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Pilar Ramírez: Política en tacones
ramirez.pilar@gmail.com

12 de marzo de 2014

El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, las redes sociales regaron la noticia de la desaparición de una joven maestra llamada Laura González quien fue vista por última vez en un poblado aledaño a la ciudad de Xalapa. La nota, acompañada de la fotografía, se distribuyó durante el fin de semana, difusión que intensificaron organizaciones defensoras de derechos humanos. Dos días después se informó que Laura había sido asesinada.

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Foto cortesía de marcha.com.mx    

        La información sobre los pormenores del hallazgo fue confusa. Inicialmente se dijo que el esposo se había entregado, confesado ser autor del asesinato y haber señalado dónde estaba el cuerpo sin vida de su esposa; después, la versión oficial señaló escuetamente que la Procuraduría de Justicia de Veracruz “había esclarecido” la desaparición y “había logrado la aprehensión del esposo como presunto responsable”. Si el esposo realmente se entregó y las autoridades decidieron no dejar pasar el hecho como un “logro institucional” no se sabe todavía. Lo lamentable es que una mujer más perdió la vida en Veracruz —por la violencia feminicida— a manos de su esposo, dos pequeños quedan en la orfandad por la muerte de su madre y el encarcelamiento del padre, y nuevamente se enlutan las mujeres veracruzanas.

            Sí, es un luto colectivo, porque es el riesgo que corren muchas mujeres y lo tienen sólo por el hecho de ser mujeres y, por tanto, el agravio ofende a cada mujer. ONU Mujeres en sus estudios sobre el feminicidio ha señalado que una de las características de esta violencia es su “normalidad”, porque la cultura dominante, con sus variantes por país, “autoriza” a los hombres a ser violentos con las mujeres. ¿Cuántas veces no hemos visto que los hombres se comportan rudos para “corregir” un comportamiento “anómalo” de las mujeres con las que se vinculan, sean hermanas, esposas o hijas?, esa “anomalía” puede ser la forma de relacionarse con otros hombres, la forma de vestir, de cocinar, de atender a los hijos o por no complacer debidamente a los hombres de la casa; también hay un comportamiento agresivo para dejar en claro “quien manda en el hogar”; con la justificación del amor, los hombres a menudo agreden por “celos”, comportamiento del que muchas mujeres se enorgullecen porque consideran que la intolerancia de los hombres es directamente proporcional al amor que les tienen. Esta justificación por parte de las mujeres no es más que el resultado de las enseñanzas que las niñas reciben desde muy temprano en el hogar y con frecuencia son comportamientos del padre o los hermanos, de modo que parece natural cuando se establecen las relaciones de pareja.

            Esta “normalidad” lleva inevitablemente a la impunidad, pues estas formas de relación entre hombres y mujeres se consideran socialmente aceptadas y se concretan en la intimidad del hogar, ergo, en un asunto “privado”, algo en lo que no deben inmiscuirse familiares ni amigos, mucho menos las instituciones.

            Hoy, existen leyes, institutos de la mujer, campañas contra la violencia hacia las mujeres y tendencias internacionales que apoyan el respeto a los derechos femeninos, pero no resultan contrapesos suficientes para anular las desigualdades entre hombres y mujeres, las cuales se generan y refuerzan constantemente por los hábitos, las tradiciones, los valores y el discurso que sostiene la cultura de la desigualdad entre géneros.

            El comportamiento agresivo de los hombres se intenta justificar por razones biológicas o naturales y se usa la consabida comparación con otras especies animales para demostrar el predominio masculino. Estos mismos fundamentos sirven para establecer que los hombres tienen tendencia a ser polígamos, allí reside —se dice— la razón de su infidelidad y ¿qué pueden hacer los pobres hombres contra el llamado de la naturaleza? En cambio las mujeres tienen la capacidad, y la obligación, de ser monógamas, si faltan a ella los hombres “naturalmente” reaccionan y pueden matarlas.

            ¿Las ideas de moda? ¿Los derechos de las mujeres? Sí, están muy bien, te invito a comer el 8 de marzo, pero para la semana siguiente me guisas unos camaroncitos y te luces porque voy a invitar a mis cuates a ver el partido y por favor te encargas de que los niños no hagan ruido para que nos dejen disfrutarlo. Así, las nuevas tendencias que promueven el respeto a los derechos de las mujeres terminan por ser un festejo parecido al día de las madres. El ocho de marzo no se hace enojar a la mamá, se aplaza el trabajo doméstico (no se le releva de él), un regalito, se le consiente y al otro día de nuevo el mandil y otra vez la violencia cotidiana tan presente como imperceptible.

            Para reforzar toda esta cultura de la desigualdad allí están las telenovelas, los anuncios publicitarios que refuerzan las imágenes de superioridad masculina y de subordinación femenina, las canciones, las películas, los patrones de consumo (ellas leen notas de la farándula mientras ellos se enteran de política, ellas saben los precios de los abarrotes y ellos de las bebidas alcohólicas, ella sabe dónde está el teléfono del pediatra y él lleva al hijo a un partido de futbol, entre muchas, muchísimas otras costumbres y manifestaciones de la desigualdad). Las mujeres son tiernas, débiles, infantiles y ellos protectores, fuertes y maduros.

Ellos tienen trabajos interesantes o por lo menos rudos y ellas viven en un ámbito carente de valor: la casa. Para arraigar a las mujeres a ese lugar de mucho trabajo y poco reconocimiento se propague la idea de que ellas “son muy buenas” para todas las tareas domésticas y para el manejo de la casa, lo que las califica para hacerse cargo del hogar, en cambio los hombres “no saben” porque no se ocupan de estas tareas tan secundarias, se vuelven “inútiles” en esos menesteres, así que los dejan a las mujeres. Si ellas tienen un empleo, estos mismos valores y códigos se trasladan al ámbito laboral, por algo los jefes y los compañeros de trabajo fueron entrenados en la misma cultura.

            Así, ¿Cómo luchar contra una violencia que comienza con una palabra, un gesto, una conminación, sigue con un regaño, un grito, un golpe y que puede terminar con un asesinato? ¿Cómo luchar contra algo que todavía muchos consideran “normal”?

Como dijo con todo acierto la directora del Instituto de las Mujeres de Xalapa, Yadira Hidalgo, “es importante recordar siempre que los feminicidas no están locos o enfermos, son hijos sanos del sistema patriarcal”. Fue así que, sin importar la razón específica, Faure García León, decidió tomar en sus manos la vida de Laura González. El presunto feminicida es un abogado, egresado de una escuela particular de la ciudad de Xalapa, padre de dos hijos y empleado del área jurídica de una secretaría estatal. Un hombre “normal”, tan normal que asesinó a su esposa.

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