/12

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¡A maullar se ha dicho! 12/06/12

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Escaneo político 13/05/30

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Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com

19 de febrero de 2014

Para todos aquellos que con
dedicación y esmero demuestran que
no han dejado de creer en la importancia
del trabajo cultural

 

Las redes sociales son un fenómeno todavía tan nuevo que no hemos terminado de entenderlo, por ahora, las sentimos, las usamos, las experimentamos, las disfrutamos, nos hacemos adictos. Hay, claro, algunos buenos trabajos de análisis y sistematización sobre estas formas de comunicación que nos tienen atrapados, pero falta mucho por revisar.

            Twitter o Facebook son el rincón en el que aun solitarios nos sentimos más acompañados que nunca. Están los que son felices compartiendo frases reflexivas, los que con un pensamiento compartido con sus amigos se dan ánimo para bregar con el trabajo, los hijos, el desempleo, las deudas, los amores, los desamores; los que están convencidos de que vale la pena comenzar (y seguir) el día sonriendo por eso mandan chistes al por mayor.

            Con Instagram se ha sustituido y restituido la vieja costumbre de mandar postales, así que cualquier persona desde el lugar en el que esté, con ayuda de internet y los dispositivos móviles, ya sea New York, Nezahualcóyotl, Xalapa, el Bosque de Chapultepec del Distrito Federal o sus casas envían fotos y éstas llegan inmediatamente a las redes. Pero igual que llegan rápido las fotos del perro, de los amigos en la parranda, de los chavos que se fueron de pinta, del que quiere presumir su viaje al extranjero o del desayuno que alguien está a punto de zamparse han llegado las fotos o videos de las manifestaciones multitudinarias en contra del gobierno egipcio, de los acampantes de Occupy Wall Street, de los indignados de España, del abuso de un funcionario contra un niño indígena de Tabasco, de la mujer que dio a luz en la entrada de un hospital de Oaxaca porque se negaron a atenderla. Para los que estamos en el periodismo desde hace tiempo, parece que fue ayer cuando dependíamos de los carísimos servicios de las agencias para contar con material fotográfico en nuestros medios informativos, especialmente en los medios impresos. Hoy es, sin sombra de metáfora, cosa de niños.

            El funcionamiento de las redes sociales también ha venido a atemperar la mala costumbre de no leer periódicos, porque los medios informativos ahora prácticamente obligan a los usuarios a leer noticias. Los medios se han dado cuenta que por esta razón, hoy vuelve a ser muy importante la cabeza de las notas para atrapar al lector. Porque entre el cumpleaños de la tía Chuchis, la foto del último gesto del bebé de la familia y el chistorete de los compañeros de oficina se cuelan varias notas informativas, pues los medios también están muy activos en las redes sociales y al ir revisando, cuando la cabeza y la foto nos atraen, no tenemos más remedio que leer. A menudo me detengo no sólo en la nota sino —especialmente— en los comentarios de los lectores, en los likes que es la nueva forma de medir los ratings.

            Este beneficio de las redes sociales me parece muy positivo y esperanzador, aunque frecuentemente escucho que algunos menosprecian esta forma de participación, diciendo que son “los políticos de la tecla”, los “activistas de la frase” o “los ciudadanos solitarios”. Pero cada vez que una persona escribe un comentario o da “like” a una publicación, hubo un proceso, así sea leve, de reflexión; de corroboración de sus ideas anteriores o sorpresa causada por la información que está recibiendo.

            Así, las redes sociales han venido a ofrecer un foro que nunca se tuvo en los medios tradicionales. El derecho de réplica o la interacción estaban sumamente limitados, lo mismo que el acceso a la prensa, la radio y la televisión. Como se solía decir, la gente común y corriente sólo podía salir en la prensa si chocaba el microbús en el que viajaba.

            Hoy, las redes sociales son también las vías para manifestarse ante las acciones del poder. Leo las notas sobre el asesinato del periodista veracruzano Gregorio Jiménez y veo la indignación de quienes se enteran de esto tanto en México como en el extranjero, leo la estupefacción ante lo que ocurre en Michoacán, siento cómo se comparte el dolor de los padres que han perdido a sus hijos por los “levantones” y los asesinatos, las enormes quejas ante las reformas cuyos beneficios sólo están en los discursos de los políticos, constato el eficiente instrumento de organización que las redes son para las protestas sociales y también cómo se ha convertido en el sitio predilecto para expresar la indignación o la insatisfacción que generan los muchos problemas sociales que nos aquejan y las acciones del gobierno o la ausencia de ellas.

Nos enteramos tanto de un hecho totalmente local, así sea en el poblado más pequeño como de que un periodista logró poner en jaque al gobierno más poderoso del mundo y existe una página donde podemos verificar por qué. También que un soldado se hartó de la corrupción de su gobierno —el mismo más poderoso del mundo— el cual en lugar de recoger la basura política que ha tirado quisiera matar al soldado, pero también podemos leer lo que opinan sobre estas noticias cientos o miles de lectores.

            “Ocurrió cuando nadie lo esperaba. En un mundo presa de la crisis económica, el cinismo político, la vaciedad cultural y la desesperanza, simplemente ocurrió. De pronto, la gente derrocaba dictaduras sólo con sus manos, aunque estuvieran cubiertas con la sangre derramada por los caídos. Los magos de las finanzas pasaron de ser objeto de envidia pública a objetivo del desprecio universal. Los políticos quedaron en evidencia como corruptos y mentirosos. Se denunció a los gobiernos. Los medios de comunicación se hicieron sospechosos. La confianza se desvaneció y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. (…) Sin embargo, en los márgenes de un mundo que había llegado al límite de su capacidad para que los seres humanos convivieran y compartieran la vida con la naturaleza, los individuos volvieron a unirse para encontrar nuevas formas de ser nosotros, el pueblo. Al principio fueron unos cuantos, a los que se unieron cientos, que se conectaron en red con miles, apoyados por millones con su voz y su búsqueda de esperanza, bastante caótica, que atravesaba ideologías y modas, para conectar con las preocupaciones reales de la gente real en la experiencia humana real que reivindicaban” dice Manuel Castells sobre esta nueva manera no sólo de comunicación, sino de organización social en torno de ciertas preocupaciones.

            Esas preocupaciones son muchas y de diverso calibre en nuestro entorno actual. Nos preocupa el salario, la educación, la cultura, la salud, el futuro de nuestros hijos, pero sobre todo nos preocupa la libertad y la vida, y todos los días participamos de una plaza pública donde encontramos a otros tan preocupados como nosotros. Tantos con la misma preocupación podemos hacer que dejen de ignorarnos.

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